Río Rojo / Pozos de ambición

Extraño vínculo de sangre

Ver Río Rojo

Ver Pozos de ambición

 

Tanto Howard Hawks, en Río Rojo (Red River, 1948), como Paul Thomas Anderson, en Pozos de ambición (There Will Be Blood, 2007), eligen volver la vista hacia atrás para filmar dos cuentos sobre los orígenes, dos películas protagonizadas por pioneros que viajan por la árida geografía sureña de los Estados Unidos en pos de la riqueza y la prosperidad, dos filmes épicos —en su intensidad, en su espíritu y en su duración— donde la aventura de un hombre se cruza con los avatares históricos y económicos de un país.

Río Rojo y Pozos de ambición arrancan en estados vecinos (la primera en Texas —1851—, la segunda en Nuevo Méjico —1898—) y trazan un recorrido que podríamos delinear claramente en un mapa. En el filme de Hawks, Tom Dunson emprende una marcha hacia el norte, rumbo a Missouri, con un puñado de hombres y 9000 cabezas de ganado en busca de un mercado para estas. El filme nos sitúa en una época en que los Estados Unidos están todavía por explorar y construir: el ferrocarril se está expandiendo por sus tierras y aún hay puntos del mapa a los que no es fácil llegar. El viaje es, por lo tanto, una experiencia física, vital; una aventura en el espacio y en el tiempo que da forma a la narrativa de la película y la inscribe en una mitología. En Pozos de ambición, Daniel Plainview se desplaza por todo el estado comprando licencias que le permitan perforar en propiedades privadas para extraer petróleo. En esta película también hay un viaje importante (esta vez hacia el oeste, con destino a California), pero aquí la travesía es elidida porque es meramente funcional. Mientras el filme de Hawks se construye sobre el traslado de los recursos a otra tierra, el de Paul Thomas Anderson nos habla de la explotación de los recursos de la tierra. Dos cruciales escenas de acción —una repentina estampida del ganado en Río Rojo y una explosión de gases en Pozos de ambición— son la viva representación de esta diferencia, pero también constituyen dos momentos dramáticos de gran intensidad donde esos recursos adquieren voluntad propia y se rebelan contra los protagonistas, amenazando con dispersarse o engullirlos.

Hay otro aspecto, más íntimo, compartido también por ambos filmes: tanto Río Rojo como Pozos de ambición son relatos paterno-filiales que exploran las complejas relaciones que los protagonistas mantienen con sus hijos adoptivos. Al inicio de ambas películas, Dunson y Plainview toman la custodia de un par de huérfanos y se convierten en sus figuras paternas. En esta decisión hay algo accidental, algo calculado y algo instintivo: la paternidad —ni buscada ni deseada por los protagonistas— es fruto de una situación totalmente azarosa pero, una vez se presenta, ellos la asumen con una mezcla de interés y ternura. Dunson y Plainview utilizarán a sus hijos para levantar su imperio, pero también los designarán beneficiarios de su patrimonio. Sin embargo, cuando la autoridad paterna es puesta en entredicho, se enciende la mecha de una crisis que afectará profundamente a los vínculos entre ellos, convirtiendo a los hijos en enemigos o rivales de los padres. Los dos filmes terminan por revelarse como exploraciones sobre una difícil negociación: la de la herencia o el legado (tanto desde un punto de vista material como sentimental).

Tom Dunson y Daniel Plainview, los protagonistas de estas dos películas, son dos personajes obsesivos y autoritarios cuya tiranía se va agravando a medida que avanza el metraje; dos hombres con un objetivo claro en cuyo nombre dejan tras de sí un reguero de sangre (los títulos originales de ambos filmes aluden, explícita o metafóricamente, a esta idea). Puesto que el cine ha ido perdiendo su inocencia a medida que lo ha hecho el mundo, la mirada de Anderson sobre su protagonista es mucho más turbia que la de Hawks. Sin embargo, si Tom Dunson hubiese nacido medio siglo después, no hubiera sido muy distinto a Daniel Plainview. En Pozos de ambición el salvajismo de Dunson ha sido corrompido por el capitalismo, embrutecido por la inteligencia y por el don de la palabra. Lo que nos fascina y nos repele de un personaje como Daniel Plainview ya no es, como en el caso de su precedente, el latido de lo primitivo, sino su habilidad para canalizar ese latido sacando provecho de los valores sobre los que se construye el mundo civilizado (la familia, el hogar, la religión, la educación…).

Entre la realización de Río Rojo y la de Pozos de ambición median 59 años; entre las historias que Hawks y Anderson llevan a la pantalla, 47. Los cambios acaecidos en estos periodos de tiempo explican muchas de las diferencias argumentales, narrativas y estilísticas entre los dos filmes. Pero, al mismo tiempo, tienden un puente entre ellos y trazan una línea sucesoria no solo entre los relatos y los personajes, sino también entre las miradas que ambos directores posan sobre el material con el que trabajan.

Ver Río Rojo

Ver Pozos de ambición

 

© Cristina Álvarez López, mayo 2013