Dramas de la generación iPhone
La primavera de Prada
“Existió la época en que otorgar créditos
era pecado y sin duda has aprendido que
planear el futuro puede ser un acto de presunción
que a menudo se paga caro y que algunas ideas son
bombillas con obsolescencia programada”.
(Miqui Otero, La cápsula del tiempo)
Hace poco, leyendo un artículo en una revista gratuita que hablaba de la literatura asperger (Tao Lin, Viola di Grado, etc.), me topé con este concepto: generación iPhone. Debido a mi total desconocimiento de la sociología moderna, quedé impactado. No sabía que la generación que venía inmediatamente después de la nuestra (teóricamente tras la generación X viene la generación Y, pero el término es tan poco imaginativo y chusco que dudo que nadie se lo haya tomado en serio) fuera conocida como generación iPhone.
Bien, justo en ese momento, saqué mi móvil del bolsillo (que si bien no es un iPhone se le parece bastante) y me dediqué a observarlo durante el trayecto en metro que me quedaba hasta llegar a casa. Facebook, Gmail, Linkedin, Instagram… Salté con agilidad de una aplicación a otra hasta llegar a ColorNote, una especie de post-its virtuales que utilizo muy a menudo para apuntar todo tipo de tonterías.
Allí, entre mucha morralla y alguna que otra anotación sin sentido, me encontré con un escueto texto escrito por mí tras el visionado de Spring Breakers (Harmony Korine, 2012) y The Bling Ring (Sofia Coppola, 2013). Decía lo siguiente: “filmes mellizos, conexión temporal”. Así, a bocajarro, la cosa queda un poco confusa con lo que, con su permiso, procedo a explicarme.
Después de ver estas dos películas, en seguida supe —no estoy ciego— que había un vínculo muy potente entre ellas (edad de los directores, edad de los actores, iconografía), pero también pude ver que había otro, más allá de la superficie (de ahí que los llamara filmes mellizos y no gemelos), que tenía que ver con su concepción del tiempo. Tanto en Spring Breakers como en The Bling Ring hay constantes saltos temporales que más allá de tener una función narrativa, de dosificar y alterar el orden de la información, dan cuenta de una forma de ver y entender el mundo. Esto es algo sobre lo que no profundicé demasiado en su momento pero que, ahora, deslizando mi dedo sobre la pantalla del teléfono, pasando sin filtro de caras conocidas a platos de comida y de fotografías vacacionales a contactos profesionales, me parecía de lo más lógico.
El problema de la generación iPhone no es económico, la crisis les ha pillado con tiempo suficiente para reaccionar, sino temporal. La generación iPhone tiene un pasado abstracto, vive en un presente banal y habitará un futuro incierto. Además, si a todo esto le añadimos una educación basada en la impaciencia y la inmediatez (YouTube, Emule, Utorrent), el hecho de la visión desquiciada y atemporal del mundo, que puede saltar de un tema a otro sin filtro, resulta algo inevitable. Al igual que el protagonista de La Jetée (1962) estos jóvenes tienen la muy difícil tarea de saltar de una temporalidad a otra pero a diferencia de aquel personaje de Chris Marker no tienen ningún fin concreto, simplemente es su manera de moverse en el mundo.
Nuestra sociedad, como un cubito de hielo, hace ya tiempo que pasó del estado sólido (creencias, ideales) al líquido (todo es relativo y móvil) y, por tanto, era evidente que filmes que quisieran hablarnos del aquí y el ahora habrían de recurrir también a una forma líquida para hacerlo. En términos estrictamente cinematográficos se podría decir que ya no existen bloques de montaje sino imágenes sueltas que van apareciendo en pantalla de forma aleatoria y que tienen, por supuesto, obsolescencia programada.
Nota: La entrada en taquilla de The Bling Ring está a punto de barrer a Jobs (Joshua Michel Stern, 2013) de las carteleras nacionales. Podemos llamarlo ironías del destino o, simplemente, matar al padre en tiempo récord.
© Sergio Morera, octubre 2013