Playtime

La inevitable desaparición de Monsieur Hulot

 

Uno de los aspectos más curiosos de la breve filmografía de Jacques Tati es que cada filme parece una continuación lógica del anterior. El bucólico mundo rural de Día de fiesta (Jour de fête, 1949) da paso a un lugar intermedio entre ese pueblo perdido y las ciudades de sus siguientes obras: el enclave turístico de Las vacaciones de Monsieur Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, 1953). De ahí seguimos a un retorno a las obligaciones cotidianas en Mi tío (Mon oncle, 1958), donde presenciamos el contraste entre el barrio a la antigua usanza de Hulot y la zona residencial modernizada donde vive su sobrino. Las últimas imágenes del filme nos muestran cómo ese barrio antiguo empieza a ser destruido en paralelo a la marcha de Monsieur Hulot en avión por motivos de negocios. Aquí es donde toma el relevo Playtime (1967): en un aeropuerto conectado a una metrópolis ya completamente reformada. Playtime es la constatación de aquello que Tati ya insinuaba en su anterior obra: la desaparición de la Francia tradicional de posguerra y la llegada de una nueva sociedad.

La primera escena de la película establece el tono y las intenciones de Tati. Un espacio sin identificar, frío, artificial y moderno. Probablemente lo primero en que uno piense sea en un hospital, y hasta que un megáfono anuncia la llegada de un vuelo no podemos identificarlo con un aeropuerto. Tampoco hay ningún personaje que parezca dispuesto a encargarse de tomar el protagonismo, ni ningún gag concreto que asiente el tono ligero de la película. La sensación es más bien de extrañez: ¿cuál es la idea tras esta escena inocua? Estos breves minutos recogen, en definitiva, lo que va a ser el resto del filme.

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Encuentros y desencuentros

Si bien es cierto que en anteriores filmes de Tati apenas existía un conflicto argumental claro, en Playtime esa tendencia va a más hasta el punto de rozar lo abstracto. Los personajes se hacen difíciles de distinguir entre sí a causa de sus vestimentas grises y esa mezcolanza de idiomas. Al optar además por filmarlos en planos generales, se nos invita más a entenderlos como una masa de personas que como individuos. Por otro lado, lo más parecido a una trama que esboza Tati es el intento constantemente fallido de reunión entre Hulot y un empresario. El hecho de que ambos estén destinados a no encontrarse a lo largo del día es la consecuencia de una sociedad que dificulta las relaciones sociales en un entramado de pasadizos, falsas paredes y uniformes idénticos que propician la confusión entre personas.

No obstante, dicho encuentro acaba produciéndose a medio metraje, dejando el filme navegando aparentemente a la deriva hasta que Tati irrumpe sorpresivamente con una nueva trama que es casi un cortometraje con entidad propia: la larguísima secuencia del restaurante de moda en su noche de inauguración. A lo largo de sus tres cuartos de hora, Tati se dedica a destruir con premeditación y alevosía todo lo relacionado con esa hipócrita modernidad chic y de diseño. El restaurante de apariencia lujosa y sofisticada se va haciendo pedazos a medida que avanza la noche, y su talante exclusivista acaba dando paso a una velada llena de locura y espontaneidad donde el cineasta desmenuza literalmente todos los elementos que lo integran (las sillas, la iluminación, el aire acondicionado, la decoración, las puertas…). Se podría decir que es la venganza de Tati hacia esa nueva sociedad que no admite a alguien como su álter ego Hulot, en un ejercicio similar al de un niño que disfruta derribando las piezas del castillo que ha construido.

No hay mayor símbolo de lo absurdo de esa modernidad vacía que el gag del plato que pide el primer matrimonio que entra al restaurante. El camarero se acerca a su mesa con un pescado de apariencia exquisita y procede a la ceremonia de sazonarlo con varias especias, para luego calentarlo en una pequeña parrilla que hay debajo de la bandeja. El gag está en que ese ritual queda interrumpido justo antes del último paso (ofrecer la comida a los clientes), y que a lo largo de toda la noche varios camareros lo repetirán una y otra vez, pero sin llegar a servirlo nunca por causas ajenas. Es la representación perfecta de ese estilismo vacío: un plato exquisito para el cual siempre se repite la ostentosa ceremonia previa pero que nunca se llega a degustar.

En medio de este caos se produce el segundo encuentro de la película, en este caso entre Hulot y la turista. Pero, pese a ello, Tati evita otorgarle importancia aun siendo teóricamente los personajes principales del filme, y prefiere ocultarlos entre la multitud.  De hecho, nada trasciende más allá de la fiesta nocturna, y ambos no llegarán ni a poder despedirse, ya que Hulot queda absurdamente atrapado en una tienda de regalos. No existen en Playtime esos toques de humanidad que había en Mi tío entre Hulot y su sobrino o en Las vacaciones de Monsieur Hulot con la imagen del protagonista sintiéndose marginado el día de las despedidas. A nivel fílmico, esa nueva subtrama no deja de ser otro hecho más, oculta entre gags intrascendentes como los camareros rasgándose la ropa en las sillas o los freaks que invaden el local durante la noche. En Playtime, Tati opta por la democracia total: ningún personaje tiene derecho a imponerse a los demás ni a hacer que sus sentimientos trasciendan esa observación distanciada de ese hormiguero humano.

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Más allá del gag

Jacques Tati era obviamente un gran seguidor del slapstick, pero sobre todo de Buster Keaton. Los dos compartían un mismo interés por el uso del espacio, un estilo que evitaba sentimentalismos, así como una fobia hacia los primeros planos en favor de los generales, los cuales permitían mostrar la relación de los personajes con el entorno. En los filmes de Keaton, sus escenas cómicas eran entendidas como precisos mecanismos de relojería en que su protagonista debía adaptarse a un contexto hostil. Del mismo modo, Tati a menudo también extraía sus gags de la forma en que sus personajes intentaban amoldarse a un entorno extraño (un ejemplo bastante claro es Hulot en Mi Tío cambiando la posición de un sofá de diseño para poder dormir cómodamente en él). La clave de filmes como Mi Tío y Playtime está en la forma como enlazan esa concepción del gag con una crítica a esa modernidad en la que el realizador no se sentía a gusto.

No obstante, en Playtime Tati dio un paso más allá del gag y llegó a un punto en que, a menudo, su interés no estribaba tanto en la forma de otorgar comicidad a esos espacios sino en re-mirar la realidad que han creado: fijarse en detalles aparentemente inocuos que, bajo otro prisma, revelan la magia de lo insustancial; convertir lo cotidiano en algo sugestivo o lleno de interés. Una primera muestra es una escena en que unos operarios instalan en lo alto de un edificio un cristal transparente ante la mirada de la multitud. Dos jóvenes empiezan a tararear una melodía humorística y convierten ese hecho tan intrascendente en un instante cómico: han conseguido que podamos ver con otros ojos esos movimientos de los operarios, como algo cadencioso y divertido; es el proceso inverso a cuando vemos a gente bailando sin oír la música, lo cual convierte sus movimientos rítmicos en un sinsentido.

Pero el ejemplo más claro es la escena final en que un atasco de circulación en una rotonda se convierte en un tiovivo. Tati no elabora gags expresamente hilarantes a partir de esa situación: prefiere contemplar desde fuera lo extrañamente bella que resulta esa combinación de vehículos, esa invasión de colores en un filme hasta ahora dominado por los grises. En definitiva, en Playtime el cineasta parece coquetear con el concepto de cine puro (1) pero llevado a su terreno, volver a la esencia primigenia del cine renunciando al argumento o a una justificación para grabar dichas imágenes.

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Playtime fue además la primera vez que Tati filmaba una película en panorámico. Este formato era muy utilizado en la época para grandes superproducciones, ya que permitía exhibir los ostentosos decorados o los espectaculares paisajes filmados en exteriores. Aunque no era su contexto más apropiado, el panorámico también podía encajar en el género cómico si se apelaba a un registro de espectáculo (2), pero Tati le dio otra funcionalidad: poder diseminar los gags dentro de los planos, repartirlos por el espacio. Así como tradicionalmente el director de comedia focalizaba el encuadre en el sitio donde se producía el gag, Tati prefirió mantenerse testarudamente en planos generales y dejar que el espectador lo descubriera por sí mismo. La sensación que genera es la de estar inmerso en un caos constante como el que viven sus propios personajes.

Esta apuesta jugó en contra de la película e hizo que sea realmente hoy día cuando podemos disfrutarla y apreciarla en su plenitud desde la comodidad de nuestra casa, revisionándola varias veces o rebobinando ciertas escenas donde suceden demasiadas acciones a la vez. De esa forma, uno puede prestar atención a elementos no tan obvios y descubrir pequeños detalles que pasan inadvertidos en un primer visionado. Resulta una maravillosa ironía que este filme que critica la modernidad haya necesitado la llegada de las nuevas tecnologías de consumo para ser apreciada en su totalidad.

La cámara permanece distanciada en todo momento para mantener una representación impersonal del bullicio y la confusión. A cambio, hay un aspecto en que Tati da a entender al espectador hacia dónde debe centrar su atención: el sonido. A un nivel subliminal lo utiliza en algunos espacios como el complejo de oficinas, donde se oye un leve ruido sintético de fondo que sirve para aumentar la sensación de extrañez y de estar en un entorno artificial. Pero también lo emplea a menudo de forma antinatural poniendo en primer plano los diálogos o ruidos que le interesa enfatizar, pese a que no sean los más cercanos a la cámara. Una de las claves de Playtime es el juego que hace Tati con imagen y sonido, llevándolo a su máxima expresión en la escena del restaurante: el tratamiento de la imagen nos hace sentirnos alejados de ese microcosmos humano, pero, al mismo tiempo, el sonido nos acompaña sutilmente hacia los elementos que debemos observar de cada escena. De esta forma, tenemos una sensación de cierta frialdad y caos, pero en realidad el director está detrás de nosotros, ayudándonos a seguir el fino hilo que circula tras cada escena.

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¿Dónde está Monsieur Hulot?

Playtime es una película cuya forma es consecuente con su mensaje: se trata de un filme que retrata una sociedad cada vez más impersonal, y para ello prescinde de una clara figura protagonista en la medida de lo posible. Tati, perfectamente consciente de que el público querría conocer las nuevas aventuras de Monsieur Hulot, no solo le negó su absoluto protagonismo, sino que jugó explícitamente con las expectativas del espectador. En la primera escena en el aeropuerto no vemos a Hulot pero sí a dos hombres que, por su indumentaria y aspecto, nos pueden hacer creer que se trata del famoso personaje. En ambos casos, alguien les confunde con Hulot, pero cuando estos se giran resultan ser unos desconocidos. Lejos de ser un mero gag, en estas escenas Tati anticipa la que será la tónica del filme.

Aunque nuestras expectativas sean presenciar nuevas vivencias de Hulot, este aparece intermitentemente a lo largo de la película, pero vuelve a desaparecer sin acabar de materializarse del todo, casi como un fantasma que va surgiendo en ciertos momentos y luego se desvanece de forma sutil. ¿Qué mejor metáfora sobre la deshumanización de la sociedad moderna que un filme que engulle a su supuesto protagonista ocultándolo entre extraños edificios modernos, cachivaches extravagantes, multitudes uniformes y turistas moviéndose en grupo como rebaños?

A eso hay que sumarle que la mayoría de gags no se desprenden directamente de él, ya que aquí su personaje ni siquiera consigue la suficiente entidad como para trascender y convertirse en el causante del caos. En numerosas ocasiones, no es más que un espectador de los desastres que surgen a su alrededor o juega el papel de víctima en un entorno que no comprende. Hulot pasa, por tanto, a convertirse esencialmente en una figura desplazada. En sus anteriores filmes, cuando su personaje se encontraba con un problema, buscaba una solución para solventarlo que a menudo tenía consecuencias cómicas (el desastre con la manguera de la fábrica en Mi tío o su intento por apagar los fuegos artificiales en Las vacaciones de Monsieur Hulot). Aquí en cambio se ha convertido en un hombre que ni siquiera puede luchar contra el entorno que le rodea y que continuamente se queda atrapado en espacios de los que no sabe cómo salir (el ascensor, la sala de espera, la portería de la casa de su amigo o la tienda de regalos). La modernidad no solo ha desplazado al individuo, sino que ha acabado con la creatividad de Hulot, quien se encuentra sin medios con los que enfrentarse a ella. La imagen del sufrido protagonista atrapado en las paredes de cristal de la sofisticada sala de espera nos retrotrae a la de un pez atrapado en una pecera.

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La sensación que transmite Playtime es la de estar inmersos en medio de un cosmos caótico sin tener ningún punto de soporte al que agarrarnos: ni un protagonista claro, ni un argumento que seguir, ni siquiera la posibilidad de que se nos conduzca claramente hacia los gags. Tati nos deja sueltos a nuestra propia suerte, tan indefensos como su propio personaje.

Además, del mismo modo que los gags no acaban de asentarse del todo convirtiéndola en una película menos humorística y más fascinada por esa realidad que filma, las figuras humanas también se van desvaneciendo en ese paisaje hostil de edificios. Solo haciendo desaparecer a su propia creación (Hulot) y sacrificando el sentido más puramente cómico del filme (es decir, conduciéndose a sí mismo hacia un suicidio comercial), podía Tati expresar de forma tan clarividente el mensaje que quería transmitir.

Playtime era en sí misma una declaración de intenciones, un ejemplo de cómo un cineasta kamikaze (en la línea de Erich von Stroheim o Michael Cimino) estuvo dispuesto a llegar a las últimas consecuencias con tal de ser fiel a su idea (3). Ciertamente, el fracaso de la película acabaría para siempre con la carrera de Tati, quien solo llegó a rodar dos largometrajes más, Trafic (1971) y Parade (1974); pero era el precio a pagar por expresar de forma tan fidedigna su crítica hacia esos nuevos tiempos.

 

© Guillermo Triguero, julio 2015

 

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(1) Movimiento vanguardista iniciado en los años veinte que abogaba por películas que captaran la esencia misma del cine: el registro de imágenes en movimiento en su forma más pura, sin necesidad de un argumento o de unos protagonistas que las dotaran de sentido.

(2)Véase por ejemplo El mundo está loco, loco, loco (It’s a Mad, Mad, Mad, World, Stanley Kramer, 1963).

(3) La película dejó a Tati en la bancarrota a causa de sus elevadísimos costes, fruto de un perfeccionismo enfermizo y de los enormes gastos derivados de la construcción del gigantesco decorado de la ciudad. Ni siquiera cuando la producción se le fue totalmente de las manos el director renunció a su quijotesca empresa: estaba dispuesto a acabar Playtime tal y como él quería sin importar lo que sucediera.