Los límites del control

Regreso al futuro: tres claves para un nuevo Jarmusch

 

1.El pequeño diálogo que The Lone Man revive hasta cinco veces en distintos escenarios y con distintos interlocutores. Son sus cómplices anónimos en una esquelética trama de polar que no termina de desvelarse nunca. Son, en realidad, los cinco mcguffins que Jarmusch coloca como asidero y guiño, un pequeño homenaje al género -como Ghost Dog, el camino del samurái (Ghost Dog: the way of the samurai, 1999)- que permite al espectador agarrarse a algo definido. Pero la jugada no debe confundirnos: lo importante en cada una de esas cinco escenas marcadas por la misma pregunta (“Usted no habla español, ¿verdad?”) no está en la identidad de esos personajes, ni en las notas que estos intercambian con el protagonista, sino en las variaciones en cada uno de los monólogos posteriores. Porque por más que se nos seduzca con sugerentes encuadres o hipnóticos arreglos musicales, en el fondo la película de Jarmusch no hace más que incidir en su viejo estilo, esa “escritura de en medio” que aborda la rutina de unos personajes solitarios, intentando extraer lo poético de lo banal. Aquí la idea llega hasta el límite (del control), reduciendo al mínimo las líneas de diálogo y haciéndonos contemplar una y otra vez los hábitos de The Lone Man: el mismo traje, la misma manía de pedir dos tazas de café, la misma espera y la misma aparición de un desconocido que pronuncia una frase en clave. Y para dejar claro que de lo que hablamos es de los pequeños detalles que alteran nuestra rutina (la de todos, también la de un sicario lost in translation), los cinco personajes secundarios llegan caracterizados de la manera más estrafalaria posible. Los límites del control (The limits of control, 2009) es un Jarmusch más artificial, kitsch y diseñado que aquel que nos deslumbró, pero sigue siendo el Jarmusch de siempre.

2.El inesperado momento musical a mitad de metraje. Tras pasar por Madrid, The Lone Man llega a Sevilla con el encargo de recoger una guitarra. Temblamos, pensando que será esta la excusa para introducir en la película la conocida dosis de exotismo flamenco. Pero la escena no responde al canon alleniano. Vemos y oímos el ensayo completo de un número de cante y baile, otorgándole al tema musical una importancia que nos llama la atención: “El que se tenga por grande, que se vaya al cementerio y verá lo que es el mundo. Es un palmo de terreno”. Jarmusch dijo haber elegido el palo de peteneras porque de algún modo le recordaba al blues, y curiosamente la silueta de Isaach De Bankolé deambulando -como Johnny Depp en Dead Man (1995)- con una guitarra a cuestas remite a la imagen de un Robert Johnson cualquiera. Pero hablábamos de la elección del tema musical, en absoluto casual: la insistente estrofa resume la filosofía de esta y casi cualquier otra obra de Jarmusch (una apuesta por los instantes, una defensa vital de lo insignificante) y llena de sentido el discurso final del film (una celebración de la imaginación y el azar frente a la razón, según se extrae del título y según declaró el propio autor). Por eso Los límites del control puede leerse como una declaración de principios, una nueva página en blanco en la trayectoria de un Jarmusch que promete compensar sus recientes síntomas de agotamiento.

3.El cierre del film. The Lone Man cumple su misión, deja dos réplicas para enmarcar (“¿Cómo ha entrado aquí?” / “Usando mi imaginación” y “¿Esta es su retorcida idea de la venganza?” / “La venganza es inútil”) y sustituye su traje por un chándal con la silueta de África como logo. Jarmusch puede cansarse de repetir que no hay trasfondo político en su historia, pero nosotros no podemos dejar de resaltar el hecho de que el anónimo villano de este particular policíaco aparezca caracterizado como un alto tecnócrata arrogante y cobarde (y con cierto aire a Dick Cheney), ni el hecho de que The Lone Man dé por cumplido su trabajo abandonando el uniforme de killer para vestirse con África, casi como otra celebración (esta vez no de la imaginación) mucho más agresiva que la que el realizador ha hecho pública. En el fondo todo conduce al mismo lugar: Los límites del control es una apuesta por David frente a Goliat.