Clase valiente

Desentrañar el lenguaje de la política

 

Recuerdo cuando en 2010 Stéphane Hessel publicó su Indignez-vous! Han pasado ya siete años desde aquel bello repliegue de la historia en el que uno de los más celebres miembros de la generación que luchó contra el fascismo instaba a una nueva generación a tomar la palabra contra una democracia vaciada de soberanía, un sistema económico injusto y unas instituciones que, tras la crisis, perdían la confianza del pueblo al que decían representar. Frente una esfera política incapaz de explicar o modelar la realidad, o completamente distanciada de ella, fue el movimiento 15M, el de los indignados, el que llevó la política a las plazas, el que planteó una ruptura insalvable con un sistema en el que, finalmente, penetraron nuevas fuerzas desde los grados de Politología que trataron de hacer suyo (o pervertir) ese discurso de cambio.

En su libro, Hessel oponía la aparente claridad de los conflictos que enfrentó su generación con los conflictos de hoy, difusos, complejos. Pero enarbola ante ellos la misma necesidad imperiosa que alimentó a la resistencia antifascista: la indignación, la cólera ante la injusticia, la toma de posición ante el abuso. Desde su subtítulo, el libro parecía dirigirse hacia dos problemas: la complejidad de un mundo donde los verdaderos enemigos quedaban difuminados y la indiferencia de una mayoría insensible a la injusticia. Ambos problemas, en el fondo, son el mismo: el de una sociedad cada vez más hiperconectada y a la vez escindida de la realidad en una forzosa distancia, ante la que Hessel proponía la indignación como un concepto moral y político que aún resiste en la arena política. Fue, quizás, uno de los grandes ejemplos de infiltración de un concepto desde el ensayo, desde el activismo, logrando una sintonía inaudita con la sociedad. Entre los procesos de manipulación que rigen nuestra vida social, la puesta en escena política y la manipulación mediática son cada vez más evidentes y conocidos. El lenguaje, no obstante, es un campo de batalla más velado y quizá por ello más importante: ahí se disputa la hegemonía política en una sociedad donde las estructuras de poder de los partidos tradicionales están cada vez más desgastadas. Y si, como decía Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, es profundamente peligroso que los ciudadanos no estemos al tanto de las estrategias de manipulación que hacen del lenguaje un artefacto para resignificar ese mundo en el que vivimos.

En toda esta realidad se sumergen Victor Alonso (director y guionista), Borja Barrera y Jan Matheu (productores y co-guionistas), que dos años después de graduarse en la Universitat Pompeu Fabra presentan su primer largometraje: Clase valiente (Víctor Alonso Berbel, 2017), que nació como un trabajo de fin de grado para acabar llenando el teatro del CCCB en el festival Docs Barcelona el día de su estreno, es un documental que profundiza en el impacto del lenguaje en nuestra manera de percibir la realidad, los mecanismos de manipulación que desde la política toman posiciones en el discurso social y la influencia que se puede ejercer desde abajo en esos mecanismos. Además de un brillante recorrido por diferentes discursos teóricos (Lakoff, Jones, Salmon, Errejón…) sobre la relación entre política y lenguaje, Clase valiente es toda una intervención en la sociedad a través del cine o, como explican a los entrevistados, un experimento sobre el lenguaje político. En la operación, los jóvenes cineastas enseñan las cartas desde el primer momento, mostrándonos al poco de comenzar la película el casting de los tres actores que les interpretarán en una estrategia metacinematográfica que les permite distanciarse desde la cámara mientras mueven los hilos del filme. Una película que, para empoderar al espectador, es consciente de que tiene que abrirse en canal ante él.

Tras la primera escena, en la que vemos nacer a la clase valiente en una proyección nocturna haciéndose viral sobre la fachada del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, los títulos de crédito sientan la tesis sobre el lenguaje: el agua como metáfora de algo que se infiltra en las entrañas de la sociedad hasta el plano en el que unos niños beben de una fuente. La única tesis que se permite un filme que, tras este comienzo, abre un abanico de voces que comienza en George Lakoff y se dispersa en una veintena de politólogos, lingüistas, analistas políticos, asesores de comunicación, miembros de think tanks, directores de campaña y demás figuras de autoridad cuyas voces sirven de sostén a un documental que no se limita al discurso coral, sino que lo articula desde la intervención, desde aquello que pueden mostrar con total convicción: su propio experimento. Es ahí donde los cineastas toman el pulso a su entorno desde el propio concepto propuesto: la clase valiente, que se llena de significado conforme se discute. En los planos filmados mientras los intérpretes reparten globos por las calles o comparten cafés con jóvenes hay una relación cercana, una filmación entregada, directa, que contrasta con los planos donde cohabitan las entrevistas a asesores, analistas o políticos, cuya palabra es filmada desde una distancia crítica —la multipantalla como dispositivo que fragmenta el discurso— que les sitúa como parte de la propia intervención. En cierto modo, no les dejan abandonar las pequeñas pantallas, no les dejan poblar con libertad la gran pantalla del cine. No dejamos de ver a estos personajes como figuras mediáticas encorsetadas en sus propios espacios televisivos. Menos mal, porque situar al mismo nivel las reflexiones de George Lakoff u Owen Jones junto a esperpentos patrios tan insustanciales como Miguel Ángel Rodríguez o Miquel Iceta podría haber sido una elección fatal.

Clase valiente es una película generosa. Como todo buen documental, plantea más problemas que soluciones, y en eso se cuida mucho de ser una película de tesis. Incluso la intervención, que el propio Alonso señala como algo que continúa con la distribución del filme, se formula a modo de pregunta, de investigación abierta. Al fin y al cabo, todo comienza preguntando a los grandes referentes teóricos cómo ellos la llevarían a cabo, como si fueran a poner a prueba sus ideas en un campo de batalla real: el de las elecciones municipales de 2015 en Barcelona. En las entrevistas surgen diferentes debates: Owen Jones recuerda cómo Margaret Tatcher reenmarcó la pobreza como un problema individual, y no sistémico, y plantea la necesidad de que la izquierda aborde la realidad política desde las mismas estrategias discursivas; Estrella Montolío plantea, directamente, cómo el lenguaje sirve para ocultar realidades negativas para los ciudadanos frente a la irresponsabilidad de lingüistas y expertos; Íñigo Errejón opone las estrategias de comunicación fuertemente vinculadas a la ideología frente a aquellas que buscan una mayor apertura vaciándose inevitablemente en el camino. Todos esos dilemas quedan abiertos, el filme no pretende englobarlos desde una respuesta concreta, y eso es de agradecer. Ya desde los sofistas sabemos cómo la dialéctica ha servido para encubrir o modelar la realidad y ganarse al público con una visión propia de las cosas. La batalla hoy no parece ser más evidente para el gran público, y los resultados electorales recientes donde la derecha gana posiciones entre las clases populares lo confirman. «Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla», escribió Sun Tzu, que por más que hablara de la guerra podría estar hablando, perfectamente, del lenguaje político y la comunicación hoy día, de esa infiltración lingüística que nos desplaza hacia territorios morales ajenos. Tras escuchar a toda esa ristra de técnicos y asesores queda claro que la política, como observa Christian Salmon, es ya un género de ficción que se juega la hegemonía en la construcción de relatos que explican y modelan el mundo.

Además de su generosidad, hay algo de valentía en la propia película. Y no me refiero a que tres recién graduados consigan levantar un largometraje tan digno como Clase valiente, que sin duda es un acto admirable y esperanzador para el cine de base de este país y para las posibilidades de las universidades como escuelas cinematográficas, sino a que lo han hecho sin complejos y sin miedo a caer en sus propias trampas. Si, como analiza el filósofo Byung-Chul Han, “el vacío político se hunde convirtiéndose en una política del espectáculo, que no actúa ni transmite ni produce nada esencial, sino que comunica comunicabilidad”, Clase valiente es el documental político sobre esta comunicabilidad, sobre este vaciamiento de la política en pos de la pura táctica comunicativa que toma cuerpo en los brillantes planos finales del filme. Este vaciamiento es el que me hace estar cada vez más callado en las manifestaciones, cada vez más desconectado incluso de los partidos que ideológicamente me son afines, cada vez más reaccionario contra la prensa y su burdo tratamiento de la actualidad… en definitiva, cada vez más desconfiado, como propone Gabilondo en el epílogo, de una vida política que es pura puesta en escena. También la intervención es una puesta en escena, he aquí la trampa, pero somos conscientes de lo que esconde la tramoya. Aunque clase valiente sea otro concepto ensamblado a partir de significantes más o menos vacíos, otro artefacto para incidir en el discurso social, es esta puesta en escena la que nos permite profundizar en procesos que tienen, quizás, menos que ver con la política y más con nuestra manera de entender y explicar el mundo a través del lenguaje y la comunicación.

Al fin y al cabo, cuando una madre o un padre se dirige a su pareja y espeta “mira lo que ha hecho tu hijo”, es la torsión irónica del lenguaje la que expresa el enfado y la que lo vincula de manera velada a la responsabilidad del otro progenitor. Más allá de la política, más allá de la veintena de entrevistados, Clase valiente es todo un experimento cinematográfico que arroja un poco de luz sobre nuestra relación, íntima y social, con el lenguaje en un momento en el que se hace cada vez más urgente recuperar la soberanía sobre nuestras palabras. En la era de la posverdad, o lo que toda la vida se ha dado en llamar mentira, Clase valiente sirve para empoderar un poquito más al espectador frente a un lenguaje que, cada vez más, pertenece y sirve a otros sin que seamos del todo conscientes de ello.

 

 

© Bruno Hachero, mayo de 2017