#III AtlántidaFilmFest: Like Someone in Love/The We and the I/L’âge atomique

Como trenes en la noche

 

“Las películas corren como trenes en la noche”, decía François Truffaut en La noche americana (La nuit américaine,1973). O por lo menos algo parecido, no lo recuerdo bien. En cualquier caso, debería reivindicarse a Truffaut como fabricante de máximas célebres a la altura de Jean-Luc Godard, y también debería decirse que ambos tienen algo de profeta y algo de farsante, como debe ser en ese espacio que se abre ante nosotros una vez traspasada la pantalla. Entronizado Godard como gran dios solitario de unas imágenes que ya nunca podrán ser, o que solo lo serán en el seno de una minoría escogida, queda Truffaut como inesperado mentor del cine contemporáneo, por lo menos de aquel que fluye a nuestro alrededor cotidianamente, a veces con una intención, a veces con otra completamente distinta, a veces con absoluta indiferencia. Da lo mismo. Todo ello se transforma en algo que nos atraviesa la mente y que provoca pequeños fogonazos, incendios intermitentes, que a su vez permiten esas asociaciones libres que solo pueden correr en medio de tierras en llamas.

Like Someone in Love, de Abbas Kiarostami, The We and the I, de Michel Gondry, y L’âge atomique, de Héléna Klotz, son tres películas de 2012 que han podido verse en el Atlántida Film Fest y que ahora parecen establecer entre sí extrañas conexiones. Sí, es muy intrigante. Kiarostami es un viejo zorro, un cineasta con una larga carrera a sus espaldas que ha encontrado su estilo en varias ocasiones para abandonarlo inmediatamente y dedicarse a otra cosa. Gondry parece caminar más o menos con el mismo ritmo, aunque su filmografía sea más corta, pues los cambios de rumbo parecen ya indisociablemente unidos a su figura, por mucho que sus películas se parezcan tanto entre sí. Y Klotz es una recién llegada, una joven que parece surgir de la nada pero a la vez de una tradición (la del cine francés, la de sus padres, Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval) muy difícil de sobrellevar, a la vez como carga y como consuelo. Y sin embargo, decíamos, ahí está el tren que atraviesa la noche y en el que parecen viajar todos ellos, efímeramente unidos por un instante de este tiempo en el que viven y vivimos.

Kiarostami-Gondry-Klotz-IIIAtlantida

Kiarostami habla de una joven prostituta que inicia una travesía nocturna y cuyo punto de vista cambia de personalidad, de perspectiva, hasta que la vemos reflejada en un anciano que vela por ella como si se tratara de su mujer. Gondry también atraviesa el espacio, convirtiendo el automóvil de Kiarostami en un autobús que cruza el Bronx, para observar los estragos del tiempo, aunque se trate de poco más de hora y media, en los cuerpos y las relaciones entre los alumnos de un instituto neoyorquino que se dirigen a sus casas tras el último día de clase. Klotz utiliza el tren y el paseo como medio de transporte para llevarnos a través de la noche parisina, una noche iniciática para dos adolescentes que quieren sexo y solo consiguen alguna que otra epifanía poética. En cualquier caso, todos ellos se mueven, se agitan como las propias películas en las que aparecen, también ellas objetos conducidos por una energía que las zarandea, que impide su detención, que las hace vagar por lugares insospechados, desorientándonos, sorprendiéndonos a cada giro. No importa que haya baches, que de vez en cuando se eche el freno inopinadamente, que desaparezcan de nuestra vida para regresar en el próximo recodo: importa el fluido eléctrico que se transmite en su interior, en cada encuadre, en el espacio entre dos actores, también entre dos planos o más.

Los personajes de Kiarostami, Gondry y Klotz están aislados del cuerpo social, en peligro de extinguirse en sí mismos, en su propia mascarada, y finalmente salen de ese agujero para volcarse en el otro, a veces con una entrega que roza el impulso suicida o cae de lleno en él. La prostituta acaba siendo el anciano, lo posee, lo domina. Los chicos del bus se dan al otro, conocen la compasión, el impulso les hace detenerse en su semejante. Los dos adolescentes parisinos se entregan el uno al otro, reconocen por fin su amistad en un amanecer cada vez más frío. Ese juego entre la fuerza que les hace recorrer la ficción y a la vez detenerla en otro es la clave: nunca como en estas películas habíamos presenciado la juventud tal cual es, con su desvalimiento y su imprudencia, con su inocencia y su crueldad, con su indiferencia y su implicación. Like Someone in Love es la historia del anciano, pero sobre todo de esa prostituta que por fin se ve como parte de un relato. The We and the I es una gran fiesta colectiva hasta que se convierte en una pequeña, íntima elegía nocturna. L’âge atomique es una fantasmagoría inquietante hasta que toma la forma de un oratorio en imágenes. En esos tránsitos hay errores, tanto de personajes como de cineastas. Incluso se puede decir que ninguna de esas películas es la mejor de sus responsables, siendo Klotz una muestra de hasta qué punto la osadía juvenil puede convertir en sospechosamente trascendentes algunas escenas de su película. Pero no me importa: prefiero ese olor a tierra quemada que persiste una vez han pasado por mí, y también ese instante en que la marcha se aminora, renqueando, y la sinfonía pasa a ser música de cámara. Prefiero dejarme llevar por esa fuerza, y pensar luego.

 

© Carlos Losilla. Primavera de 2013