Justin Bieber, el Leviatán

La Bella y una Bestia

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La cámara aletea bajo el agua, sale a la superficie. Los sonidos estridentes del viento y  las fuertes distorsiones asaltan al micrófono incorporado a la cámara digital. Las gotas sobre la lente desenfocan y rayan la imagen, la vuelven abstracta. Una serie de movimientos repentinos e injustificados, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Una película que parece editada con los retales y los desechos del lugar de trabajo. ¿Se trata de Leviathan (2012), el (sobre)aclamado documental de etnografía sensorial inmersiva de Lucien Castaing-Taylor & Véréna Paravel? No. Es el surgimiento del cantante Justin Bieber, de 18 años de edad, como su propio auteur en el videoclip de Beauty and a Beat (2012): cuatro minutos y cincuenta y dos segundos de puro cine.

En una idea contemporánea que nos es familiar gracias a películas de terror como las de la serie Paranormal Activity (2007-2013), Beauty and a Beat se presenta a sí mismo como «tres horas de grabaciones personales» que han sido robadas a Bieber y colgadas ilegalmente en la red. Esto da lugar a una sección de apertura inconexa —donde atisbamos a Justin B. haciendo el tonto con sus colegas— y a un final abrupto en forma de muerte súbita. En medio se encuentra la canción. Y aquí llega la segunda gran ocurrencia de la pieza. El videoclip —cuyos jactanciosos créditos, garabateados en tiza sobre una mesa de ping-pong, nos anuncian que está «escrito, dirigido y grabado» por el propio wonder boy— lleva a cabo un intento semiserio de hacerse pasar por un épico plano secuencia que existe solo en tanto que es maniobrado por Bieber: allá donde él va, con su brazo totalmente extendido y simulando mirar hacia atrás, arrastra consigo a este auto-ojo que da testimonio de la caméra-stylo.

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Por supuesto, hay fragmentos donde la grabación es asumida por otra mano más profesional que se coloca tras la cámara para conseguir un expresivo retroceso durante el baile en el agua y en otros momentos culminantes. Y también hay cortes que han sido sabiamente encubiertos: en este sentido, Bieber es —obviamente— un gran conocedor de La soga (Rope, 1948) de Hitchcock. Pero el clip funciona como se supone que debe hacerlo: es una carrera ciega a través de filas con cientos de chicas —bailando en bikini— y chicos —contorsionándose como robots— que se mueven de forma exhibicionista, agrupados en varias formaciones extravagantes (el obligatorio plano de la piscina a lo Busby Berkeley, con la cámara por encima de las cabezas de los bailarines, es otra marca de la idea visual central); bajamos por una rampa y encontramos a Nicki Minaj perdida en un rap buñueliano de libre asociación sobre «las hermosas confesiones del cura» (?) y marcando la imagen-tiempo con una broma ya desfasada sobre Selena Gómez, la ex de JB; y, lo más surrealista de todo, pequeñas cámaras colocadas en línea bajo el agua mostrándonos (¿qué más?) el rostro de nuestra estrella mientras este insiste en las dos únicas cosas que uno necesita en la vida (y, respecto a esto, el cantante tiene toda la razón).

Bieber trabaja las ambigüedades del punto de vista igual que los realizadores arty de Leviathan. En muchos momentos de esta película —que tiene más sangre y vísceras que Beauty and a Beat, es cierto, pero también unos títulos escritos en una fuente bíblica de imitación y un mensaje vagamente ecológico— es difícil saber dónde se encuentra la cámara y cómo está colocada: ¿es un pequeño vídeo-ojo sin operador al que han dejado correr por el suelo y flotar en el agua? ¿se trata de un objeto que ha sido adherido, sin demasiado cuidado, al sombrero o al brazo de un marinero? ¿o son los propios artistas antropológicos quienes, a la manera de Grandrieux, llevan a cabo esos complejos y agitados movimientos? Estas ambigüedades son las que hacen que la película resulte interesante a ratos. De hecho, el trabajo de los miembros del Laboratorio de Etnografía Sensorial de Harvard enlaza con la biebermanía en People’s Park (Libbie Dina Cohn & J.P. Snaidecki, 2012), un paseo de ochenta minutos en un plano secuencia que nos muestra a gente sin demasiadas cosas que hacer durante una tarde de domingo en China.

“Este filme especial que explora el parque en una única toma era la manera perfecta de capturar la alegría, la intensidad, la libertad, y la historia de la vibrante socialización sobre la que se construye el Parque de la Gente”, declaran los directores. Muy cierto; aunque yo tiendo a coincidir con el crítico Jorge Mourinha cuando dice que “más allá de algunos momentos reveladores, con frecuencia, uno siente que la única razón de ser del filme viene dada por el intento de sostener su mecanismo visual”. Para mi dosis concentrada del día (pero no de cada día) de intensidad, libertad y vibrante socialización —y también de astuta ambigüedad pictórica, de movimiento y de espectáculo pop— yo me quedo con el verdadero Leviatán, Justin Bieber, y su Beauty and a Beat. Y retomando el modo bíblico:

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Traducción: Cristina Álvarez López

 

Texto original © Adrian Martin, marzo 2013. Traducción al español © Cristina Álvarez López, marzo 2013

 

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The Beauty and a Beast

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The camera darts under water, resurfaces. Harsh wind sounds and loud distortion assault the digital camera’s in-built microphone. Drops on the lens blur and streak the image, rendering it abstract. Sudden, unmotivated movements up, down, left, right. A film assembled like it is scraps, ruins from the working floor. It’s that (over)acclaimed documentary of ‘immersive sensory ethnography’, Leviathan (Lucien Castaing-Taylor & Véréna Paravel, 2012), right? No, it is the emergence of singer Justin Bieber as his own auteur, 18 years old at the time, in the clip for Beauty and a Beat (2012) – four minutes and fifty-two seconds of pure cinema.

Beauty and a Beat presents itself, in a contemporary conceit familiar from horror movies such as the Paranormal Activity (2007-2013) series, as “three hours of personal footage” stolen from Bieber, that has later emerged, illegally, on-line. This allows for a disjointed opening section of glimpses of Justin B. mucking about with his homeys, and a ‘sudden death’, cut-off ending. In-between comes the song. And here comes the second, major conceit. Presenting itself (in the boastful credits scrawled in chalk on a table-tennis top) as “written, directed and shot” by the Wonder Boy himself, the clip makes a semi-serious attempt at passing itself off as a one-shot epic manoeuvred into being by his own hand: his outstretched arm, and his furtive looks behind him wherever he goes, testify to the caméra-stylo pulling-along of this auto-eye.

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Of course, there are moments where another, more professional hand behind the camera is clearly taking over: for an expressive pull-back during the water-dance, and other such highlights. And there are expertly disguised cuts: Bieber is obviously a keen scholar of Hitchcock’s Rope (1948) in this regard. But the clip works just as it is meant to: it’s a headlong race through lines of hundreds of cavorting, bikini-clad dancing girls and body-popping guys in various extravagant formations (the obligatory Busby Berkeley overhead pool shot included: another giveaway of the central visual conceit); down a ramp to find Nicki Minaj lost in a Buñuelian free-associative rap about “beautiful confessions of the priest” (?) and marking the time-image with an already outdated joke about JB’s ex, Selena Gomez; and, most surreally, a line of small cameras under the water showing – what else? – our star’s face as he mimes on about the only two things one needs in life (and he is quite profoundly right about this).

Bieber works the ambiguities of point-of-view like the arty makers of Leviathan. In that film – which has more blood and guts than Beauty and a Beat, it’s true, as well a faux-Biblical title font and a vaguely ecological message – it’s hard to know, at most points, where and how the camera is located: whether it’s a unmanned video-eyeball left to roll around on the floor and atop the water, or something unfussily stuck to the hat or arm of a boatsman, or some fiddly, agitated Grandrieux-type-moves from the anthropological artistes themselves. These ambiguities are what make the film intermittently interesting. In fact, the work of related members of Harvard’s Sensory Ethnography Lab joins up with Biebermania in Libbie Dina Cohn & J.P. Snaidecki’s People’s Park (2012), an eighty-minute one-take-stroll through people doing nothing much in China on a Sunday afternoon.

“This special one-shot film exploring the park was the perfect way to capture the joy, the intensity, the freedom, and the history of the vibrant sociality that makes up People’s Park”, declare the filmmakers. Fair enough; although I tend to agree with critic Jorge Mourinha that “in between some revelatory moments you sense that sustaining the visual gimmick is often the film’s single raison d’être”. For my concentrated dose today (but not every day) of intensity, freedom and vibrant sociality – as well as tricky pictorial ambiguity, kineticism and pop-spectacle – I pick the true Leviathan, Justin Bieber, and his Beauty and a Beat. And to return to Biblical mode:

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© Adrian Martin, March 2013