The Box

El neo-pecado no-original

No deja de ser sorprendente la inmediatez con la que actualmente somos capaces de cubrir necesidades básicas mediante el click de un botón. En un minuto podemos tener nuestros alimentos preparados; con un gesto de dedo, nos (mal)informamos y entretenemos con el televisor al mismo tiempo que salvamos distancias familiares a través de un teléfono. Acostumbrados como estamos al ipso facto, abrumados por la comodidad que supone y agradecidos por el generoso ahorro de tiempo que eso nos reporta, a veces fallamos en reflexionar sobre las causas y entresijos que permiten esa velocidad. Nos ocurre, por ejemplo, al comprar unas zapatillas [insert brand here] de última moda a pesar de que en la puerta de la tienda alguien pretende hacerte saber que esa empresa utiliza infantes en sus fábricas para abaratar costes de producción.

En The Box (Richard Kelly, 2009) el planteamiento inicial gira alrededor de cuestionarse las facilidades de nuestros días, y lo hace mediante la explicación de sus consecuencias, algo que no suele ocurrir en la vida real pero que de suceder llamaría directamente a la puerta de nuestras conciencias. Personajes normales en situaciones extraordinarias dando rienda suelta a las obsesiones de un director que repite premisas en un ejemplo disfrazado del eterno retorno nietzscheano. Norma y Arthur tienen al alcance de su mano la solución aparente a todos sus problemas y es tal la comodidad y facilidad ofrecida que, pese a saber que la consecuencia será la muerte de una persona, ella acaba por rendirse a la tentación (importante el aura bíblica que acompañará la trama durante toda la película).

La estructura de repetición con la que se presenta la historia del botón (la opción de pulsarlo será ofrecida invariable e incesantemente a otras parejas) puede llevarnos a aventurar que obedece a la forma de una espiral, pero al añadirle la importancia de la conciencia y de la toma de responsabilidades nos desvela que Kelly cierra la estructura y la convierte en cíclica: Norma acaba muriendo como consecuencia de haber pulsado ese botón. Es decir, la persona que tenía que morir, esa a la que no conoce según le asegura el inquietante y lynchiano Arlington Stewart, no es un ser hipotético, sino el lado macabro e inconsciente de su propio yo, la Norma alejada de la ternura y bondad que desprende durante toda la película. Como ocurría en su debut, Donnie Darko (Richard Kelly, 1999), el director ofrece el suicidio como irremediable solución para salvar a los seres queridos de su personaje (o a la humanidad) y, a la vez, como única y auténtica redención para el protagonista; algo que se encuentra también en Southland Tales (Richard Kelly, 2006) resumido en las líneas que ponen fin a tan apocalíptico filme, extraídas del poema Los hombres vanos (T.S. Elliot, 1925): “This is the way the world ends / not with a whimper but a bang. Norma es testada (como en su día lo fue Eva con una manzana) y al suspender la prueba es conducida a un suicidio para reinventar la historia bíblica y hacer que, esta vez sí, Adán pueda volver a entrar en el Paraíso mediante una extraña arca alienígena liderada por un hombre resucitado, Arlington Stewart.

En el momento de la prueba en la biblioteca, Arthur es llamado a elegir entre tres columnas de agua (porque en las películas de Kelly el agua es siempre símbolo de destino a seguir) que ejercen de colofón ceremonial a un acto que bien puede recordar al del bautismo a nivel metafórico o a las aventuras gráficas en su parte más estructural. Tras su elección, y ya de vuelta a la acuosa placenta que simboliza su renacimiento, Arthur debe salvarse a sí mismo (1) del mismo modo que Norma debe quitarse del camino. “Este es el Purgatorio”, se nos dice; y Arthur tiene su destino en Marte (o en su Edén soñado) mientras su esposa arderá en el infierno -como ya se nos avisaba en la escena de la clase en la que, a través del paralelismo con A puerta cerrada (Sartre, 1944), se nos presenta a Norma como una nueva Estelle (2).

Si bien el punto de partida de The Box es un relato corto (Button, button; 1970), Kelly abandona rápidamente el relato de Matheson para acercarse -sin ocultarlo- al infierno de la obra de Sartre. Es a través de este modus operandi de entrelazados culturales cómo el joven director enlaza sus tramas y las agranda haciendo uso de una de las premisas de la posmodernidad: la mezcla. Kelly cuece una historia de ciencia ficción con sabor añejo que tiene como ingrediente incómodo unas interpretaciones de cartón-piedra semejantes a las que hicieron de El incidente (The Happening, M. Night Shyamalan, 2008) el supuesto bluff del 2009 y le añade una pizca de literatura, otra de teorías científicas, otra de hechos históricos y una de reinvención de algunos mitos religiosos para conseguir un acabado compacto y maduro que, como viene siendo habitual en su obra, se encontrará con el latigazo de la incomprensión del público y buena parte de la crítica.

 

(1) En el momento en el que el señor Cars, víctima previa de la historia de la caja, consigue hablar con Arthur y le explica que tuvo que escoger entre su mujer y su hija, le aconseja a nuestro particular Adán, literalmente, “sálvese usted”.

(2) El alumno de Norma define al personaje de Estelle con las siguientes palabras “se prostituyó por dinero y mató a su bebé”, en lo que funciona como alegoría para Norma. Añadimos que Estelle induce a su amante a suicidarse como, paradójicamente, le ocurrirá a Norma siendo ella la víctima de un suicidio no autoconsumado.