Yuki & Nina

La imaginación como salvoconducto

Nobuhiro Suwa parece empeñado en construir su propio microcosmos íntimo a partir de la reescritura de la Historia del Cine. Son muchos los cineastas y las películas a los que Suwa ha convocado a lo largo de su filmografía: en 2/Duo (2/dyuo, 1997), su primer trabajo, el director retrata una tortuosa relación entre dos jóvenes bajo la que confluyen los ecos de Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, M/Other (1999) es otra incisiva aproximación al mundo de la pareja que termina desembocando en la eterna dicotomía entre tradición y modernidad que vertebró la obra de Yasujiro Ozu y que Suwa rescata y actualiza en muchos de sus filmes; H/Story (2001) y Una pareja perfecta toman como referentes, respectivamente, a Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1958) y a Te querré siempre (Viaggio in Italia, Roberto Rossellini, 1954).

Yuki y Nina, coescrita y codirigida junto a Hippolyte Girardot, supone no solamente una nueva aproximación entre dos culturas (europea/asiática, francesa/japonesa) o la consiguiente aceptación de “el otro, el extraño, el extranjero” como semejante, sino también una gloriosa celebración de esa doble nacionalidad (que aflora aquí con mayor intensidad que en los anteriores trabajos de Suwa situados en tierras galas) que recoge el legado de “las dos sagas de cineastas que coexisten en los genes del matrimonio Suwa-Girardot” (1). Tenemos pues, por un lado, las lecciones impresionistas de raíz renoiriana recogidas por directores asiáticos como Apichatpong Weerasethakul o Naomi Kawase (en el trabajo con la luz o en el protagonismo que adquiere naturaleza) y, por el otro, la alocada experimentación narrativa y dramatúrgica con la que un director como Arnaud Desplechin se acerca a los maestros de la crónica familiar y sentimental (la carta recitada en la que Yuki se despide de Nina mientras pasea por el bosque, la declaración que hace el personaje interpretado por Girardot a la niña cuando esta le encuentra bailando con la música a todo volumen).

El proceso de acercamiento cultural que entraña Yuki & Nina (en sus dimensiones cinematográfica y extracinematográfica) es, por un lado, un síntoma evidente del devenir de nuestros días, y, por el otro, ofrece indudablemente la posibilidad de seguir o de rescatar su rastro en otros trabajos precedentes, pero igualmente recientes, acometidos por otros realizadores asiáticos. Quizá el referente más familiar sea El vuelo del globo rojo (Le voyage du ballon rouge, Hou Hsiao-hsien, 2007). Girardot reconoce la influencia del filme de Hou Hsiao-hsien, en el que intervino como intérprete. El pequeño protagonista de El vuelo del globo rojo logra evadirse de las complicaciones cotidianas mientras sigue por la ciudad el vuelo de un globo rojo, que parece estar siendo dirigido por un inquietante y juguetón fantasma (más que por el viento o por un figurante camuflado de verde). Ante uno o varios hechos dramáticos y desestabilizadores, la imaginación deviene en fiel, sana e inmejorable compañera.

Si la ponemos en relación con el resto de la filmografía de Suwa, Yuki & Nina es otra “pieza del puzle” que la trayectoria del director nipón ha ido construyendo alrededor de las relaciones afectivas y de los roles familiares. El quiebre al que se enfrentan los personajes femeninos de Suwa en sus obras anteriores -el matrimonio, el divorcio, una maternidad no elegida…- se traslada aquí al universo infantil de Yuki, la hija de una pareja que ha decidido divorciarse y que se ve obligada a trasladarse de Francia a Japón. Por otro lado, en relación a ese trabajo de tránsito y reescritura por las grandes obras de la modernidad, en Yuki y Nina parece operar una curiosa fusión entre el Víctor Erice de El espíritu de la colmena (1973) y los universos infantiles creados por Hayao Miyazaki.

No se trata solo de que la locuacidad y el carácter resolutivo e impetuoso de Nina nos remitan a la Isabel del filme de Erice, ni de que en el espíritu ensoñador y silencioso de Yuki se reflejen los ávidos ojos de Ana. Se trata también del modo en que ambos directores abordan el mundo de la infancia mediante las posibilidades formales del cine, de la sensibilidad con la que inscriben lo imaginario en el territorio de lo real y viceversa, del carácter esencialista con el que los universos fabulados por las protagonistas de ambos filmes vehiculan -aunque con distinto resultado- el tránsito de las niñas hacia el mundo de los adultos. En El espíritu de la colmena Erice filma la aparición de Frankenstein en un pueblo perdido de la meseta castellana y el trauma provocado en una niña por la violación que ejerce un adulto en su mundo imaginario. En Yuki y Nina Japón hace frontera con un bosque francés y la elipsis que elide el trauma es a su vez un flashforward y un recuerdo en el que pasado, presente y futuro se entrelazan.

En Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) las hermanas protagonistas afrontan la enfermedad y la ausencia de la progenitora conectando con una mágica y energética representación de la naturaleza. Descubrirán accesos secretos y agujeros mágicos entre la vegetación, sintonizarán con “Totoro” y su comitiva de diminutos seres y contemplarán extasiadas en su jardín el surgimiento de enormes brotes. Yuki y Nina urden una carta escrita por “El hada del amor” y, antes de la fuga de Yuki, jugarán a las palmas, al escondite inglés o recordarán a Wall-E y Eva mientras miran el cielo.

El tramo final de Yuki & Nina reactiva en la retina una nueva secuencia de Mi vecino Totoro. En el filme de Suwa y Girardot, Yuki insiste a su madre en hacer una parada en el camino. La niña sigue un sendero que le conducirá a una casa deshabitada que, sin embargo, recuerda. En ese momento se produce otra activación: aquel lugar rescata en la memoria de la madre un recuerdo infantil. Ella solía jugar allí de niña. En esta bella resolución, madre e hija se encuentran como nunca antes lo habían hecho: la fuga de Yuki, donde la imaginación actúa como una modalidad de rebeldía en pleno proceso de adaptación, queda así vinculada al pasado infantil de su madre. Al padre de Satsuki y Mei le sucede algo similar con un árbol en la película de Miyazaki.

En Yuki y Nina resulta particularmente emotiva la puesta en escena de los intentos de comunicación entre los adultos y las niñas. Yuki suele expresarse con pocas palabras, prefiere observar o bien comunicarse a través de los gestos y el silencio: le basta con alejar en la mesa el billete de avión para reafirmarse en su negativa a marchar a Japón con su madre. Nina, más descarada e impaciente, rechista con agitación y elevando el tono de voz para mostrar su disconformidad ante el estado de las cosas. Cuando ambas conversan con la madre de Nina acerca de la separación entre los padres de Yuki, aquella opone su terquedad y las respuestas racionales de su madre -“La vida no es fácil. No es siempre como queremos que sea”; “Porque es el fin del amor. Eso es todo”- no le sirven.

Mei se desgañitaba en Mi vecino Totoro al resistirse a comprender por qué su madre enferma debía posponer su regreso a casa. En la emocionante escena, casi la única de este filme, de La cinta blanca (Das weisse Band – Eine Deutsche Kindergeschichte, 2009), Michael Haneke sienta en una mesa a un niño inquisitivo incapaz de comprender el porqué de la muerte. Y extrañamente todo esto nos llega a nivel primario, conecta con las grandes preguntas que uno no deja nunca de hacerse, convoca una incómoda sensación existencial que tiene que ver con la angustia, la desesperación, la soledad y/o la impotencia al no poder cambiar el curso de los acontecimientos: al no poder evitar el desenamoramiento de una pareja, otrora amantes; al no poder prever la enfermedad ni frenarla; al no poder regresar a los muertos.

En parte de la filmografía de Suwa –2/Duo, M/Other, H/Story-, las películas contienen explícitamente en su título dos conceptos en apariencia ajenos y opuestos que en el transcurso de las mismas van aproximándose y confundiéndose. La “&” que enlaza en el título los nombres de Yuki y de Nina, y que al parecer es una conjunción muy empleada en el lenguaje infantil, funciona al final como el nexo copulativo que es y reincide en la naturaleza inquebrantable de esa amistad pura más allá de las fronteras y las distancias. La tecnología les servirá para el enlace transnacional y como antídoto contra el olvido. Al fin y al cabo, lo más difícil ya lo habían conseguido: encontraron a alguien con quien poder intercambiar mundos imaginados.

 

 

(1) LAMBIES, Josep: “El gran espacio del cine”, Contrapicado, n.º 34, diciembre, 2009.