Aux yeux des vivants
No al cine en formol
We can learn about [preservation] from exceptional people (…). I am speaking of the life of a man who knows that the world is not given by his fathers, but borrowed from his children.
W. Berry
La nostalgia debe morir o seremos nosotros quienes muramos. Cines que cierran contra cines que abren para hacer revivals de aquellos maravillosos años en que crecimos. Mirar hacia delante no significa matar al padre, significa tomar su herencia para llevarla más allá, para actualizarla y hacerla llegar a las siguientes generaciones; debemos masticar y digerir lo que nos precede para poder regurgitar algo responsable con nuestro pasado que sea, al mismo tiempo, fruto de nuestro presente y, en última instancia, extensible hacia el futuro. Todo, a su vez, sin perder nuestra huella, nuestra identidad, aquello que nos hace únicos en este vendaval de información que es este recién estrenado siglo XXI.
Bustillo y Maury
El rostro de Béatrice Dalle nos recibe, una vez más, para arroparnos en el terror de la pareja artística que conforman Alexandre Bustillo y Julien Maury. Los conocimos con aquella terrorífica historia de maternidades frustradas que era À l’interieur (2007) y, tras Livide (2011), esperábamos con ansia el reencuentro, tanto con ellos como con Dalle, una de nuestras peores (y dulces) pesadillas. En efecto, la mente del aficionado al terror es así, contradictoria.
Dalle, con un rostro añejado y una mirada que no deja de aterrorizarnos por su increíble capacidad de expresión, cobija bajo sus ropajes un bombo de embarazada que, automáticamente, nos retrotrae a la túnica negra de À l’interieur. En aquella, Dalle paliaba la pérdida de su hijo con el extirpamiento del bebé de otra mujer sin escatimar en esfuerzos ni en métodos salvajes. El trauma no buscaba en la venganza (como cabría pensar) su elemento liberador, sino que era la justicia (un tanto subjetiva, sin duda) lo que llevaba a su personaje a tal acción, pues la recuperación de su rol de madre amagaba al mismo tiempo un acto de justicia poética: extraerle ese privilegio a quien se lo arrebató a ella.
Es significativo que Dalle no vuelva a aparecer en Aux yeux des vivants (2014) tras la breve y salvaje entrada que ocupa los primeros diez minutos de la película. También lo es que en ese inicio la veamos embarazada y que el tono oscuro de ese fragmento contraste tantísimo con la siguiente media hora de metraje. Maury y Bustillo nos sitúan en un pasado, el suyo, el de À l’interieur, para acto seguido llevarnos más allá en ese viaje temporal. La siguiente parada no es otra que los tan nostálgicos ochenta, época en la que ellos se cultivaron como espectadores.
Los ochenta
Un grupo de niños en su último día de clase; huele a verano, a atardeceres en el campo, a bicicletas y aventuras en días largos sin obligaciones escolares. Huele a libertad y a buenos tiempos, sin duda, pero también a conflictos familiares y a muchas ganas de huir de la realidad con los amigos. No es baladí que los tres chavales de Aux yeux des vivants procedan de entornos familiares no tradicionales. El cine de Spielberg está lleno de ausencias paternas (E.T. el extraterrestre (E.T. The Extra-terrestrial, 1982)) y tanto los niños más famosos de Rob Reiner (Cuenta conmigo (Stand by me, 1986)) como los de Richard Donner (Los Goonies (The Goonies, 1985)) vivían diferentes situaciones acordes a las nuevas formas de familia que empezaban a ser habituales en los Estados Unidos de la época. En este sentido, los protagonistas de Aux yeux des vivants no desentonarían en dicho entorno social: Victor es huérfano de padre, pero vive con su madre, sus dos hermanos y su padrastro; Dan está sufriendo la separación de sus padres; y Tom comparte casa con su padre alcohólico y maltratador.
La aventura estival infantil es otro de los componentes de aquellas películas ochenteras que podemos encontrar también en Aux yeux des vivants. Victor, Dan y Tom se escapan de la escuela en el último día de clase para revisitar las viejas instalaciones de un abandonado estudio de cine levantado en las afueras de su ciudad. El lugar, Blackwood, conserva los restos de una época pasada, incluidos los escenarios de un barco pirata, una capilla y las cantinas del oeste…, y hacia esas ruinas del siglo XX se dirigen los tres para protagonizar su aventura. El espacio es relevante como metáfora; es, quizás, el primer signo de aquello que los directores nos intentan decir, aunque no será el último. De hecho, que la aventura en Blackwood acabe como una auténtica pesadilla (en Aux yeux des vivants los monstruos no se apaciguan con chocolate) es significativo.
Sin duda, aquellas aventuras ochenteras servían para los jóvenes protagonistas como un camino de aprendizaje hacia la vida adulta, así como para huir, en muchas ocasiones, de un conflicto familiar. ¿Pero eso sigue funcionando en Aux yeux des vivants? La respuesta es un no radical, pues Maury y Bustillo nos sitúan en un ambiente conocido para violar (casi literalmente) nuestras expectativas. Aquí y ahora, parecen decirnos, aquel cine ya no es posible. Nuestros chavales ya no son tan inocentes, nosotros como adultos (y como espectadores) ya no somos tan optimistas, por lo que ese cine de la nostalgia no sirve casi para nada. Casi…
Siglo XXI
Los últimos tres cuartos de hora de Aux yeux des vivants entroncan con la propuesta que los franceses ofrecieron en Livide. La irrupción de tres chavales en el hogar de un monstruo desata el plan de acabar uno a uno con ellos. Está en juego la continuación genética de una saga familiar y los progenitores harán cualquier cosa para mantener a salvo, revivir o recuperar a sus retoños, incluido matar a todo aquel que acecha su casa. La supervivencia de la estirpe es, en última instancia, el tema principal del cine de Maury y Bustillo. Y eso es, precisamente, lo que hacen en Aux yeux des vivants con el cine del que bebieron: sumando su personalidad (a la que apelan a través de los diez primeros minutos que tanto recuerdan a À l’interieur) al imaginario que les influenció como espectadores (el de los ochenta, que se evoca en el segundo fragmento de la película), crean un nuevo cine, propio del siglo XXI pero también respetuoso con su identidad y con quienes les precedieron (la tercera parte del filme). Esta es, ni más ni menos, la interpretación que de Aux yeux des vivants se extrae; no estamos ante un homenaje nostálgico (como Super 8 (J. J. Abrams, 2011)) o Héroes (Pau Freixas, 2010)), tampoco ante un ejercicio de estilo (La casa del diablo (The house of the devil, Ti West, 2009)); sino ante un reconocimiento que es, al mismo tiempo, un paso adelante hacia la evolución de la tradición (como hacía James Wan en Insidious (2010)).
De hecho, todos los malos de Maury y Bustillo guardan a su descendencia muerta en algún estado, ya sea el feto en un crisol con formol de Aux yeux des vivants o esa suerte de estatua de la niña bailarina en Livide. De acuerdo con André Bazin, mantener a los seres queridos después de la muerte es una de las razones básicas para el surgimiento del arte, desde las momias hasta el cine. ¿No es la conservación otro de los temas recurrentes que subyace a la filmografía del dúo francés? ¿No responde Aux yeux des vivants al deseo de conservación del cine del pasado para traerlo al siglo XXI con un punto de vista nuevo? ¿Son acaso los directores los vivants de los que se nos habla en el título, y el cine ochentero aquello que sus ojos observan?
Durante la proyección de la película en el último Festival de Sitges, Joe Dante se hallaba entre el público del cine Retiro. Su presencia, por su condición de director ochentero que ha marcado a la generación de Maury y Bustillo, no puede ser mejor metáfora para esta nuestra interpretación de Aux yeux des vivants. No obstante, y dejando las posibles sobreinterpretaciones aparte, está claro que en la película son fácilmente reconocibles el estilo y las obsesiones de sus cineastas, así como la herencia recibida durante su educación cinéfila. Y quizás por ello estemos ante la más ambiciosa y rica de sus creaciones.
© Mónica Jordan Paredes, noviembre de 2014