Songs from the North

Imágenes inescrutables

 

Los malos documentalistas suelen anteponer el discurso a las imágenes. O dicho de otro modo: prefieren ilustrar ideas preconcebidas en vez de cuestionárselas. Sus imágenes se vuelven entonces inertes y funcionales, hasta el punto de dificultar la participación de un espectador que es aleccionado antes que interpelado. La experiencia del visionado acaba resultando, por tanto, tan poco estimulante como la del propio rodaje. Y es que si se filma sin (querer) ver nada, no hay lugar para el conflicto, la duda o el misterio de las imágenes. No es el caso de la surcoreana Soon-Mi Yoo, que desmonta los prejuicios edificados alrededor de Corea del Norte en Songs from the North (2014); un sugerente filme-ensayo que se aleja de dogmatismos y se empantana en las arenas movedizas de la ambigüedad y la contradicción. Las imágenes (y las canciones) activan aquí un pensamiento en marcha, sin discursos cerrados ni conclusiones precipitadas. Incluso hay lugar para la belleza y la empatía.

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Los murales propagandísticos del líder Kim Il-sung abundan en Corea del Norte

Al fin y al cabo, la ópera prima de Soon-Mi Yoo es una indagación íntima que intenta responder a una cuestión inabarcable e inaccesible: “¿Cómo son realmente los norcoreanos?”. La inspiración de la cineasta nace tanto de la sospecha (“no es posible que nuestros vecinos sean tan terribles como los describen en Corea del Sur”, se dice a sí misma) como de las conversaciones con su padre, que vio cómo algunos de sus amigos de juventud dejaron el Sur por el Norte siguiendo sus convicciones ideológicas. La oportunidad de viajar en tres breves ocasiones a Corea del Norte permite a Soon-Mi Yoo ver (y filmar) aquel estado con sus propios ojos y cuestionar el imaginario oficial mientras, al mismo tiempo, se deja fascinar por los mecanismos de la propaganda, por las imágenes de un estado-ficción. El resultado es una película-mosaico, fragmentada y escurridiza, que se descubre como un libro de notas en el que conviven las coreografías performativas y coloristas del régimen (no estamos tan lejos del Andrei Ujică de The Autobiography of Nicolae Ceauşescu, 2010) con los apuntes ensayísticos en forma de intertítulos de Soon-Mi Yoo, que intenta poner orden a sus pensamientos (y filmaciones) siguiendo la estirpe evocadora de Chris Marker.

En 1957, el director de Sans soleil (1983) tuvo, precisamente, la oportunidad de visitar Corea del Norte junto a un grupo de periodistas franceses y dispuso de plena libertad para fotografiar a sus habitantes. Una selección de aquellos retratos conformó, junto a textos ensayísticos del propio Marker, el libro Coréenes (1959), que tuvo gran acogida en Corea del Sur y acabó cayendo en manos de Soon-Mi Yoo. “Di con el libro (…) antes de que fuera cineasta y se mantuvo como una gran inspiración, especialmente por el vínculo innovador entre imagen y texto y por los poderosos retratos de los norcoreanos. (…) Me animó a ir en busca de la belleza de Corea del Norte. Sus imágenes me sugirieron mucho más que los ‘comunistas, perros del mal’, que había estado escuchando desde pequeña” (1). La búsqueda de la directora fructifica en algunas de las estampas más genuinas de Songs from the North; en aquellos planos en los que fugazmente, casi de extranjis, su cámara captura los rostros de ciudadanos norcoreanos, a los que otorga dignidad y desliga de toda utilización ideológica.

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Los ciudadanos surcoreanos miran a cámara con dignidad

La fotogenia de estos hombres y mujeres retratados (también niños y niñas) es tan valiosa como su individualidad. Pues, de algún modo, la cámara de Soon-Mi Yoo roba su belleza y su singularidad a un régimen que veta las imágenes que no alimentan su mito colectivo; a un gobierno que solo celebra (e idolatra) la personalidad de su líder: Kim Il-sung (y sus herederos). Muchas de las fotografías de Coréenes sobresalían por su naturalismo, por descubrirnos a individuos en su vida cotidiana (en el ocio, en el trabajo) alejados del conflicto que vivía su país. En Songs from the North, también hay una voluntad de documentar el día a día de los norcoreanos y, aunque la cineasta carece de la libertad de la que gozó Marker, por momentos vislumbramos las tareas de una muchacha que recolecta fruta, de los campesinos que se desplazan penosamente por un paisaje nevado o de una joven que limpia un local. Son imágenes breves, resistentes, que se revelan como el reverso ordinario de una Corea del Norte en la que la propaganda no se limita a las películas, sino también alcanza los carteles, los discursos, los monumentos, los museos o las canciones. No hay, en este sentido, plano más lúcido que aquel en el que la cineasta filma la calle helada desde una ventana mientras se escuchan las ininterrumpidas proclamas emitidas por megáfonos. “¿Será Corea del Norte el país más solitario de la Tierra? Un país sin amigos, sin historia. Solamente mitos, repetidos incesantemente de la mañana a la noche”, se pregunta en un intertítulo Soon-Mi Yoo.

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Arriba, una fotografía de Coréenes; debajo, un plano de Songs from the North

Decía André Bazin (2) que “un film no está integrado solamente por lo que se ve. Sus imperfecciones patentizan su autenticidad; sus ausencias son la huella negativa de la aventura; su bajorrelieve” y algo hay de ello en las imágenes precarias, temblorosas, que conforman el corazón de Songs from the North. Son imágenes-testigo que evidencian las dificultades en las que fueron registradas (en algún que otro momento escuchamos aquello de “no se pueden tomar fotografías”) y que hacen visible el hermetismo de un país militarizado (los planos de soldados también son significativos). Si el crítico francés apuntaba, refiriéndose al documental de exploradores Kon-tiki (Thor Heyerdahl, 1950), que “no se trata de fotografiar un tiburón, sino el peligro”, aquí podríamos decir que “no se trata de filmar los crímenes del régimen, sino la prohibición”. La distancia con la que Soon-Mi Yoo rueda la mayoría de sus secuencias (incluso las que pertenecen a representaciones oficiales) constata nítidamente ese veto a la mirada exterior; esa renuncia a todo aquel que es ajeno al imaginario norcoreano.

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Las imágenes borrosas delatan la dificultad con la que fueron tomadas

“Corea del Norte es un estado familiar, como si fuera una gran familia. Esta es la idea oficial y la gente realmente cree en ella. La familia es muy importante en la cultura coreana. Si alguien de fuera de la familia está buscando trapos sucios, sus miembros no van a enseñarlos” (3). Las palabras de la documentalista nos advierten de lo difícil que es introducirse en la sociedad norcoreana y nos sugieren que los mitos del régimen están más arraigados de lo que cabría suponer. El concepto de estado-familia (en el que Kim Il-sung ejerce de padre/protector de sus hijos/ciudadanos) está, de hecho, muy presente en los noticiarios, los murales, las obras teatrales y las letras de las canciones que aparecen en Songs from the North, pero la imagen más reveladora del filme acaba siendo la del rostro conmovido de un hombre de a pie. Me refiero a aquel plano escudriñador, sostenido, con el que Soon-Mi Yoo atrapa la mirada de un transeúnte que escucha en la lejanía una melodía dedicada a Kim Il-sung. No parece que su reacción se deba a una actuación —el hombre incluso se aleja con timidez del objetivo y se siente incómodo mientras le filman— y sí a una emoción repentina, íntima e inescrutable. ¿Sufre el duelo por la ausencia del padre fundador? ¿Añora tiempos mejores? ¿Siente la devoción del creyente en la revolución? Es difícil saberlo, pero la película nos enfrenta a varias imágenes tan incómodas como esta, ante las que no sabemos cómo reaccionar.

“¿Cómo explicarlo? Era una tierra del mal y, sin embargo, sagrada. Como el vientre de una madre”, apunta Soon-Mi Yoo en una de sus divagaciones. Y lo cierto es que es inevitable empatizar, ni que sea por unos instantes, con unos ciudadanos que pueden romper a llorar al recordar a su líder o al evocar el satélite norcoreano Estrella Brillante-3. ¿Qué decir de esa representación infantil en la que un niño agradece emocionado (y cantando con otros chavales) el haber sido aceptado por el régimen ante los llantos de los espectadores del auditorio? La performance propagandística es inquietante, aterradora, pero al mismo tiempo nos desborda y nos estremece. He aquí uno de los mayores méritos de Songs from the North: el ponernos en la piel del Otro. La directora llegará, incluso, a traspasar esa barrera al fotografiarse con los niños de una escuela y compartir con ellos el plano. No cabe, sin embargo, engañarse: Soon-Mi Yoo sabe (y se lo recordarán en más de una ocasión) que no pertenece a la familia de sus vecinos, que no pertenece a sus imágenes, pero su humildad (y su sentido crítico) hacen de Songs from the North una lúcida invitación a la comprensión.

 

© Carles Matamoros, julio de 2015

 

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(1) Las declaraciones de la cineasta pertenecen a una entrevista de Adam Cook publicada en Mubi: Melody Unwinding: A Conversation with Soon-Mi Yoo about «Songs From the North».

(2) BAZIN, André: “El cine y la exploración”, ¿Qué es el cine?, ediciones Rialp, Madrid, 2006.

(3) Ver nota 1.