Festival de Sevilla: SEFF 2022 (I)

Las formas

«El trío en mi bemol»

Rara vez la crítica de cine se centra, sobre todo en festivales, en hablar de la forma de las películas. Al salir de cada sesión se comenta, se rompe el silencio conversando sobre la historia, la narrativa; en definitiva, la trama. Y, a estas alturas, deberíamos saber que una película no es su trama o, al menos, no solamente su trama. Desde un pensamiento materialista del cine, que no formalista, es en la objetivación de ideas en donde debemos buscar las pistas para empezar a entender una película, no solo criticarla. Pero al ser el cine un arte principalmente visual, con un contenido plástico determinado objetivamente por lo que hay y no hay dentro del encuadre y también por la decisión del corte, por la unión de dos imágenes, decimos que no hay «fondo y forma», o «forma y contenido». Todo es forma. La forma da origen a un fondo mediante una serie de significaciones, pues las cosas per se no significan nada. Alcanzan significación por contexto y situación.

«The Eternal Daughter»

Al observar la recepción de las películas que han ido siendo proyectadas en el SEFF uno tiene la sensación de que poco o nada se tiene en cuenta la forma más allá de lo que esta pueda generar (principalmente, una narrativa a través de significaciones). Por ello, películas como Scarlet (L’envol, Pietro Marcello, 2022) o The Eternal Daughter (Joanna Hogg, 2022) se miran a través de un prisma errado, al igual que El trío en mi bemol (O Trio em Mi  Bemol, Rita Azevedo Gomes, 2022) y Le Mur des morts (Eugène Green, 2022), aunque por motivos diferentes en cada caso. Películas que, siendo erráticas y prácticamente arbitrarias en su totalidad, feas, horrendas o descomunalmente indiferentes en torno a su propia concepción en el montaje (L’envol), se entienden desde los temas tratados al margen y no a partir de la forma. Semejante es el caso de otras que brillan por su sencillez compositiva, dotando a cada primer plano y su correspondiente contraplano de una indudable devoción por el montaje y por el encuadre en sí; películas que se centran en unos pies que pasean y se cruzan antes de saber a quién pertenecen o que fijan su luz en rostros comunes convirtiéndolos en ángeles (Le Mur des morts). Sin duda alguna, dentro del SEFF hay varios títulos que adolecerían de una mala consideración por no ir al grano, parecer contrarios a la regla naturalista o provocar una irremediable sensación de intuición sobre cada objeto en lugar de apoyarse en la mueca de un actor famoso. Y otros que, siendo algo cercano, se atreven a dar un paso más en la concepción formal del cineasta, aunando elementos de títulos pasados entre lo inédito de una serie de registros actorales, espaciales y lumínico-musicales (El trío en mi bemol).

«L’envol»

Sea como fuere, el entendimiento de las formas ofrece un arsenal ilimitado para el crítico que intenta ver más allá de lo puramente versátil o voluble. Las palabras, mal escritas, se las lleva el viento, así como las imágenes mal construidas se terminan olvidando. El hecho de separar a dos personajes en dos planos diferentes para indicar que no conviven en espacios semejantes no sirve para nada, no puede tomarse en consideración si después, a la hora de la verdad y sin más motivo que obviar las formas, optas por hacer un irrelevante plano conjunto; comenzar y terminar con un extremado abuso de la música para acentuar algo que la imagen tan solo edulcora hace entrever la pretensión y la desidia camuflada entre neblina, fantasmagoría psicológica y trauma, comprensibles tan solo por la biografía del cineasta (The Eternal Daughter). Arsenal ilimitado dentro de los límites de la forma, cerrada en su objetividad compartida por todos los ojos y que puede abrirse tan solo para cerrarse de manera más perfecta.

«Le Mur des morts»

Dos de las películas citadas encuentran en la sutileza de una forma trabajada, pensada y rigurosa dentro de su magia el motivo esencial por el que huir del mero placer intelectual o el impacto emocional manido. Una de ellas, El trío en mi bemol, parte de la renuncia al montaje previsible para cambiar la apariencia de los mismos lugares tan solo con una colocación diferente de la cámara; y la otra, Le Mur des morts, se vale de los elementos esculpidos en cada encuadre en consonancia con la palabra para fragmentar escenas en gestos y trascender. Por el contrario, las otras dos mencionadas explotan al máximo sus vagos y erróneos planteamientos formales en pos de narrativas camufladas; auténticos mosaicos, bien extravagantes o planos, cuyo interés decae casi desde el primer corte. L’envol acaba por mezclar lo obtuso con lo grotesco, pensando que la belleza se encuentra en un filtro determinado, y The Eternal Daughter repite motivos insulsos tanto como abusa de casi todos sus elementos audiovisuales, consiguiendo descubrir su falta de dominio debido a un nulo interés por nada que no sea el reflejo de su actriz.

 

© Borja Castillejo, noviembre de 2022