Hazme reír

Cómicos

 

El título original de la última película dirigida por Judd Apatow es Funny people (2009), es decir, Gente graciosa. En España, en uno de esos ejercicios de adaptación que puntualmente funcionan, se ha titulado Hazme reír. Espero que se me permita añadir un tercero: Muertos de risa. En efecto, varias cosas tiene en común la comedia con fondo amargo del autor de Virgen a los 40 (The 40 year old virgin, Judd Apatow, 2005) con el vitriólico retrato del mundo de los cómicos que construyó Álex de la Iglesia hace ahora una década. Cuando, asustado por el repudio del público y desesperado por el bloqueo mental de su compañero Nino (Santiago Segura), Bruno (El Gran Wyoming) decidía abofetearlo, las risas soterradas de los asistentes salían a la luz y la pareja de cómicos empezaba una carrera estelar hacia el éxito televisivo. Los golpes, pues, como punto de partida del humor, violencia fundadora que es también la del cine cómico: por un lado, las persecuciones de policías, las guerras de tartas, las casas derrumbándose y la destrucción de los salones burgueses; por el otro, la apisonadora verbal de Groucho Marx, capaz de cargar con cualquiera que le saliera al frente. La agresividad como embrión de la risa.

El bofetón funda el éxito en Muertos de risa y une los destinos de sus protagonistas. En Hazme reír ocurre algo parecido: cuando el joven aspirante a cómico Ira Wright (Seth Rogen) aparece ante un público ansioso de diversión, descubre que la mejor manera de provocar las risas es mofarse del cómico anterior, el consagrado George Simmons (Adam Sandler) que, afectado por una leucemia aparentemente incurable que no ha hecho pública, ha interpretado un monólogo triste y melancólico, casi tétrico. Ira se ríe del tono grave de su compañero y esta humillación que despierta carcajadas sirve como punto de partida a la relación profesional entre ambos: pese a su enfado, Simmons decide contratarlo como secretario y aprendiz, conformando una relación que fundamenta toda la película. Una relación donde la jerarquía entre jefe y subordinado y la camaradería entre amigos se confunden constantemente, y donde la frontera entre profesión y vida se desdibuja con frecuencia.

Recordemos los títulos de la película: en castellano el Hazme reír supone una exhortación al cómico, una demanda justificada por la necesidad de espectáculo. En inglés, en cambio, se trata no sólo de gente que hace reír, sino de gente divertida. Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a un humorista es que el público confunda su gracia ante las cámaras con su personalidad real, la vida pública con la privada, llevándolo a convertirse en una copia de sí mismo, un simulacro autogestionado. Es muy interesante la secuencia en la que George confiesa a Ira que es un enfermo terminal: inicialmente Ira no se lo traga, alegando que ya se habría enterado de ello, como si los medios de comunicación fueran más veraces que una confesión personal; inmediatamente después, cuando Ira ya se lo cree, George le gasta una broma pidiéndole que lo mate. Es difícil saber cuándo Sandler interpreta al George cómico, cuándo al George real y cuándo a sí mismo, pues está claro que la elección de este actor, un cómico consagrado, no es casual, como tampoco lo era la de El Gran Wyoming y Santiago Segura para la película de Álex de la Iglesia.

Como señala Tonio L. Alarcón en su estudio sobre el cineasta, los personajes masculinos de las películas de Apatow viven aislados del mundo en un estado de inmadurez que se supera a lo largo de la película (1). Podríamos ver en este proceso un abandono de la ficción en favor de la realidad: por ejemplo, el protagonista de Virgen a los 40 debe vender su colección de muñecos de juguete empaquetados, de cuerpos artificiales, para conocer el cuerpo real de una mujer y perder la virginidad. En Hazme reír, George Simmons tiene que olvidar su papel de cómico, su propio simulacro, y aprender a apreciar la verdadera amistad de Ira, reconocida en la reconciliación final: ambos cómicos charlando animadamente en una mesa mientras la cámara se aleja y aparecen los títulos de crédito. De todos modos, se trata de un final ambiguo: no en vano, los personajes se ponen a hablar de chistes, como si no fueran capaces de pensar su relación con los demás y con el mundo sin el filtro cómico de su amarga profesión.

Una duda que también se plantea la propia película, a medio camino del retrato de personajes y las actuaciones de los cómicos, de sus realidades y sus simulacros. De hecho, las pantallas son muy frecuentes en Hazme reír: de televisión u ordenador, pero siempre muy grandes, y con una definición que prácticamente provoca su confusión con la realidad. Quizá se trate sólo de un paso más en el interés de Apatow por las nuevas tecnologías -Smart Tech en Virgen a los 40, la página web de Lío embarazoso (Knocked up, 2007), las referencias a Myspace.com o Facebook en Hazme reír-, pero creemos que es más interesante ver en estas pantallas otra vuelta de tuerca en la reflexión sobre realidad y representación, que la inscribe en la misma tendencia que Tropic Thunder: ¡Una guerra muy perra! (Tropic Thunder, Ben Stiller, 2008), donde se borran los límites entre la guerra y el cine bélico, el personaje y el actor. En la película de Apatow esta reflexión no es tan hilarante y a veces pasa a segundo término, pero creemos que la cuestión de fondo es la misma: cómicos veteranos que se sientan a reflexionar, a cavilar sobre sus vidas, a pensar si son funny people o si simplemente hacen reír.


(1) ALARCÓN, Tonio L.: “Judd Apatow. Sentido (del humor) y sensibilidad”, Dirigido por…, n.º 384, diciembre, 2008, págs. 69-70.