Ser jurado en Róterdam

Mi primer IFFR

Mi imagen de Róterdam se derritió como la nieve aplastada que cubría las calles de la ciudad durante los dos primeros días en que la visité. Como primer festival fuera de España al que asistía, no había podido evitar idealizarlo durante semanas, desde que el Young Film Critics Trainee Program me aceptó como uno de los cinco jóvenes que lo recorreríamos, becados y entusiasmados por cubrir un grande.

Pero lo que me encontré fue sin duda una vuelta a la tierra, un festival pragmático que se sustenta en un equilibrio entre cultura, industria y gobierno. Cierto que el Internacional Film Festival of Rotterdam (IFFR) se define como una plataforma de lanzamiento de nuevos talentos y maneras de ver el cine, pero los discursos de apertura del director general, Rutger Wolfson, y de la directora de business, Janneke Staarink, evidenciaron que sin un mercado y un apoyo económico sólido el certamen no sería posible.

Precisamente, uno de los objetivos del programa Trainee era sumergirnos en las cuestiones pragmáticas de un festival de cine de renombre internacional. Y lo cierto es que gozamos de cierta libertad, pero siempre teniendo en mente los diferentes encargos que nos asignaron, tales como seguir de cerca la sección Signals y cubrir los encuentros de la industria durante los días de Cinemart, un espacio de networking entre productores y cineastas que se desarrolla durante varios días del certamen.

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Una escena de O quinto evanxeo de Gaspar Hauser, de Alberto Gracia, la película gallega premiada en la sección Bright Future.

El trabajo más importante, sin embargo, era formar parte del jurado FIPRESCI, en el que los trainees teníamos un voto colectivo que se sumaría al de los otros cinco periodistas cinematográficos. El jurado debía encontrar el mejor título de la sección Bright Future, esa hermana menor de los Tiger Awards. La selección contaba este 2013 con setenta y cuatro filmes, de los cuales solo diecinueve podían optar a nuestro galardón, pues eran los únicos estrenos mundiales o internacionales. Sea como fuere, el criterio para la selección completa de Bright Future es del todo coherente con la política del festival, ya que en la sección solo participan debuts o segundas películas, al igual que en los Tiger Awards.

 

Nuestras favoritas

Como miembros del jurado FIPRESCI, los trainees pudimos comprobar cómo más de una decena de las diecinueve seleccionadas no pasaban el corte en la primera reunión deliberativa y gran parte del debate final se destinó a comentar extensamente dos películas que sobresalían del resto por compartir un enfoque atrevido y diferente. O quinto evanxeo de Gaspar Hauser se llevó el galardón. La ópera primera del artista plástico gallego Alberto Gracia reinterpreta la leyenda de Kaspar Hauser, un enfant sauvage que socavó los fundamentos de la cultura ilustrada con su mera existencia y al que ya acudió Werner Herzog con su particular visión en 1974.

Hauser, crecido fuera de la educación germana, era una absoluta anomalía y suponía un desafío para los sistemas filosóficos de principios del siglo XIX. Como niño salvaje, problematizaba la figura del hombre como portador de la racionalidad y el estatus del lenguaje como verdadera conexión con la experiencia. Gracia saca partido a dicho personaje para evidenciar la impostura de nuestros conceptos racionales sobre la realidad. De este modo, su evangelio constata que el conocimiento pleno es imposible y que el lenguaje (y la ciencia) se fundamentan en un acto de fe.

O quinto evanxeo de Gaspar Hauser es también un filme de gran supremacía visual, donde los símbolos son vaciados hasta ser reducidos al absurdo. Ya sea en el viaje del conocimiento desde la oscuridad a la luz representado en la cueva/cabaña del protagonista, o ya sea en la aparición de Batman como un híbrido hombre-animal que vive en la impenetrable oscuridad y se convierte en compañero de cautividad de Hauser, la película convierte la simbología en antisimbología. Sin duda, Gracia destruye de forma tan cómica como lúcida nuestros referentes.

Su evangelio apócrifo se sostiene sobre la creencia irracional necesaria para alcanzar el conocimiento a partir de experiencias fragmentadas y coloreadas por una conciencia que nunca está inmaculada. La coherencia del cineasta alcanza al propio método de rodaje: en 16mm y sin capacidad de monitorizar lo grabado. De este modo, Gracia quiso preservar la espontaneidad de los actores. La filmación fue, en sus propias palabras, “un verdadero acto de fe, porque realmente no sabíamos qué íbamos a conseguir”.

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La cinta del holandés Kees Brienen, Dead Body Welcome, está basada en una experiencia real del propio del propio director del filme

La principal competidora de O quinto evanxeo de Gaspar Hauser fue otra ópera prima: Dead Body Welcome, dirigida por el actor y presentador de televisión holandés Kees Brienen. Se trata de un semidocumental (semi por ficcionado) que relata la historia de su propio director, que perdió a uno de sus mejores amigos antes de compartir con él un eclipse solar. Brienen decidió entonces viajar con el cuerpo de su compañero hasta la India, donde se produciría otro eclipse solar completo meses después. La crónica de esta experiencia da pie a una cinta altamente meditativa, una road movie trascendental en la que el propio actor, antes que despedirse de su amigo, parece querer decir adiós él mismo a su existencia. Silenciosa, emocional y en gran medida carente de ese punto de vista europeo u occidental que hubiera transformado la ceremonia india en un drama, Dead Body Welcome transmite sin palabras un estado mental transitorio, sumido en el trance.

 

El presente de Europa

El resto de la sección Bright Future se mantuvo varios pasos por detrás de estos dos títulos. Entre las candidatas que exploraban el cine de género, la más destacada fue Nordvest, de Michael Noer, que logra captar la angustia del protagonista al entrar en los círculos de la mafia danesa. Mientras que entre las seleccionadas que intentaban traspasar los límites del cine convencional y reorientar la experiencia del espectador, sobresalió Foudre, de Manuela Morgaine, una pieza de casi cuatro horas que explora el misticismo del rayo a través de cuatro actos en los que se mezclan la ficción y el documental.

Fueron, sin embargo, otras dos las películas que me inquietaron por las similitudes en sus temáticas, sobre todo considerando el país de dónde venía y el país en el que aterricé. Una coincidencia que es una prueba más de que el cine no solo se pretende como una ventana a la realidad, sino que de hecho es un espacio en el que las experiencias afloran y se materializan hasta constituir una representación muy visual del inconsciente colectivo que se ha instaurado en una Europa marcada por la crisis.

En la eslovaca Dakujem, dobre (Mátyás Prikler), el retrato sociológico no está precisamente oculto. La cinta recorre tres historias paralelas en las que tres familias sufren los efectos de la recesión económica europea de los últimos años. Una crisis que ha roto, y a la vez ha puesto en la palestra, el lazo entre vida, felicidad y trabajo que el capitalismo del siglo XX tanto se había afanado en construir y en ocultar de los ojos de los trabajadores. No en vano la cotidianidad del grupo de protagonistas de la película se deshilacha cuando la ayuda gubernamental, el salario o la seguridad laboral desaparecen. Esta ruptura da pie a una suerte de experimento psicosomático, pues la falta de estabilidad económica revierte en un estado de tensión que rebota en lo físico: en el grito, en la violencia, en el desprecio y en la vejación.

Desde la pareja de ancianos que ha monetizado su día a día (dos euros un planchado o cinco poner una lavadora) hasta el jefe de una compañía en pleno despido masivo de media plantilla, pasando por un matrimonio destrozado por el despido del marido, las tres historias de Dakujem, dobre se pretenden algo más que una descripción de un presente agrisado y marcado por la nostalgia de tiempos mejores. Una pretensión, sin embargo, que no se acaba cumpliendo del todo porque, en realidad, llueve sobre mojado. El cansancio que Prikler trata de transmitir no cala del todo en el espectador, pues la comunicación se corta hacia la mitad del largometraje. Quizás porque el oyente ya conoce el mensaje.

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Disappearing Landscape, una historia tripartita sobre la destrucción del paisaje y la memoria

Algo que no ocurre en Disappearing Landscape (Vladimir Todorovic), sin duda una de las joyas del Bright Future de esta edición. El cineasta serbio se muestra en su debut como un cronista de especies ya muertas, como un retratista del lento agonizar de un presente. Rodada en Singapur, Serbia y España, con tres equipos locales, su película se centra en la atmósfera que transmiten unos personajes casi mudos: en el fuerte y hueco retumbar del cemento, en el deslucido recuerdo nostálgico y en la experiencia casi exótica de salir a la montaña. Una cinematografía impecable acompaña los tres relatos, especialmente el primero, que protagoniza una pareja japonesa atrapada en Singapur por motivos laborales.

Narrada casi sin pretensiones, Disappearing Landscape lanza rápidamente el mensaje de la gentrificación y de la destrucción del pasado para mostrar, intermitentemente y entre líneas, que el verdadero paisaje en peligro de extinción es el ser humano. Doblados bajo la exigencia de supervivencia, vemos a unos personajes desdibujados que deben abandonar sus recuerdos, que se quedan sin palabras o que caminan sin rumbo fijo mientras intentan encontrar algo sólido. La cinta acusa una cierta fatiga en su segunda mitad (de ahí que no fuese una de las finalistas del jurado), pero demuestra que, si la sección hace honor a su nombre, podemos oír hablar de Todorovic en los próximos años.

 

Despedida

Tras la ceremonia de entrega de premios, Róterdam se adormeció, sabiéndose abandonada por su festival bandera. Atrás quedaba la première en 70mm. de The Master, las retrospectivas de Kira Muaratova y Dominik Graff, las visitas experimentales de la sección Sound Stages o la mirada al futuro cercano de Changing Channels, que mostró la transición de los cineastas a la televisión. El último fogonazo lo puso una más que entretenida Spring Breakers, que dejó al público debatiéndose en un sentimiento de incredulidad por si lo que había visto realmente tomaba la superficialidad de las disney girls para proponer algo inteligente o solo era una finta de Harmony Korine para justificar un sueño húmedo.

Pero, de todas formas, allí terminó el 2013 cinéfilo para Róterdam y una experiencia de doble filo para mí. Entusiasmado por la experiencia, las ideas y las personas que me permitió encontrar el festival, supe de camino a Barcelona que no viviría otro Young Film Critic Trainee Program. Como los directores debutantes o trabajando por crecer, Róterdam me había colocado en mi sitio para mirar hacia adelante, ahora sin ayuda.

 

© Carlos Carvajal, mayo 2013