Transe / Inland Empire

Soldados

Sonia, la protagonista de Transe (Teresa Villaverde, 2006), decide abandonar San Petersburgo para buscar una vida mejor en Occidente. Secuestrada por una mafia y obligada a prostituirse, su viaje se convertirá en un descenso a los infiernos de la Europa globalizada, en un vía crucis que la conducirá de Rusia a Portugal, pasando por Alemania e Italia. La directora filma, desde la pura subjetividad de la protagonista, la resistencia muda de Sonia que será humillada, maltratada, violada y vendida y el proceso de degradación de su cuerpo convertido en mercancía.

En Inland Empire (David Lynch, 2006) una mujer encerrada en una habitación revive, frente a la pantalla de un televisor y con el personaje interpretado por Laura Dern como mediador, un periodo traumático de su vida en el que todavía está inmersa y que, como en el caso de Sonia, comienza con una maternidad extirpada y termina recalando en la prostitución. Si en Transe los escenarios de la Europa contemporánea hacen visible su degeneración moral, en el filme de Lynch el tráfico de cuerpos y de almas nos conduce intermitentemente de Polonia a Los Ángeles para ahondar en las reminiscencias ancestrales de esta práctica y retratar los estragos que causa en la identidad femenina.

De hecho, ambos filmes arrancan introduciendo una clave importante para su lectura: la repetición, que asocia el drama individual de los dos personajes femeninos con su vertiente mítica, social o histórica. Repetición (de los diálogos, de los acontecimientos, de los motivos visuales, de los escenarios…) que se convertirá en una constante llevada, por ambos cineastas, hasta la extenuación y que actuará como única respuesta posible, como único modo viable de representación, del bucle en el que giran las protagonistas.

En Transe y en Inland Empire, como en algunos de los mejores títulos de los últimos años, para hablar del mundo contemporáneo los directores necesitan reapropiarse del fantastique y dejar que este contamine sus filmes en un ejercicio que disuelve toda distinción posible entre lo real y lo fantástico. Para ello, tanto Lynch como Villaverde, recurren a una formalización extrema del terror: la narrativa se fractura como un bloque de hielo, la imágenes se vuelven inaprensibles, el desenfoque es llevado hasta el extremo de la abstracción y las protagonistas terminan inmersas en un baile de luces, sombras y colores, alrededor de un paisaje que no reconocen y por el que vagan sin poder determinar nunca sus coordenadas.

En Transe Sonia no puede llorar, pero cruza constantemente el umbral de lo real para aparecer de nuevo en una Rusia de una pureza blanca y arcaica. En Inland Empire Lynch filma al personaje interpretado por Karolina Gruszka en un estado de catatonia del que solo emergen lágrimas y borra su experiencia de modo que esta solo se vuelve visible a partir de su representación ficcional, de su doble. Trance y exorcismo, pues, mecanismos para sobrevivir en un mundo en permanente estado de guerra, donde los soldados se pasan el testigo de unos a otros.