Bogart-Murray

Coautora del montaje: Marta Bueno

La historia del cine puede recorrerse por múltiples senderos. Siendo el cine reflejo de los imaginarios sociales de su tiempo, un recorrido por sus películas puede ser, también, un trayecto por la historia de la feminidad y la masculinidad.

Múltiples han sido los análisis, procedentes de las corrientes feministas, que se han hecho sobre la representación de la mujer en el Séptimo Arte. Menos numerosos, los que se han encargado de analizar de qué modo ha sido representado el hombre, y de definir qué conclusiones podemos extraer de dichas representaciones. De entre todos esos estudios, podríamos destacar el llevado a cabo por Xavier Pérez y Nuria Bou, profesores del departamento de comunicación audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. En su libro El tiempo del héroe; épica y masculinidad en el cine de Hollywood, trazan un detallado camino por las diferentes etapas que la masculinidad ha recorrido durante el clasicismo cinematográfico. Así, Douglas Fairbanks hubiera significado, en los orígenes del M.R.I., esa hombría en acción, siempre en movimiento, corriendo hacia adelante, saltando y dando brincos, intentando huir de la pausa.

En El colegial (College, James Horne, 1927), Buster Keaton nos descubrió, en un epílogo estremecedor, qué significaba para el héroe de acción clásico esa pausa. Tras demostrar ser un atleta sobrehumano, y conquistar a la chica, Keaton dejaba de correr. Entonces, una sucesión de elipsis fulgurantes nos descubrían que, detrás del stop, al héroe le acecha el amor, el matrimonio, la familia y, en última instancia, la muerte. En definitiva, el mortífero paso del tiempo.

A lo largo de su análisis, Pérez y Bou detallan cómo ha evolucionado el hombre a lo largo de la historia del cine, especificando qué actor o personaje ha representado una cierta masculinidad propia de su tiempo. Ahí está la oda al cuerpo varonil del Tarzán de Johnny Weissmuller o de los péplums protagonizados por Charlton Heston, o la heroicidad metafísica del Luke Skywalker de La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977).

De entre todos los ejemplos citados en el libro, tal vez el más interesante y estimulante sea el de Humphrey Bogart, quien a lo largo de toda su dilatada filmografía interpretó siempre al mismo personaje. Un seductor asexuado, el varón hastiado, la masculinidad crepuscular, el sarcasmo como coraza y el cigarrillo como arma de camuflaje,… en Bogart se aúna todo el imaginario de una época (los años posteriores a la Gran Guerra), que condenaba al hombre al malestar en su cultura.

Auschwitz significa un antes y un después en el sujeto cinematográfico, desencanjado tras descubrir el Horror. Pese a su aparente dureza, en el varón bogartiano recae la responsabilidad de redimir a la Humanidad. Por ello, su capacidad de sacrificio es encomiable, solo comparable a los sacrificios que la feminidad ya había exhibido en épocas anteriores. En el cine era habitual ver a una mujer sacrificar su bienestar (e incluso su vida) por amor. Pero fue Bogart el primer hombre en exonerar a su especie. Tras su escudo de prepotente seguridad, tras su venenoso sarcasmo, se esconde un hombre inseguro, frágil, incapaz de exteriorizar sus sentimientos, de amar, emocional y carnalmente. Ese perímetro de seguridad que establece frente a su entorno acumula toda su capacidad de atracción.

Buscando el equivalente bogartiano en el cine de la posmodernidad, encontramos a un actor que a lo largo de al menos tres películas, ha contemporizado esa masculinidad tan propia de la posguerra para traerla a la América post 11-S. Bill Murray, en Lost in Translation (Sofía Coppola, 2003), Life Aquatic (Life Aquatic with Steve Zissou, Wes Anderson, 2004) y Flores rotas (Broken Flowers, Jim Jarmusch, 2005), representa a la perfección la masculinidad propia de nuestra época: la del hombre que arrastra un glorioso (y a la vez doloroso) pasado, la de quien incapaz de aceptar su fracaso vital, se sienta en el sofá esperando que pase el tiempo. Es el hombre que vivió el apogeo de las utopías en los 60, y murió con ellas en los 90. En su rostro está grabada esa derrota.