Entrevista a Marc Recha

Un náufrago a la deriva

 

Es difícil imaginar un título que defina mejor la concepción del cine de Marc Recha (1970, L’Hospitalet de Llobregat) que el de su última y muy sugestiva película, La vida lliure (2017), donde el director catalán atraviesa algunos caminos ya transitados en Un dia perfecte per volar (2015) y se permite un salto atrás en el tiempo, al situarse en la Menorca de 1918. La vida, en efecto, es una de las fuentes principales de inspiración de Recha, que asume con naturalidad la vertiente autobiográfica de sus ficciones. La libertad, por su parte, es la que emana de sus últimas creaciones, cada vez más alejadas de los lugares comunes del cine de autor y más cercanas al género de aventuras. La vida lliure supone la cristalización de su evolución como cineasta hacia una sencillez narrativa no exenta de misterios. Desde que filmó esa road movie existencial y familiar llamada Dies d’agost (2006), Recha es un director liberado, cuya mirada impresionista se deja contagiar por la imaginación infantil, los cuentos orales y la naturaleza salvaje.

Marc Recha y varios miembros de su equipo durante el rodaje de La vida lliure

Su nueva película transcurre en una isla menorquina fantasmagórica en la que la sombra acechante de la gripe y los ecos de la 1ª Guerra Mundial se ciernen sobre el día a día de dos hermanos asilvestrados. Tina (Mariona Gomila) y Biel (Macià Arguimbau) añoran a su madre, que ha emigrado a Argelia en busca de trabajo, mientras viven con su tío Conco (Miquel Gelabert), un adusto payés apegado a la tierra que cultiva para que los tres puedan sobrevivir. Los niños viven a sus anchas en un entorno áspero alejado de la ciudad, que es también su campo de juegos y sueños. La aparición en una cala solitaria de Rom (Sergi López), un personaje enigmático que bien podría ser un marinero, un contrabandista o un pirata, despierta la atracción de ambos. López, en un rol parecido al que interpretaba en Un dia perfecte per volar, es una seductora figura paterna, que enseña a los niños a interactuar con la naturaleza y les descubre la vida más allá de la isla en sus imaginativos relatos. Al igual que en la anterior película de Recha, las leyendas y la muerte están muy presentes. También la capacidad de las palabras para activar la mente, para lograr que un filme austero vuele muy alto y flirtee con la aventura y el fantástico.

Tras su buena acogida en el Festival Internacional de Cine de Gijón en 2017, La vida lliure ha llegado a nuestras salas con discreción, en apenas diez ciudades (próximamente, se sumarán algunas más) que tendrán la suerte de acercarse al imaginario de un autor singular y apasionado, con el que hemos tenido el placer de conversar. Al escuchar la voz de Recha evocando su trayectoria como cineasta, uno no puede dejar de imaginarle navegando por el río Ebro en Dies d’agost en un enriquecedor viaje a la deriva.

Marc Recha y su hermano David en un plano de Dies d’agost


La película muestra una Menorca solitaria y aislada, donde el entorno natural domina a los personajes, que luchan por sobrevivir en condiciones difíciles. ¿Qué te llevó a elegir estos escenarios concretos para situar tu relato? El contexto en el que se desarrolla el filme se ajusta a la época que retratas o es más bien una construcción ficcional?

Conozco bien Menorca, ya que es uno de los paisajes de mi infancia, y elegí estas localizaciones, como las de Son Ermità o la Platja d’es Bot, porque nos permitían mostrar un entorno agreste, que plasmase bien el trasfondo de la pandemia de gripe. Hay que tener en cuenta, además, que en el año en que se sitúa el filme, no existía el turismo de sol y playa y las calas menorquinas estaban mucho más vacías. De todos modos, La vida lliure huye del concepto de gran construcción de una época: quiere ser una propuesta contemporánea, en la que cualquier espectador se pueda sentir interpelado, independientemente de si conoce la isla y su contexto histórico.

La vida lliure tiene un evidente talante literario, con un personaje como el de Sergi López que parece salido de la pluma de Mark Twain o de Robert Louis Stevenson, y con otros referentes que has citado, como los relatos marineros de Josep Pla [recopilados en el volumen Aigua de mar]. ¿Me podrías explicar cómo trabajas con este bagaje novelístico para incorporarlo en tu película? En cierto modo, consigues un equilibrio entre el artificio literario y el impresionismo…

Lo que me interesa de la literatura es la sensualidad de los adjetivos para describir el paisaje y, en este sentido, La isla del tesoro [de Stevenson] es un buen ejemplo. Las palabras me ayudan a captar esa cosa intangible de la naturaleza y me permiten llegar al mundo de la invisibilidad. Lo que realmente buscaba en La vida lliure era ir de la anécdota a la categoría, como recomendaba Eugeni d’Ors; filmar lo local para llegar a lo universal. La palabra es también transmisora de conocimiento y lo vemos en las historias que cuenta Rom y en la voz en off de Tina.

El poder de la palabra de Sergi López en La vida lliure

Sergi López es la figura paterna de Roc Recha en Un dia perfecte per volar

La infancia y la capacidad de imaginar de los niños determina el tono fabulador de las narraciones de La vida lliure y de Un dia perfecte per volar, y también tenía su peso en otros filmes tuyos, como L’arbre de les cireres (1998). ¿Qué te interesa captar de esta etapa vital inicial? ¿Cómo te enfrentas a un rodaje con niños? ¿Hay espacio para la improvisación?

Los niños tienen sus complejidades, como los adultos, y es básico un trabajo previo en el casting y un periodo de aprendizaje y de observación antes del rodaje. La complicidad de los padres es también necesaria y, en el caso de La vida lliure, Mariona [Gomila] y Macià [Arguimbau] se sintieron muy acompañados durante el rodaje por Núria Prims. La película la rodamos con un equipo muy reducido en solo quince días a finales de octubre y principios de noviembre [de 2016] y, por tanto, no había tiempo para improvisar: los niños se sabían el texto de memoria. Las localizaciones estaban muy definidas y eran cercanas entre sí para permitirnos trabajar muy rápido.

Me gusta mirar la realidad desde la infancia porque los niños te permiten mostrar el descubrimiento que para ellos supone el mundo de los adultos y sus complejidades. Además, entiendo que la vida y el cine son un viaje a la deriva de aprendizaje y me atrae ver el proceso que experimentan los niños hacia la madurez.

Quizás sea una referencia no buscada, pero viendo La vida lliure no pude evitar pensar en El espíritu de la colmena (1973), ya que, en ambos casos, la mirada infantil otorga un toque de fantasía y aventura a una realidad cruda y violenta. En el filme de Víctor Erice, tenemos la equiparación del soldado republicano escondido con el monstruo cinematográfico de Frankenstein, mientras que en tu película la 1ª Guerra Mundial, la emigración forzada y la gripe se funden con historias de marineros y tesoros. A pesar de ello, La vida lliure no resulta una película ingenua: la muerte está muy presente en el relato. ¿Crees que la mejor manera de enfrentarse a hechos trágicos es desde la inocencia o la metáfora, sin ser demasiado explícito?

La acción, en La vida lliure, pasa por la imaginación. Y no debemos olvidar que la muerte era muy real y común en aquella época. La mirada fantasiosa infantil quizás tiene que ver con una visión panteísta del paisaje que muestra el filme. En cierto modo, a través de la experiencia de los niños nos acercamos a una naturaleza animista, donde las piedras y los árboles cobran vida.

En cuanto a los referentes, siempre he dicho que son necesarios. Cuando tú empiezas a hacer cine, sales con un barquito del puerto y requieres de muchos guías para tu viaje. Yo empecé de pequeño filmando en Super 8 y con 17 años ya probé los 35 mm. A medida que avanzas en tu viaje como cineasta, cuando ya estás en medio del mar y solo vislumbras la línea del horizonte, vas abandonado los referentes y empiezas a construir las películas en base a tu mirada, a tu experiencia. De vez en cuando, te paras en un nuevo puerto y los recuperas, pero lo cierto es que vas por libre haciendo cine. Me considero, desde hace años, un náufrago a la deriva.

Las condiciones laborales en La vida lliure son muy exigentes

Uno de los elementos más cuidados en la película es el lenguaje -el vocabulario, la pronunciación de las palabras, la diversidad lingüística, etc.- y el uso del menorquín es clave para definir el entorno y el imaginario de los niños protagonistas. ¿Me podrías hablar de las elecciones idiomáticas y de cómo, en tanto que cineasta, te enfrentas a filmar las palabras?

El lenguaje, en el fondo, nos transporta a un mundo imaginario y para ello hay que preservar la autenticidad. Cada uno se expresa en la película con naturalidad: los niños hablan en menorquín, Sergi López en un catalán de Vilanova, Alex Brendemühl aporta la voz en alemán en las imágenes iniciales del submarino… El lenguaje nos lleva, literalmente, a lo literario, a la memoria.

Según sugiere el crítico Jordi Costa, tus tres últimas películas están vinculadas de forma muy personal con el cine de género. Siguiendo esta lógica, él entiende que, en cierto modo, Petit indi (2009) es un westernUn dia perfecte per volar es un filme de fantasía y La vida lliure es una película de piratas. ¿Estás de acuerdo? ¿Qué importancia tienen los géneros clásicos en la construcción de tu cine?

Hay mucho de cierto en que me gusta coquetear con los géneros y, de hecho, Petit indi sí fue concebida como un western. De alguna manera, me muevo en los márgenes del género y me pregunto, como hace Carlos Losilla en su crítica de La vida lliure, si realmente se puede seguir haciendo cine de género a la manera clásica que tanto nos gusta… ¿Todavía tiene sentido? Me siento, más bien, como un cineasta que emprende una búsqueda arqueológica del género porque considero que hay muchos rincones por explorar. Siempre he deseado filmar cine de género, pero me he pasado la vida haciendo otras cosas… Lo importante no es si se logra el objetivo, sino el camino.

El paisaje marino es protagonista en La vida lliure

En La vida llliure, así como en tus tres anteriores filmes como director, el responsable de la banda sonora es tu hermano Pau. En Un dia perfecte per volar, el niño que aparece en pantalla es tu hijo Roc, mientras que en Dies d’agost tu hermano David y tú sois los protagonistas. ¿Qué te aporta trabajar con la familia? ¿Consideras tu cine autobiográfico? ¿Hasta qué punto Sergi López es también un miembro de la familia más?

El cine es mi vida y mi vida es el cine; no hay diferencias. Me siento cercano a [John] Cassavetes, [Jean] Eustache o al [Jean] Renoir de Toni [1935]… Es una manera de hacer cine, no la única posible, en la que el trabajo de aprendizaje vital lo haces mientras filmas las películas. Podemos hablar también de lo que ya eran los textos de Josep Pla: ficciones autobiográficas. La vida es una fuente de inspiración para los que creamos de forma artesanal y con frecuencia las fronteras entre realidad y ficción se desbordan: cuando hablo de la infancia, es normal que me inspire en mi hijo Roc… Ahora bien, si trabajo con mi hermano Pau no solo es por los vínculos familiares: va mucho más allá de eso. El principal motivo es porque creo que es un gran compositor y sé que puede darme la música que busco. Con Sergi López, como con otros colaboradores fieles como Hélène Louvart [directora de fotografía], Dani Fontrodona o Ricard Casals [encargados del sonido], estableces vínculos, aunque él ya era un gran actor cuando empezó a trabajar conmigo: es uno de los mejores del país.

En varias de tus películas –Petit indiDies d’agostUn dia perfecte per volar, La vida lliure– la contemplación de la naturaleza tiene un papel relevante, aunque diría que tu mirada no es la de un cineasta romántico, sino la de un creador que es muy consciente de que la comunión del hombre con la naturaleza es conflictiva y no precisamente idílica. ¿Me podrías explicar qué te atrae de los entornos naturales y qué buscas cuando los filmas?

Tú ya lo has explicado muy bien: en la naturaleza no todo el monte es orégano. Me interesan las relaciones contradictorias del hombre con el paisaje. La naturaleza todo lo acaba destruyendo y me atrae ese combate eterno del hombre para detener el tiempo del que hablaba Josep Pla. También me gusta recordar en mis películas que el paisaje es de todos y que, si lo destruyes, se pierde la memoria colectiva.

La vida animal ya tenía un papel relevante en Petit indi

 

© Carles Matamoros, marzo de 2018