Anvil. El sueño de una banda de rock

Todo por un sueño

 

DOS MIL SEIS. Mientras esperaba con mi banda a saltar al escenario del Finnish Metal Expo, conocí a un tipo que decía ser uno de los mayores cazatalentos del panorama metalero europeo. Seguramente lo atractivo de tocar en una de las tres bandas no finlandesas invitadas al evento animó a Jens Bogren a presentarse en medio de una típica conversación de backstage. Después de las sacudidas de mano de rigor y llegados al imprescindible intercambio de referencias y veneraciones melómanas, Jens exclamó contrariado un “What the fuck! antes de preguntarme retóricamente cómo era posible que tocara la batería en un grupo power metal vistiendo orgulloso una camiseta de Helloween y no hubiera oído hablar jamás de ese grupo canadiense que, después de haber compartido giras y llenado estadios con Scorpions o Bon Jovi, acabó desapareciendo de la primera plana del panorama para acabar tocando en locales de mala muerte para sus amigos y seguidores más fieles. “¡Qué cojo…!”. Realmente no había escuchado nada de Anvil, a pesar de que su Metal on Metal siga siendo un disco de referencia para las bandas más punteras del panorama más pesado.

Tras finalizar la minigira que nos llevó durante un mes por diferentes países nórdicos, recibimos una llamada de los responsables del hoy desaparecido Lorca Rock. Dos bandas se habían caído del cartel y necesitaban de forma urgente sustitutos. Compartir escenario con los míticos Whitesnake o los prometedores Ill Niño eran razones más que suficientes para dar el “sí, quiero”. Pero nadie nos informó de que el festival estaba dividido en dos escenarios y que deberíamos tocar con los que se suponían menos buenos. Y entre ellos estaban Anvil, a cuyo show no me hubiera acercado de no haber mantenido aquella conversación algunos meses antes. Tengo que reconocer que siempre me han gustado los dinosaurios que se sostienen sobre el escenario a lo largo del tiempo sin esforzarse en parecer jóvenes ni agradar al respetable. Y Anvil era de aquellos grupos cuya música no sonaba ni a revival ni a tendencia del momento (como el Nu metal). Su sonido era lo más parecido a la idea que tenía de metal puro, sin concesiones, duro y a la encía, tan seco como un martillazo sobre un yunque. Pero nada más que resaltar de un concierto que hubiera olvidado rápidamente si mi banda no hubiera decidido separarse tras el evento por diversos motivos que ahora no vienen a cuento.


DOS MIL DIEZ.
Cuatro años después el grupo vuelve a reunirse para ver Anvil. El Sueño de una banda de rock (Sacha Gervasi, 2008). La experiencia da como resultado una enriquecedora división de opiniones contrapuestas en base a la percepción de las imágenes del trabajo de Sacha Gervasi. Si cuatro años atrás todos coincidíamos en señalar la integridad de la propuesta de Anvil, en las imágenes documentales de aquella gira que les llevó en una de sus escalas por tierras murcianas, una mitad del grupo ve ahora el sueño, tan loco como imposible, de unos tipos que hace tiempo sobrepasaron su fecha de caducidad mientras que la otra ve un típico acercamiento a las penurias de un grupo de loosers del heavy metal. Lo primero lo afirman dos que renunciaron hace tiempo al mundillo musical y divisan en su horizonte más cercano una boda. La segunda interpretación la defendemos los dos que continuamos más o menos ligados a la escena como podemos.

No nos engañemos, Anvil. El Sueño de una banda de rock no está construida desde un cierto punto de ambigüedad consciente. Esto tiene que ver más con los fallos de sus costuras. Sin embargo, no es óbice para que se erija como síntoma de un nuevo tipo de género cinematográfico que hemos visto crecer en los últimos años al amparo de la inflación del documental y que yo llamo “docu-redemption”. En él se pone en juego un imaginario lo bastante sugestivo (desde los supervivientes de cualquier tragedia hasta los abusos de las industrias alimentarias), barajado y organizado de tal manera que sea capaz de generar la simulación de una carencia que conecte afectivamente con un espectador que poco después la verá redimida por las propias imágenes de las película (1). La batallita entonces no deja lugar a dudas: el poder fetichista de las imágenes es inversamente proporcional a la distancia a la que esté situada nuestra realidad.

Tocar durante treinta años manteniendo una amistad a prueba de bombas, girar regularmente alrededor del mundo, ser reconocido por los grandes como referencia y haber publicado diecisiete discos, creo que se ajusta bastante a la idea de lo que debe ser alcanzar un sueño dentro del mundo de la música. Sin embargo, Anvil. El Sueño de una banda de rock parece negar estos logros y exponer la tesis de que si no se vive exclusivamente de él, es como si no se hubiera alcanzado nada. Y si Steve “Lips” Kudlow (voz, guitarra principal) y Robb Reiner (batería) no lo lograron, fue en gran medida porque decidieron que su trayectoria musical evolucionara paralelamente a su trayectoria vital. En 1984 “Lips”, en un exceso de juventud, se permitía tocar su guitarra con un consolador rosa y todavía hoy se sigue recordando como una genialidad entre sus fans. Con el paso de los años el único ornamento que se permite no va más allá de la mueca facial, así que cualquiera que acuda regularmente a conciertos sabe de buena mano que si al respetable, siempre más preocupado de que no se le enfríe la cerveza que de la música que está escuchando, no se le anima con algún truco a lo Guitar Hero o con algo similar a una «barrida del poder» a lo Tenacious D, seguramente recordará el concierto como paupérrimo (por no poner palabras mayores).

“Vuestra música no se adecua a lo que quiere la gente”: lo dice un ejecutivo de la industria discográfica antes de comunicar a la pareja protagonista que no va a distribuir su disco. Y la gente quiere que todo cambie para que todo siga igual. Es decir que, por ejemplo, en Bon Jovi no se noten los estragos de la edad en su belleza, o que Metallica suene tan brutal como en el Master of Puppets aunque todo en ellos sea puro artificio. Y entre esa gente encontramos a un fan declarado de la banda (2). Que, como todo fan, anda más pendiente de saciar su apetito mitómano que de valorar y dignificar al grupo por su música.

(1) Se podría afirmar que funciona de una forma similar a como operaba el relato clásico, solo que la función de la narración ha sido delegada en el registro documental.
(2) Lo afirma el propio Gervasi al final del metraje. Además, cabe destacar que fue roadie de la banda en un par de giras.