The Tribe

La corporeidad del lenguaje

La película está rodada en lenguaje de signos. No hay traducción ni subtítulos ni voz en off”. La advertencia con la que comienza The Tribe (Plemya, Miroslav Slaboshpitsky, 2014) no deja lugar a dudas. Su desarrollo impacta por la innovación y la originalidad a la hora de mostrar el conflicto en una banda delincuente juvenil: el espectador se enfrenta a un habla sin sonidos, a unos gestos cuyo significado debe tratar de entender lo mejor que pueda. Un colegio para jóvenes sordomudos sin muchos recursos es el escenario donde se desarrollan las relaciones de poder, la ganancia de dinero fácil y rápido, el proxenetismo y hasta el asesinato. Situaciones que se alimentan del ansia por subsistir y de mantenerse firme dentro de la consolidada jerarquía que forma La Tribu. Los más pequeños venden muñecos durante los viajes en tren. Los mayores, atracan a los viandantes y utilizan a dos chicas para que se prostituyan en un aparcamiento de camiones. Por supuesto, cuentan con una ayuda externa: uno de los profesores del colegio es quien les proporciona material para vender y quien lleva a las jóvenes en su furgoneta.

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La narración se centra en Sergei, el nuevo estudiante de la escuela. Lo vemos llegar en autobús y preguntar con gestos una dirección. Llega solo y se va solo: la primera y la última secuencia del filme sirven para centrar la historia en el muchacho y su contacto con ese territorio hostil y desconocido. Nada más llegar a la escuela, es atraído forzosamente hacia la cuadrilla criminal: examinan su cuerpo en busca de alguna marca que no nos aventuramos a adivinar; ha de donar su dinero al grupo, aunque nunca parece ser suficiente; tiene que pelearse con otros chicos y cumplir las tareas asignadas para ser uno más. Myroslav Slaboshpitsky es el autor de The Tribe, su primer largometraje, donde desarrolla algunos temas tratados en sus cortos. En Diagnosis (Diagnoz, 2009) se aproximaba a un drama social de las clases bajas provocado por un embarazo. En Nuclear Waste (Yaderni wydhody, 2012), un matrimonio que trabaja en una central nuclear hace el amor con la misma indiferencia con la que realiza el resto de tareas. Deafness (Glukhota, 2010) es el antecedente directo de The Tribe, pues es un episodio en la vida de un chico alojado en un colegio para sordomudos y está rodado en una sola toma; además indaga en el aspecto social y no se oye ni una sola palabra.

Slaboshpitsky cuenta con recursos de sobra para edificar una trama efectista. De hecho, busca impactar tanto en el aspecto formal como en la brutalidad en las ocasiones más destacadas. Una de ellas es un aborto, momento que guarda ciertas similitudes con la rumana 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, Cristian Mungiu, 2007) por varios motivos: la misma escena de la interrupción del embarazo, las largas secuencias y la distancia en el punto de vista… El director ucraniano además introduce en su historia cierto humor negro. Sergei asciende a su puesto como proxeneta solo después de que el anterior haya fallecido. Su muerte es de lo más absurda: después de haber dejado a las dos jóvenes prostitutas con los camioneros correspondientes, se queda detrás de un camión fumando un cigarro, incapaz de oír que este está dando marcha atrás.

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Sergei comparte protagonismo con una de las chicas que se prostituyen, Anna. Al mismo tiempo que se narran sus idas y venidas con el resto de jóvenes, conocemos las que afectan a la chica. El paso de uno a otro funciona de la misma manera que algunos de los planos secuencia: tan pronto la steadycam sigue a unos como se detiene ante otros personajes. Cuando las dos chicas son acompañadas a la policía para hacer los trámites con los que conseguirán pasaportes italianos, la cámara espera a que llegue la furgoneta. Después, siempre desde el exterior, acompaña al líder de la banda y al profesor que los lleva en su vehículo, mientras mantienen una conversación. Se detiene frente a dos ventanas, donde las jóvenes son atendidas por la policía, hasta que terminan, justo en el instante en que los dos hombres vuelven a pasar por allí, arrastrando de este modo a la cámara hasta la furgoneta. La construcción de la película a base de planos secuencia y un punto de vista exterior y lateral provoca una relación entre los personajes cuya exactitud es casi coreográfica.

El espacio por el que se mueven los personajes, así como su merodeo en ellos, tiene un gran peso en el resultado final. El punto de vista pasivo y exterior al que se ve forzado el espectador sugiere la misma frialdad que el invierno en el que se suceden los acontecimientos. En una de las escenas, la cámara sigue a un hombre que sale del supermercado llevando la compra. Enseguida los chavales lo persiguen y lo acechan desde lo alto de unas escaleras mientras las baja, hasta que finalmente van a por su presa. La cámara, aunque también se acerca, mantiene siempre cierta distancia, como nosotros los espectadores, que no sentimos el dolor de los primeros planos sino la distancia con la que contempla el voyeur. Ese alejamiento lo encontramos también en la pelea de iniciación de Sergei, cuyo único problema es la credibilidad en los golpes y por tanto falla en su naturalidad. Resulta interesante, aun así, contemplar el plano general en su totalidad, pues hay un movimiento constante en los gestos del público que contempla la disputa. Es el ruido de las conversaciones expresado por la actividad corporal.

Las escenas de sexo son también filmadas casi con la misma frialdad de las contiendas. El lugar escogido no ofrece ningún aliciente (una sala de calderas) y no existe ningún tipo de afecto. Además, no significa lo mismo para cada uno: para ella es un negocio y para él una necesidad. Seguramente se trata de una carencia más allá de lo sexual, pues tiene más que ver con la búsqueda de compañía que con el puro instinto. Al enamorarse de la chica que ejerce como prostituta, Sergei rompe el pacto con la tribu y pierde prestigio dentro del grupo: lo relegan de su puesto como proxeneta y ya no duerme en la habitación de la banda sino con un alumno con síndrome de Down.

 

El aspecto visual

The Tribe es una película interpretada por sordomudos hecha para un público que puede oír: la escena en que muere el primer proxeneta o la secuencia final del filme son pruebas fehacientes. El objetivo, o quizás uno de ellos, es transmitir cierta confusión ante una lengua que desconocemos, pero que al ser totalmente visual deja nuestro oído en un segundo plano. Si bien el seguimiento de la historia es fácilmente comprensible, pese a que no entendamos todas las conversaciones ni nos quedemos con los detalles, sí que hay una provocación por poner al espectador en una situación incómoda, la de aquel que no es capaz de entender a sus semejantes. Haneke lo había ensayado de manera convincente en Código desconocido (Code inconnu: Récit incomplet de divers, 2000), donde, en una historia coral, las personas nunca llegan a entenderse, incluso hablando el mismo idioma, ya sea por diferencias de clase (la mujer que emigra para pedir limosna en París), por las diversas aspiraciones profesionales y amorosas (un fotógrafo que no pasa demasiado tiempo con su pareja) o por la valoración del propio negocio familiar frente a una vida más moderna (el hijo de un granjero que prefiere marcharse a la ciudad). Pero lo más significativo en esta película, para el caso que nos ocupa, es que Haneke utiliza como prólogo y como conclusión dos secuencias en las que unos niños sordomudos juegan a adivinar lo que una niña representa con gestos. No hay un lenguaje reconocible ni para el espectador, que se atiene a una serie de signos sin explicar, ni para el resto de chicos, que tampoco entienden la escena que interpreta la niña. La incertidumbre es el rasgo que define Código desconocido, y la utilización del lenguaje de signos en esta secuencia responde al afán de transmitir esa inquietud.

Estamos de acuerdo, por tanto, en que Slaboshpitsky sugiere, acompañando nuestra incomprensión inicial con respecto a ese lenguaje nuevo al que nos enfrentamos, unas intrincadas personalidades a las que no podemos acceder fácilmente. Además de unas intenciones que apenas logramos entender: ¿ayudan a las chicas a emigrar a Italia para buscar una vida mejor, o bien para seguir aprovechándose de ellas? ¿Qué visión de la Ucrania actual se está insinuando, a la luz de esa clase sobre la Unión Europea? Sea como fuere, los elementos dudosos son parte del tono frío que presenta el filme, un rasgo que permite adaptar la estructura formal de la película a la caracterización de los personajes. Especialmente compleja es la personalidad de Sergei, de quien tampoco tenemos ningún dato adicional sobre su vida, más que su incapacidad para encajar en la banda, adaptarse a las actuales circunstancias o satisfacer sus deseos. Si bien la crueldad es mostrada inicialmente por aquellos chicos que no dudan en pelearse, explotar a los más pequeños o atracar a un hombre en plena calle, Sergei demuestra que también puede sacar al exterior su lado más oscuro, ya sea robando o utilizando a la chica para su propio beneficio. O incluso, como es evidente, en la magnífica secuencia final, donde se concentra toda la frustración acumulada en una venganza cuya pasmosa serenidad solo es posible prescindiendo del sigilo (que asimilamos con el oído), pues nadie es capaz de oír sus pasos.

Todos los elementos del filme (los planos generales, las largas secuencias, la fotografía gris y desasosegante, la escenografía impersonal y hostil, la búsqueda de realismo y la ausencia de música…) otorgan preeminencia al aspecto visual, aunque no necesariamente en detrimento del sonido. Jamás oímos las voces de los protagonistas y, sin embargo, el efecto auditivo se acrecienta cuando se escapa algún alarido. Es el caso de Anna, que nos hace padecer su dolor durante el aborto gracias a una actuación realista cuyo gemido, inaudible para ella y no así para nosotros, nos recuerda que The Tribe no es para nada una película silenciosa. El propio director ucraniano ha declarado que su filme es una especie de homenaje al cine mudo, a todas esas películas que eran comprensibles pese a la ausencia de voces, y en las que los actores gesticulaban expresivamente. Slaboshpitsky logra dar voz a aquellos que no la tienen de manera peculiar: dejando que sean los cuerpos quienes hablen, permitiendo, así, visibilizar el lenguaje. Y en esto el cine tiene mucho que decir.

 

© Pablo García Conde, noviembre 2014