Animac 2011

Un nuevo cine

 

Deberíamos empezar con un mea culpa. Y, necesariamente, por una reflexión que tal vez es la conclusión lógica tras asistir a la 15a Mostra Internacional de Cinema d’Animació de Catalunya (Animac 2011), celebrada en Lleida entre el 24 y el 27 de febrero. Durante años, hemos estado discutiendo, aún hay quién está en ello, sobre la identidad del documental -¿qué es, cómo se construye y para qué?- mientras este presunto “género” se confirmaba como una entidad viva que crece y se reproduce, influyendo en su manera de hacer, de pensar y de plasmar la realidad en la ficción de modo irreversible -hoy es muy difícil separar la subjetividad de los más elementales reportajes del realismo de las ficciones más trepidantes. Sin embargo, no hemos sido conscientes que un fenómeno equivalente se venía produciendo en el ámbito de la Animación y que, probablemente, en una década vislumbremos ya su profunda influencia en el Cine. Durante casi un siglo, la animación ha sido contemplada, por la crítica y por la mayoría de público adulto, como un género aparte, como un género menor: los estrenos de Disney de antaño, y ahora los de Pixar, parecían ser los únicos productos animados que existían en las pantallas cinematográficas. Incluso la televisión era monopolizada por producciones de los Estados Unidos (aunque el diseño o la realización de las series viniera, como se mostró en un seminario, de Asia o Europa).

Ahora, una vez más, las tecnologías digitales han dado lugar a una serie de fenómenos imparables. En primer lugar, insuflando vida a una industria un tanto agónica y permitiendo la aparición de numerosos talleres creativos en todo el mundo, algunos de los cuales con visión profesional, artística y comercial conjugadas. En segundo lugar, favoreciendo la creatividad mediante nuevas técnicas pero sin renunciar al uso de la stop motion o de los modelados en plastilina En tercer lugar, y no por ello menos importante, por la posibilidad de difusión mediante la red virtual, favoreciendo un benchmarking profesional donde se transmiten ideas y obras.

El cine de animación -el Animac lo ha demostrado muy claramente- tiene posibilidades de plasmar todos los mundos imaginables. De hacer sentir todas las sensaciones. El humanismo, la poesía o la distopía, por poner tres situaciones diversas, no necesariamente incompatibles, son más creíbles, más impactantes, en imagen animada que en imagen real. Y, de hecho, las técnicas de animación pueden tener tanto la finalidad de crear una obra de animación, como la ocasión de incorporarse de un modo habitual a las creaciones “reales”. Hasta el momento, el grueso de obras comercializadas en las que la animación se imbrica en las tomas de la realidad se sostienen en el desarrollo de efectos especiales, en el imaginario de mundos fantásticos o en las peleas de humanos y “dibus”. No obstante, la aplicación combinada de la fotografía o de actores con la inserción de fondos, la creación de entornos o el diálogo con otros personajes animados (recursos habituales del videoclip) abre inmensas posibilidades narrativas y poéticas. Es, de hecho, una estrategia que constituye buena parte de las obras de animación que se pueden ver en el Animac. Y es una estrategia, no me cabe ninguna duda, que dará lugar a un nuevo cine, con una concepción más abierta e imaginativa, y no exclusivo para técnicos sino abierto a artistas con intereses de lo más diversos que darán rienda suelta a su creatividad.

Tras tan extensa profecía, merece la pena comentar diversas de las obras vistas en esta edición de la Mostra que presentaba algunos largometrajes en work in progress (de Disney Europa para televisión y de Miguel Gallardo), hacía retrospectivas, contaba con filmografías invitadas (en esta ocasión la China y la productora ArthurCox) y programaba una amplia selección de cortos.

Prometheus Garden (1988) y Cas’l (2008) son dos obras, casi idénticas, de un autor desbordante y desbordado por su imaginario: Bruce Bickford. Ausente a última hora del Animac, sus trabajos son los de un creador lisérgico de mundos fantásticos en perpetua mutación: ogros, guerreros, hadas y ninfas que se crean y se destruyen; habitantes de un paraíso surcado por el sexo, la violencia y la imparable regeneración de una Naturaleza incontenible. Sus obras no acaban y fascinan tanto como desbordan.

La selección de ArthurCox, presentada por Emma Lazenby, autora del corto Mother of many, premiado en el último BAFTA, es el mejor exponente de la realidad de la industria animada actual. Una industria formada por profesionales (productores, diseñadores, dibujantes, guionistas, realizadores del campo audiovisual) que elaboran una serie de productos comerciales y encargos formativos o informativos de agencias públicas con los que financian otros proyectos más personales, intercambiando sus roles de una a otra obra. Una serie de creadores que no cuidan solo la factura técnica sino también otorgan profundidad a unos personajes que, en sus breves historias, transmiten al espectador la fragilidad de la vida y la importancia del respeto mutuo. Cuatro ejemplos: 1) Heavy Pockets (S. Cox, 2004), donde se combina la imagen real con los fondos animados y se relata la historia de una niña víctima de bullying que acaba por volar por encima de la miseria. 2) John and Karen (M. Walker, 2007), una obra en la que tres minutos y medio bastan para mostrar, con sumo respeto e ironía, cuán mezquinos y torpes podemos llegar a ser en nuestras actitudes e intentos de mejorar nuestras relaciones… Y todo ello en un reencuentro cálido de dos amigos, un oso polar y una pingüina, enfrentados en torno a un té y unas galletas. 3) The surprise demise of Francis Cooper mother (F. Massie, 2008), a la que le bastan siete minutos para reflejar con inteligencia, ternura e imaginación qué es la vida: ahí es nada. 4) La citada Mother of Many que emplea 6 minutos, con ternura y eficiencia en la imagen, para glosar el trabajo cotidiano y anónimo de las comadronas.

En cuanto a los programas de cortos, estos nos permitieron ver las inmensas posibilidades de la animación. Del recurso técnico que permite dar cuerpo a una historia fantástica con altas dosis de humor negro –La gran carrera (K. Camacho, 2010)-, al uso de objetos diversos con stop motion para recrear una distopía de teclados, hardware y ratones –Teclópolis (J. Mrad, 2009)-, pasando por la mezcla de dibujos por ordenador con el diseño de videojuegos –Get real! (E. de Beijer, 2010)- y la utilización de programas digitales para revitalizar historias clásicas de amistad infantil –Springtime in Varnu Street (E. Jansons, 2009)-, tenebrosos dramas rurales –Kamene (K. Kerekesova, 2008) e hilarantes slapsticks de un grupo de animales saltando por los aires –Mobile, (V. Fels, 2010). Había referencias al cine “real”, pero estas piezas le superaban en su excelencia.

De los largometrajes exhibidos es obligado destacar Goodbye, Mr. Christie (P. Mulloy, 2010), obra magistral que clama a gritos la posibilidad de ser vista por un público más amplio. Con el simple recurso de unas pocas máscaras negras silueteadas sobre fondos kitsch, el director logra captar la atención del espectador durante 70 minutos. Mulloy que, como el personaje de Te querré siempre (Viaggio in Italia, Roberto Rossellini, 1954), recuerda que la vida es breve y que hay que aprovecharla al máximo, elaboró las máscaras (los personajes) en 120 fotogramas en un solo día, para desarrollar fondos y situaciones a lo largo de varios meses. La delirante historia del Sr. Christie, de su esposa, del marinero Ramón -oscuro objeto de deseo- y de un cura arrastrado por la pasión culminará en la aniquilación de Dios y del Universo entero. El humor se mezcla, indisoluble y sutilmente, con las gotas de filosofía más severas al contemplar un personaje -egocéntrico, xenofóbico y de escasa dimensión moral- a quien la estupidez de su entorno le permite medrar hasta el apocalíptico final. Demasiado cotidiano para no causar escalofríos: todos conocemos a algún Mr. Christie. Recurriendo a unos mínimos diseños, el director nos lleva de la sitcom a Kierkegaard, mostrando su inteligencia y audacia, en guión y en realización, y con suma modestia. Al final, unos extensísimos créditos poco legibles parecen revelar una obra de compleja realización que, aparentemente, está ideada, diseñada, dibujada, creada y montada por el propio Mulloy. En realidad, se trata de una broma privada estilo Monty Python, una copia alterada de los créditos de Toy Story… Broma nada inocente que nos recuerda, una vez más, que el Infinito y más allá de la animación está lejos de ser conocido con la justicia que se merece.

Lo dicho, en 10 años, todos animados.