Viajo porque preciso, volto porque te amo
Carretera y agua
Durante un pasaje de su periplo “geológico” por la árida región brasileña del Sertão, el protagonista de Viajo porque preciso, volto porque te amo (Karim Ainouz, Marcelo Gomes, 2009) —al que nunca vemos el rostro (fuera de plano, el actor Irandhir Santos), pero cuya voz acompaña casi todo el trayecto— inmortaliza en una estampa fija a un matrimonio anciano, Nino y Perpétua. Desde que se conocieron muchos años atrás nunca se separaron, nunca durmieron distanciados bajo distinto cielo, siempre el uno junto al otro. La cámara que los perpetúa no oculta su admirada idealización. Por un instante, Nino abandona el cuadro y el narrador en off manifiesta una honda tristeza, a raíz de ese instante no deseado de fuga del plano, una mínima ausencia imprevista que trunca dramáticamente una ansiada eternidad romántica, una brecha en el camino (o, al menos, a ojos de quien mira). “No quería filmarlos separados”, lamenta el narrador. Comenzamos asistiendo a la imposición explícita de un punto de vista omnisciente, desde la mente y el corazón de un geólogo de físico anónimo, y finalmente acabamos acompañando la reconstrucción de un tipo atormentado tras la reciente ruptura con su pareja, supuesta placa tectónica hecha trizas. Joana, su “gallega”, diosa y verdugo.
El personaje al que da vida (maravillosamente) afectada Juliette Binoche en Copia certificada (Copie conforme, 2010) se fija durante el último tramo del filme de Kiarostami en otro matrimonio anciano que plasma, casi como la escultura pétrea que la protagonista tanto admira, una continuidad compartida que mantendrán (al menos como ficción ansiada) hasta el final de los días. Ella comparte con el protagonista de Viajo porque preciso, volto porque te amo su negación a aceptar el final de un relato. Este último logra alcanzar una deriva, que es simultáneamente un modo de (necesaria) continuación, un nuevo capítulo de una existencia que debe seguir siendo vivida. Una vez somos conectados al lánguido estado de ánimo del geólogo protagonista, le acompañamos por carretera y pretendemos una posibilidad de redención antes que un acto suicida, aunque quizá solo sea por instinto de supervivencia. Y es que no es lo mismo promocionar tu propia perspectiva que apropiarse de la construcción de un diario íntimo y hacerlo público. Diferentes opciones de exposición.
Esta singular road movie es una bitácora subjetiva de superación amorosa (más bien desamorosa), un ejercicio de escritura/testimonio de un proceso ficcionalizado y a su vez un cuaderno de campo, documento de un terreno geográfico y antropológico que se irá correspondiendo con la evolución anímica del narrador. Los directores, Karim Ainouz y Marcelo Gomes, explicaban en Cinetecanacional.net que la zona del Sertão “tiene un encanto particular” porque es la tierra de sus padres y decidieron “contar la historia a través de un viajero que colecciona imágenes, sonidos y música”. Simultáneamente pretendían realizar un filme “cercano, personal, artesanal, improvisado, similar a un álbum familiar, a una carta de amor”. Les ha salido honesto y emocionante.
El dúo de realizadores brasileños encuentra en la fragilidad y las texturas logradas en súper 8 (y otros formatos como 16 mm., vídeo y fotografías) una sintonía profunda con el relato afectado de un joven que ha sufrido un cortocircuito y se ha desconectado con el mundo tras una caída romántica. Viajo porque preciso, volto porque te amo ofrece así un consciente antídoto contra el mal de amores, un revulsivo compuesto de varias capas que comparten una naturaleza semejante: la exposición, e incluso la sobreexposición, y las interferencias. El protagonista parte de un estado inicial de introspección, autocompasión y soledad, pero pronto va dejándose atravesar de nuevo por la vida (los paisajes que encuentra en su camino, la sequedad de un clima, las gentes que retrata y en las que detiene su cámara) y ello se plasma tanto en esa imagen titilante que se vela, satura o sobreimpresiona, como en esas melodías melancólicas que conducen a un microvómito melódico, a una vía reparadora de aceptación (“Y allá en el otro mundo/que en vez de infierno encuentres gloria/y que una nube de tu memoria/me borre a mí”) y, por ende, a la continuación del camino.
Asistimos a una triple capa, a los movimientos solventes de una superación en tres fases, trazando sugerencias y aportes como espectadores, a través de su enfoque narrativo, su evolución musical y su collage formal y material. El arranque nos sitúa en un estancamiento melancólico y nostálgico —una carretera sin fin, desierto circundante agotador e inabarcable— donde el narrador trata de concentrarse, e intenta convencernos de ello, en la inspección geológica de la zona, en el uso de sus herramientas de medición y en las características del terreno mientras sigue un calculado cronograma. Fantasma patético, observador frío suspendido en un tiempo al que no siente pertenecer. El personaje se ve perseguido por la misma sombra que oscurece a los protagonistas de las recientes Two Lovers (James Gray, 2008), Todas las canciones hablan de mí (Jonás Trueba, 2010) o, desde una dimensión distinta, La red social (The Social Network, David Fincher, 2010) o Mundane History (Jao nok krajok, Anocha Suwichakornpong, 2009). Una etapa prolongada de autocompasión donde habitamos en una abatida y bastante coetánea incomunicación.
Gradualmente va asomándose una postura crítica frente a la construcción del canal y recuperando la implicación con su entorno, en poblaciones de paso o en moteles de carretera. Empieza a fijarse en otros “otros”, a ver fuera de él no solo a Nino y Perpetúa. También a Honey Eyes, una niña que ve en la carretera, a las cuatro hermanas de una familia, a la bailarina Paty, a la pareja del circo (Carlos y Selma), a un fabricante de colchones… Se producirá entonces la catarsis final, el definitivo impulso hallado tras una esforzada ascensión y cuando uno regrese tras el salto de las profundidades acuáticas se sentirá un individuo nuevo y libre para continuar su ruta, incierta pero ilusionante, como un filme que ha sabido arrojar una luz diferente al tan manido asunto del mal de amores, como una intuida y anunciada desaparición de una zona del mapa.
© Covadonga G. Lahera