Cristina Núñez: ‘Someone to Love’

Reapropiarse del cuerpo y la mirada

 

Cuando vi el trabajo de Cristina Núñez por primera vez, el montaje fotográfico Someone to Love (1988-2011), me sentí profundamente concernida. Se trata de una suerte de ensayo autobiográfico construido a partir de fotografías y voz en off (la suya), con una particularidad: buena parte de esas fotos son autorretratos, elemento clave y definitorio de su obra y a partir del que ha desarrollado una teoría y una metodología de trabajo propias. ¿Era su voz grave y queda, sin afectación, la que me invocaba? ¿Mi identificación con el personaje? ¿El hecho de que, como ella dice, el autorretrato es quizá la expresión artística que con mayor fuerza nos interpela y, por tanto, nos comunica? Sin duda, todas esas respuestas son afirmativas, pero no explican por sí solas la honda impresión que su trabajo me había causado. Las líneas que siguen son un intento de comprender lo sucedido.

No me parece nada sencillo hablar con sinceridad y sencillez de uno mismo. Y eso es exactamente lo que hace Núñez en este trabajo y lo que lo dota de valor. Esa es la característica fundamental de su obra y donde yace su fuerza: en ese concienzudo y urgente despojamiento, en esa completa y valiente exposición, radicalmente opuesta a la exposición con la que se mercadea cotidianamente en la sociedad del espectáculo y con la que construye una auténtica épica de la supervivencia, del individuo fragilizado pero aún dotado de la voluntad de construirse una identidad propia. Una identidad que tiene en la falla, la carencia y lo verdaderamente propio, distintivo, el centro de su fuerza y su universalidad. Lo que nos entrega Núñez es la visibilización de ese proceso.

No es nada sencillo hablar con sinceridad y sencillez de uno mismo: es extraordinariamente difícil. La sencillez, si se quiere, es una opción estética: la capacidad de expresar lo esencial. La sencillez es poco compatible con la falta de sinceridad, que no encuentra donde esconderse. En el mejor de los casos, la falta de sinceridad expresada de forma parca se transforma en pura vacuidad, tan llenos están el cine y el arte contemporáneos de ejemplos. La sinceridad es una opción ética pero también el resultado de una trabajosa búsqueda. En el ejercicio de la búsqueda de uno mismo hay un largo recorrido, habitualmente lleno de rodeos y broza. Hay quien es capaz de presentar ese balbuceante recorrido bajo formas maduras que, no obstante, acogen el balbuceo con parejas dosis de apego y humor porque, al fin y al cabo, es lo único que se tiene o se cree que se tiene: véase Mapa (2012) de Elías León Siminiani, por ejemplo. Hay quien, como Cristina Núñez, aún mostrando todo el recorrido vital, ofrece una destilación: solo los elementos definitivamente significativos. Naturalmente estoy siendo poco escrupulosa. Ambos trabajos son difícilmente comparables. Se trata de un filme en el primer caso, de un montaje a partir de foto fija en el segundo. Es cierto que la narración del yo protagonista juega un papel crucial en ambos casos y, por aquí, sí sería lícita la comparación. Por lo demás, el cuerpo de Siminiani está voluntariamente ausente a lo largo de casi toda la narración. Son la voz y el lenguaje los que construyen la cartografía de la búsqueda del otro (la otra) que ha de dar completud o sentido a uno, para acabar descubriendo que el sentido no puede venir de fuera sino de uno mismo. Por el contrario, cuando Núñez construye su particular álbum autobiográfico ya parece haber llegado al final del camino. Cuando ella titula su obra Someone to Love, ya sabe que es a ella a la que busca, que su primera obligación es ser capaz de amarse a sí misma. No sé cuánto descubre en el proceso de montaje o cuánto en el proceso de realización de las fotografías (diría que, en el caso de ambos autores, el trabajo de montaje es clave), lo cierto es que Núñez —insisto— muestra el destilado de su indagación: las islas de sentido, lo verdaderamente significativo. El mapa de Núñez es su propio cuerpo. (Añadiré extemporáneamente que, cuando ya había escrito este artículo, supe que en el festival D’A de Barcelona, donde ha podido verse recientemente Mapa, se exhibió también la película The Juan Bushwick Diaries (2013), de David Gutiérrez Camps, filme que toma el trabajo de Núñez como una referencia explícita, y visible).

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Y aquí abandonamos ya toda comparación con otros autores y entramos en la verdadera matriz del trabajo de Núñez: el cuerpo. Intuyo que el trabajo de la artista es poderoso porque vivimos en una cultura que, uno: se ha parapetado tras el signo, tras el lenguaje, los lenguajes, despegados del cuerpo. Una cultura racional y extraordinariamente mediada donde la expresión se aleja de la materia que la sustenta por la vía del dualismo y de la falsedad, de la corrección política, del miedo al dolor, a la expresión demasiado cruda. En suma, miedo a todo lo que significa el cuerpo desnudo y sin maquillaje. Y dos: esa cultura ha impuesto un canon estético —un cuerpo universal— que sirve a determinados fines o, mejor, a un fin, el control, a través de potentísimas coerciones en torno al cuerpo. El canon estético imperante, que podría traducirse en extrema delgadez + musculatura y atributos sexuales considerables + equilibrio en las facciones (en pleno caos interior y exterior) + sonrisa y juventud impecables e imperecederas, con todas las contradicciones y tensiones que todo ello implica, conduce a la vivencia del cuerpo por parte de una mayoría de nosotros como una cárcel, una condena. Si en las modernas sociedades capitalistas, el control que se ejerce está descorporeizado, mediado a través del consumo, en la sociedad contemporánea el cuerpo de la corporación y el cuerpo social se han metido definitivamente dentro de nuestro propio cuerpo. Nos han invadido y tomado como rehenes.

Lo cierto es que al dejar de vivenciar el cuerpo como nuestro más íntimo hogar y convertirlo en nuestro propio objeto de consumo, de mediador de ese consumo o de nuestra relación con esa sociedad (grande o pequeña) a la que servimos; al dejar de honrarlo y pasar a servirlo como a nuestro propio guardián, corremos el riesgo de perdernos. Y, ciertamente, estamos perdidos… Por ello, la recuperación del propio cuerpo que lleva a cabo Cristina Núñez, que no parte de un posicionamiento político sino más bien psicoanalítico y, en todo caso, existencial, pero que deviene, necesariamente, acto político, resulta hondamente liberadora. De ahí su potencia. Cada fotografía es un grito, un grito del yo secuestrado por el miedo y por las imágenes autoimpuestas (impuestas por la sociedad primero e introyectadas después), que trata de reconectarse consigo mismo.

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El trabajo artístico de Cristina Núñez surge de una necesidad de curación que la propia artista declara. Y, en el momento en que reconoce la potente capacidad terapéutica y de estímulo de la propia creatividad de ese trabajo, lo propone como vía terapéutica para otros. Desde ese mismo momento, hay  quien recela de su dimensión artística. El arte no tiene por qué tener objeto, dicen estos críticos, debe tener valor por sí mismo. No me parece que haya, sin embargo, contradicción alguna entre ambas dimensiones. O, dicho de otro modo, no todo trabajo terapéutico es artístico, naturalmente, pero quizá sí todo trabajo artístico sea curativo. De hecho, ¿cuándo el arte no ha tenido, o se le ha reconocido, esa potencialidad? Permite unir las partes desunidas de nuestro yo, expresar nuestras contradicciones, quiebras, pérdidas, nuestro dolor…  Hacia el final del montaje, en un momento de su vida ya cercano al presente, la artista confiesa hallarse deprimida y con la autoestima baja. Decide entonces fotografiarse en ese estado, como forma de, a un tiempo, aceptar y exorcizar su dolor. Va incluso más lejos: decide fotografiarse haciendo muecas en las que se vea realmente fea, pues entiende que “cuando fuera capaz de reconocerme en mi mayor fealdad, sería más libre y, por ello, más hermosa”. Los autorretratos de Cristina Núñez son bellos. Son, ante todo, poderosos y memorables. Interpelan al observador sin agresividad pero transmitiendo una gran energía: la que se libera cuando cada uno de nosotros decide librarse del gesto y el cuerpo impuestos por la mirada del otro, gran hermano, gran o pequeño depredador, y se entrega sin miedo a su gesto propio, su cuerpo único y real.

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(Segunda nota extemporánea: Cristina Núñez termina en este momento la edición de un nuevo proyecto videográfico, La Vie en Rose, próximamente online. Según declara, nace con el objetivo real de encontrar el amor de su vida: “My Beloved One”, basándose en la idea de que cada ser humano es perfecto y divino (Spinoza, Nietzsche, Steiner). En vez de comunicar sus cualidades, como se hace comúnmente para encontrar el “alma gemela”, la artista mostrará sus defectos, así como los elementos y episodios significativos de su vida, con el objetivo y la convicción de que es posible “transformar la mierda en diamantes”. Esa es la principal característica y potencialidad del arte, para Núñez.)