Villa Amalia

Una cuestión de estilo

 

En estos tiempos de pantallas rebosantes de sueños y viajes alucinantes al inconsciente, de velocidad y efectos “espaciales”, de celebración del artificio por el artificio, surgen “películas balneario” como Villa Amalia (Benoît Jacquot, 2009), que nos invitan a reposar la vista y el ánimo a partir de un cine de factura delicada que apuesta por el trabajo actoral, una buena banda sonora y la exploración de una cuestión siempre presente en el cine, la de la adaptación literaria. Me acerqué a Villa Amalia ávida de la poesía que rezuma la prosa de Pascal Quignard y salí de la sala más que satisfecha con el modo en que Benoît Jacquot ha abordado la obra homónima del escritor francés.

Éliane Hildestein ha abandonado su nombre familiar y ahora se llama Ann Hidden. Como si llevase el destino en su nuevo apellido, después de descubrir la infidelidad de Thomas, Ann se esconde, opta por desaparecer. Su decisión es radical, a la par que sorprendente. Una mujer al borde de la cincuentena, con una carrera musical encarrilada y suficientes ingresos económicos como para llevar una vida burguesa más que holgada, decide renunciar a todo eso. Pero su decisión no implica empezar una nueva vida, es más bien un salto al vacío sin saber qué habrá después. Un canto a la invisibilidad. El proceso de desapego de Ann Hidden de toda atadura con su vida anterior y presente es la mejor parte de novela, y también de la película de Jacquot. El cineasta explora con maestría el angustioso y vertiginoso proceso: desde el terrible descubrimiento de la amante de Thomas al desencadenamiento a partir de este de una crisis irreversible, pasando por la toma de la decisión de desaparecer y su consecución: el despojamiento de todos los elementos materiales y espirituales con que Ann ha construido su existencia, desde la casa y la cuenta bancaria a los recuerdos conservados en cientos de fotografías…

Es cuestión de estilo. De cómo el cineasta logra convertir en imágenes no solo una historia sino la cadencia de una prosa, su hálito vital, a la par que le confiere su sello personal. En este proceso de reescritura a cuatro manos de Villa Amalia -Quignard ya no está solo y lo acompaña Jacquot en la narración de su historia-, es destacable la acertada elección de Isabelle Huppert, que capta a la perfección en su interpretación el halo de esa pianista descrita por el novelista como “una mujer cuyo cuerpo cambiaba por fases. Un día, vigorosa, deportiva (Ann amaba nadar, nadaba varias veces por semana), brillante. Otro día, filiforme, apagada, extrañamente angulosa”, de carácter muy extraño: extraordinariamente pasiva. Casi contemplativa” (1).

Es cuestión de estilo. De cómo las frases cortas de Quignard, su potente pluma, mutan cinematográficamente en Jacquot en montaje y banda sonora (en manos de Bruno Coulais), en virtud de los que desde los primeros fotogramas arrastran al espectador al centro del dolor de la protagonista del filme. Viendo, leyendo Villa Amalia, no puedo evitar pensar en otro personaje de decisiones radicales construido hace unos años por Quignard, Sainte-Colombe (2), encerrado en su mundo de música y fantasmas, en un perpetuo duelo inconcluso tras la muerte de su amada. Como él, Ann reacciona a la pérdida del amor con un afán de desaparición… pero ella, en el camino, vivirá el reencuentro con un amigo y en una pequeña Villa italiana, la posibilidad de una nueva vida con Giula. Aunque no es la historia de amor lo más seductor del filme, sino la fuerza de esa “posibilidad” lo que más he disfrutado de la película y la novela. Al final, no hay catarsis ni redención celebradas a bombo y platillo digital para solaz del espectador de tantas películas que copan las pantallas, como sucede en la amada por unos y detestada por otros Origen (Christopher Nolan, 2010). Solo una mujer invisible en una pequeña isla y la vida que, delicada, prosigue su danza al ritmo de las notas de piano del filme, de los acertadamente engarzados encuadres de Jacquot, que tan bien susurran la cadencia emocional de la novela de Pascal Quignard.

 

(1)Pese a que he extraído las citas de la edición francesa original -pido disculpas por la improvisada traducción-, existe una edición castellana de Villa Amalia de Pascal Quignard, editada en Espasa, Madrid, 2007.
(2)
Se trata del protagonista de Todas las mañanas del mundo (Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2008), hermosa novela llevada al cine por Alain Corneau (Tous les matins du monde, 1991).