Bienvenidos a Zombieland

For Whom the Bell Tolls *

“Imagina que el mundo se acaba, imagina que los muertos se levantan y devoran a todas las personas de tu alrededor. Imagina que no estás solo. Imagina que los que una vez amaste intentan comerte. Imagina que sobrevives y lo único en lo que puedes pensar es: “¿Dónde puedo encontrar un maldito twinkie (1)?!”

 

Mucho ha llovido desde que Romero revolucionara el mundo del cine de terror con La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, 1968). Desde entonces hemos visto zombis de todos los tipos: de carácter social, lentos, rápidos, paródicos, casposos, de serie Z  e incluso pornográficos (no hay más que echarle un ojo a la incalificable La noche erótica de los muertos vivientes -Le notti erotiche dei morti viventi, Joe D’Amato, 1980-), pero todos ellos han construido todo un universo propio, un subgénero que amenaza, incluso, con romper barreras para constituirse en género propio con pleno derecho. Es una realidad que el poder de atracción de estos seres en la audiencia es innegable, pero habría que plantearse el porqué de tal fenómeno, más teniendo en cuenta que en el fondo, sea cual sea el trasfondo argumental o incluso el tono se trata, al fin y al cabo, siempre de un mismo esquema cuyas variantes son las que determinan el grado de originalidad de la propuesta.

Quizás sea la atracción hacia lo morboso, el conocimiento de la imposibilidad efectiva de que un muerto reviva o incluso una identificación inconsciente con la parte animal del ser humano que representa el zombi, un ser todo instinto no atado por complejos códigos morales, políticos o de cualquier índole. Todas ellas razones que se antojan válidas para explicar el fenómeno, pero que ocultan el auténtico punto de enganche: en realidad, el factor de atracción reside precisamente en el factor humano. Sí, muchos nos planteamos cómo sería vivir en un mundo apocalíptico dominado por estos devoradores de carne, sentirnos superados por un depredador natural en la pirámide alimenticia, cómo sería, en definitiva, nuestra reacción ante tales eventos.

Aparentemente, Bienvenidos a Zombieland (Zombieland, Ruben Fleischer, 2009) se inscribiría en la categoría de comedia zombi, aunque catalogarla de este modo resulta, a tenor de lo visto, una simplificación bastante tosca. Cierto es que el componente humorístico se halla presente durante todo el metraje, sin embargo habría que analizar cuál es el tono de este humor y si, escondida tras esta capa de presunta superficialidad, no hay una carga de profundidad temática más importante. Parece evidente que el tono de sarcasmo crítico no alcanza, y mucho menos persigue, los niveles de mala baba argumental de, por ejemplo, Zombies Party (Shaun of the dead, Edgar Wright, 2004), pero, a pesar de ello, aunque quizás no intencionadamente, se observan ciertos elementos que elevan el film por encima del simple shooter.

Articulándose principalmente en torno a ciertos objetivos-símbolos se adivina una suerte de denuncia especular entre el mundo  ante y postapocalipsis. Los twinkies, el robo y la búsqueda de un ideal romántico se establecen como líneas de continuidad que aparentemente trazarían una búsqueda de cotidianeidad en circunstancias extraordinarias. Todas estas metas reflejan a unos personajes perdidos, siguiendo como si tal cosa con las vidas anteriores a la catástrofe, como si esta no hubiera servido absolutamente para nada en cuanto a una cierta toma de conciencia al respecto de hasta dónde ha llevado el hedonismo aleatorio de una sociedad sin rumbo.

Más allá de esto, en su dimensión más lúdica, Bienvenidos a Zombieland ofrece en un solo símbolo la mejor definición de su contenido: el parque de atracciones. Todo en el film se ajusta perfectamente al esquema de diversión que nos puede ofrecer, por ejemplo, una montaña rusa. Inicio firme, de gran intensidad, adornado con recursos ciertamente efectivos como la slow motion (cámara lenta), así como un montaje dinámico, sin caer en el esteticismo videoclipero, que imprime, mediante una sucesión de flashbacks, una rápida presentación de la trama y los personajes. Quizás, siguiendo este esquema, es en la parte central del film donde se observa una cierta planicie tanto en lo argumental como en lo narrativo, una bajada que, por otra parte, se puede considerar como aceptable si tenemos en cuenta la dificultad de mantener el alto ritmo de su primer tramo. Finalmente es en su conclusión donde se recupera el pulso, no tanto en lo previsible del desenlace sino en su autoafirmación de espectáculo lúdico que parece incluso autoparodiarse a sí mismo mediante una continua violación de las reglas marcadas durante todo el metraje.

Capítulo aparte merece todo el tramo de homenaje autoreferencial  hacia uno de los iconos más importantes del cine de los ochenta. Toda una subtrama que, si bien intrascendente para el desarrollo argumental, ofrece, por un lado, la vocación de posmodernidad del film y, por otro, vincula, mediante la asociación del homenajeado con sus films, a Bienvenidos a Zombieland con todo ese cine ochentero de entretenimiento que ofreció títulos tan destacados como Los cazafantasmas (Ghostbusters, Ivan Reitman, 1984) o Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985).

Este último elemento ofrece la clave para el análisis de la ópera prima del cineasta Ruben Fleischer: más allá de buscar elementos vinculantes con el propio subgénero, la intención parece más bien ir encaminada hacia la reivindicación de una clase de cine en peligro de extinción por olvido. Un cine que hizo soñar a toda una generación de críos a partir de una receta tan simple como la mera diversión, la simplicidad, la inmediatez y, ante todo, la capacidad de empatizar con el público a través de la vinculación de lo adulto (lo real) con los sueños infantiles (lo fantástico) sin, por ello, faltar al respeto a la inteligencia de la audiencia.

 

 

(1) Según la definición de Wikipedia, un twinkie es “un dulce elaborado de una masa esponjosa rellena de crema en su interior…”.

* El título de este texto, For Whom the Bell Tolls, se corresponde con la composición homónima de Metallica que suena en Bienvenidos a Zombieland.