“El efecto del cine”, Caixaforum 2011

Ensoñaciones

 

Comenta un personaje de Los límites del control (The Limits of Control, Jim Jarmusch, 2009) que a menudo confunde los recuerdos de tal manera que le resulta imposible distinguir aquello que ha visto en el cine de aquello que ha soñado. La materia de la que están hechos los sueños…. ¿De recuerdos? ¿Con qué sueñan, pues, los bebés? Resulta imposible saberlo porque los días vividos, las noches soñadas, borran los recuerdos y borran los sueños. O, tal vez, no los borran sino que juegan con ellos, los mezclan, elaborando cócteles de sueños de colores y sabores nuevos. Pensemos también en los comentarios de Chris Marker o de su sosias en Sans soleil (1983) cuando comenta que el olvido no es el contrario de la memoria puesto que el olvido no es vacío sino que es la recomposición de la memoria con recuerdos e imaginación… ¿o tal vez me he olvidado y estoy colocando la cita de una película con la referencia de otra?

Los paisajes de Asia vividos en mis diversos viajes se mezclan con aquellos vistos en documentales o fotografías, dando al recuerdo una dimensión absolutamente onírica. Yo también tengo presente, como el personaje de Jarmusch, una imagen que reiteradamente aparece en mi cabeza. Me veo a mí mismo, descendiendo rápidamente a través de un bosque. El sol está bajo y debo apresurarme, puesto que el viaje de vuelta es largo. Recuerdo bien que salto sobre unas rústicas traviesas hechas de troncos cortados a mano y recuerdo la visión lejana, insinuada entre los últimos árboles, de la línea de costa de un extenso lago. Recuerdo la luz de los últimos rayos de sol filtrarse entre los árboles, recuerdo la placidez del entorno, el silencio del bosque… Sin embargo soy absolutamente incapaz de situar geográficamente ese espacio, no sé en qué viaje situarlo, de dónde venía y hacia dónde debía ir con tanta premura. Sé que en alguna ocasión he soñado incluso con ese lugar puesto que el recuerdo del descenso a través del bosque aparece vivamente en mi cabeza. Pero no consigo dilucidar si pienso en un recuerdo propio, si es una imagen vista en la pantalla o si se trata de una escenografía construida por mi propia imaginación de un lugar que tengo identificado con la idea del Viaje en mayúsculas. Tal vez, como si nosotros fuéramos a la vez el ingeniero y el replicante, nos implantamos nuestras propias imágenes, nuestros propios recuerdos, fabricados según nuestros deseos. La exposición El efecto del cine; ilusión, realidad e imagen en movimiento. Sueño,comisariada por Kerry Brougher, Anne Ellegood, Kelly Gordon y Kristen Hileman, acoge, en el CaixaForum de Barcelona y hasta el 4 de septiembre de 2011, una serie de instalaciones que analizan, miran y juegan con los sueños y con su capacidad de mimetizar el cine… ¿o es a la inversa?

Iniciada con algunas imágenes de Sleep (1963), la obra de más de cinco horas de Andy Warhol, la exposición lleva al visitante a atravesar un atractivo telón en el que Douglas Gordon proyecta una cortina de rojo cine (Off Screen, 1998) en la que uno puede pasar de observador a actor. Más allá, entre otras obras, Rodney Graham establece en Rheinmetall / Victoria 8 (2003) un diálogo entre dos objetos caducos, un proyector y la máquina de escribir que el celuloide recoge mientras sobre ella caen las nieves del tiempo. Tacita Dean filma ventanas y paneles de un Palacio de la RDA antes de su destrucción transformándolos en pantallas o en ventanas abiertas para contemplar mundos extintos (Palast, 2004). Christoph Girardet agita, duplica, altera, la imagen de Fay Wray gritando ante un Kong en off visual, estremeciéndose de terror o, quizás, de placer (Release, 1996). Michael Bell-Smith recurre al cromatismo exacerbado para presentar una suerte de panorama infinito en el que vemos los imposibles paisajes de videojuego (Up and Away, 2006).

Hay, no obstante, cuatro instalaciones que destacan por encima de las otras por su capacidad de vincular plenamente sueño y cine, cuatro instalaciones en las que el onirismo deriva tanto del tono de la instalación, de la manera en que se dirige al espectador, al participante, al soñador, como por su uso de la técnica y del imaginario cinematográfico. Exiles of the Shatered Star (2006) recoge en una gran pantalla el amanecer en una zona rural, un lago entre montañas del Lake District británico. Kelly Richardson coloca sobre la proyección, de una duración cercana a los treinta minutos, la pertinaz y silenciosa lluvia de meteoritos en llamas, otorgando al conjunto una irrealidad que se deriva tanto de la naturaleza del fenómeno como, paradójicamente, de la placidez del entorno captado con fidelidad por una fotografía híperrealista. You and I, Horizontal (2006), de Anthony McCall, nos permite jugar a zambullirnos en una niebla que es modelada por la proyección de un láser, convirtiéndonos en protagonistas de un fantastique. Teresa Hubbard y Alexander Birchler elaboran en Eight (2001) un delicioso cuento en un bucle de tres minutos en el que una niña parece contemplarse a sí misma saliendo al patio para recuperar una porción de su pastel de cumpleaños, abandonado a la merced de una lluvia que ha interrumpido la fiesta. El lento travelling, que sigue los restos de comida y los vasos abandonados para recoger la imagen de la niña que aparece bajo una lluvia intensa y luego se desplaza al interior de la casa desde donde ella se contempla, contiene en sí la esencia misma del sueño, reforzada por el intenso cromatismo y el movimiento que digitalmente elabora un ocho o, lo que es lo mismo, un signo del infinito, el del sueño encerrado en sí mismo.

Saskia Olde Wolbers riza el rizo en Trailer (2005), un asombroso proyecto que cuenta con imágenes digitalizadas que congelan el agua que salta de un conjunto de plantas carnívoras -observadas en travelling lateral, primer plano y cámara lenta- cuyo verde clorofila intenso se combina con el profundo carmesí de las butacas, paredes y cortinas de un viejo cine, también de creación digital, que proyecta películas mudas y nos retrotrae a las inquietantes imágenes de David Lynch. Sobre ambas, imbricando con las dos series, una voz cuenta, como si de una novela de Paul Auster (uno de los autores contemporáneos más cinematográficos) se tratase, una doble historia: la de un personaje que, contemplando estas películas, descubre súbitamente, instintivamente, que es adoptado; y la de sus padres, actores secundarios de los filmes vistos por su hijo, que desaparecieron en la selva varias décadas atrás dejando tras de sí solo el nombre de dos especies vegetales. Es mejor disolverse en el olvido que permanecer siendo ignorado, viene a razonar un narrador. Tal vez sea el destino de los sueños, ignorados desde el momento mismo de la vigilia, pero disueltos, absorbidos, en nuestro interior, donde las imágenes permanecerán en forma de fotogramas evanescentes.