Bird People

La conquista de lo inútil

 

Heidegger tumbado en la hierba, mirando hacia el cielo azul, ve pasar una alondra volando libremente hacia el sol y vuelve a pensar en Rilke, en ese poema de las Elegías de Dunio que no ha conseguido borrar de su cabeza.

Con todos los ojos mira la criatura
lo abierto. Sólo nuestros ojos están
vueltos del revés y puestos del todo en torno a ella
cuan trampas en su libre salida.
lo qué está afuera lo conocemos solamente
por la faz del animal.

Se trata de uno de los pasajes más conocidos y más importantes de la historia de la filosofía. A partir de ese preciso momento, Heidegger dedicará buena parte de sus esfuerzos a cuestionar al poeta y a intentar formular nuevas ideas sobre ese extraño concepto de “lo abierto”, que continua preocupando a buena parte del pensamiento filosófico a día de hoy (Véase, por ejemplo, Lo abierto. El hombre y el animal, de Giorgio Agamben). Es decir, en lograr definir el límite en el que convergen los misterios de “lo viviente” y de “lo humano”; en marcar las pautas necesarias para comprender la distinción que separa al hombre de los animales en su relacionarse con las cosas, en su capacidad para configurar el mundo y su estar en él.

Sin embargo, no nos interesa la discusión alrededor de este concepto (que daría libros tan apasionantes como el Parménides de Heidegger), sino en aquello que ha sido olvidado por la historia: la manera en que se estaba produciendo el pensamiento del filósofo alemán. Como cualquier otra persona que decide tumbarse sobre el tupido manto natural, Heidegger no estaba pensando en nada. Contemplaba, sin más. Hasta que su atención quedó atrapada por el vuelo de un pájaro. Podría afirmarse, entonces, que su actitud le convertía en una especie de flâneur en reposo, totalmente opuesto a la figura del flâneur en movimiento tan caro a Walter Benjamin. Su condición le alejaba de la de ese vagabundo que callejea por la ciudad sin rumbo, sin objetivo, y que permanece abierto a todas las impresiones que le salen a su paso. Ante una forma de devenir que encuentro falsa (ya que el mero hecho de moverse, de caminar de esa manera, en el fondo no es otra cosa que una búsqueda que en su esencia realmente espera algo), Heidegger asiste al tiempo que el Tiempo emplea en pasar. Es decir, su abismo, su insufrible presencia.

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Esta forma de contemplación me parece sumamente importante para acercarnos al cuarto largometraje de Pascale Ferran, que llega tras su Lady Chatterley fechado (y estrenado en España) en 2006. Porque los primeros minutos de Bird People (2014) adoptan un punto vista análogo al de un flâneur en reposo, ya que la cámara de la directora se sumerge en la red de ferrocarriles de París para contemplar, con una serie de planos fijos, a todas las personas que viajan en ese medio de transporte. Su meticulosa observación se detiene cuando sorprende a una chica que observa a unos gorriones a través de la ventana de su vagón; ella se convertirá en uno de los dos protagonistas de la película. Su nombre es Audrey y trabaja de camarera en un hotel cercano al aeropuerto de Roissy, donde se cruzará con Gary, un ingeniero estadounidense que llega a la capital francesa para resolver los problemas que han surgido en un proyecto en Dubái en el que participa la empresa transnacional para la que trabaja. Él será el segundo protagonista.

Audrey es joven, veinteañera, soltera y está en la flor de la vida. Gary pasa ampliamente de los cuarenta, tiene una familia con hijos y un empleo con responsabilidades. Aun así, ambos parecen insatisfechos con su día a día, tal y como descubriremos en algún momento del metraje. Sus historias parecen describir trayectorias paralelas o cruzadas, pero, rápidamente, descubriremos que Ferran se aleja de esta idea para crear un dispositivo de bloques complementarios a lo largo del tiempo, para intentar narrar una preocupación común, una situación embarazosa: ¿De qué manera es posible abandonar un círculo vicioso en el que se encuentra instalada una vida? ¿Cómo se puede cambiar una situación, romper con todo y empezar de nuevo? Sin duda, estamos ante un conflicto recurrente en algunas de las películas más fascinantes de la segunda década del siglo XXI. Lo encontramos en Shirley: visiones de una realidad (Shirley: Visions of Reality, Gustav Deutsch, 2013), que se construye alrededor de la figura de una joven que lucha por resolver diferentes situaciones vitales en las que permanece atrapada, como si estuviera dentro de un cuadro de Hopper. O en Locke (2013), donde un arquitecto de éxito deja plantada a su familia y empresa en un momento decisivo para ambas.

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Los dos protagonistas de Bird People han tomado la misma decisión de voltear radicalmente sus vidas. Pero lo relevante no es tanto el deseo que comparten, sino que este haya nacido del mismo modo: contemplando distraídamente a través de la ventana. Sus ajetreadas vidas, siempre en movimiento, de aquí para allá, bien sea a lo largo del mundo o de la gran ciudad, se han detenido en un momento de espera. Un momento en el que contemplan para terminar creando un impasse de pensamiento sobre sus vidas.

Tradicionalmente, la mirada a través de la ventana era un motivo visual recurrente para narrar los sueños, los anhelos o la profunda melancolía de un personaje. En una evolución posterior, se utilizaría como figura auto-reflexiva del propio dispositivo del cine. (¿Hace falta citar a Hitchcock?). Pero aquí el motivo no se corresponde con ninguno de esos modelos: la ventana es un espacio vacío en el que sucede la revelación que empuja a los personajes al cambio. Estos se transforman mirando a través de ella, sin necesidad de ver nada, ni tan siquiera un pájaro.

A partir de ese instante, una mala película se hubiera dedicado a explorar el dolor de la ruptura y sus consecuencias. Por el contrario, Bird People opta por narrar, por buscar una vía de aprendizaje para ese momento en que los personajes deciden volar fuera del nido y construirse una nueva vida lejos de las viejas certezas y las malas costumbres. Siguiendo la estrategia de lo que hemos llamado bloques complementarios a lo largo del tiempo, el de Gary relata la manera en que se produce la ruptura propiamente dicha, mientras que el de Audrey —atención, a partir de aquí un spoiler importante— continua escenificando la manera en que se emprende la edificación de una nueva vida de manera abstracta, dando un giro narrativo extremo, sorprendente y tremendamente importante: la chica se convierte en pájaro y adopta un punto de vista análogo al de esos gorriones a los que contemplaba desde el vagón en que viajaba hacia su lugar de trabajo.

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¿Qué pasa con este desvío radical de Bird People que se asemeja al que han decidido articular sus dos personajes protagonistas? ¿Cuál es su relevancia? Se podría pensar  que la película de Ferran nos interroga sobre la mirada de aquello que nos mira, sobre esa faz del animal citada por Rilke. Sin embargo, creo que la cuestión tiene que ver más con cierta idea de la temporalidad. Es decir, que Bird People trataría de indagar en esa temporalidad encarnada en lo animal: en aquello que está fuera del tiempo como invención puramente humana. Un tiempo animal que también denominamos tiempo, o no-tiempo en el mejor de los casos, como se ha inventado recientemente Sergi Sánchez (véase Hacia una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporáneo), pero que, pese a todo, continua supeditado a un punto de vista humano.

La transformación de Audrey en pájaro sería, por tanto, la escenificación de una lucha para escapar del antropocentrismo al que también está condenado el tiempo. ¿Es posible escapar del tiempo, entendido como una serie de códigos y coordenadas que definen y ordenan cualquier tipo de vida? ¿No es este gesto equiparable al de la joven esposa aburrida del militar paralítico en Lady Chatterley, que huía a un monte cercano a su casa para encontrarse con el guardabosque y vivir una aventura amorosa a espaldas de su marido? ¿Aquel encuentro sexual y de amor furtivo entre los árboles no era también una tentativa de construir un nuevo tiempo que redefiniera la vida de un personaje tan estancado como Audrey y Gary en Bird People?

No cabe duda: cambiar de vida es emprender la búsqueda de una temporalidad innominada que late irremediablemente en la partición originaria que ha separado al hombre y al animal.

 

© Ricardo Adalia, abril 2015