Vengeance

La no memoria de la venganza

El Leteo (del griego Lếthê, olvido) es uno de los ríos que fluye en el Hades donde, según la mitología griega, beber de sus aguas provoca el olvido perpetuo. Por esta razón todas aquellas almas que caminan hacia la reencarnación deben beber de él despidiéndose lacónicamente de su memoria mortal. ¿Qué es lo que nos aterra tanto del olvido? ¿La falta de recuerdos en sí? ¿O quizás la extrema y abismal liberación que embriaga al individuo en esa situación? Porque la pérdida de memoria, aunque tremendamente trágica y destructiva, también puede ser un acto de renacimiento, una vuelta a comenzar desde el punto cero, una inocencia de conciencia. En este renacer hacia una existencia plena en la pura inocencia se encuentra el camino de Francis Costello (Johnny Hallyday) en Vengeance (Johnnie To, 2009), quien, tal y como si hubiese bebido del mismísimo Leteo, debe recorrer el sendero hacia la amnesia total, tejido este por la tremenda tragedia familiar del asesinato de sus nietos y su yerno, ante lo que su destino se fija irremediablemente en la promesa de venganza. En esta ocasión y tras su última película, Exiled (Fong juk, 2006), el cineasta Johnnie To rueda una auténtica obra maestra del cine de acción. Nos cuenta una emotiva historia de violencia, hermandad y honor y, tanto textual como sobre todo visualmente, poetiza sobre la capacidad del ser humano para ahondar en su trágica y autodestructiva condición esencial.

¿Cuál es una de las diferencias más claras que podemos encontrar entre Vengeance y una película americana muy similar en cuanto a su amnésica y vengativa trama como Memento (Christopher Nolan, 2000)? Claramente lo que tiene la última película de Johnnie To que le falta al film de Nolan es la incuestionable maestría visual con la que el cineasta rueda su cine y que, habiéndola hecho evidente en anteriores trabajos suyos como Election (Hak seh wui, 2005) o Exiled, es en Vengeance donde la sublima a un nivel cinematográfico muy elevado. Compartiendo este elemento formal con sus compatriotas cineastas Wong Kar Wai y John Woo, Johnnie To consigue construir una sinfonía de planos y movimientos de cámara embriagados de bellas formas, como si de pintar lienzos se tratara; el director hongkonés crea en todo momento encuadres que visualmente se mueven entre una linealidad lírica de cuerpos y una hipnótica potencia visual. Y todo ello sin olvidarse en absoluto del tipo de filme que está rodando. Es por ello que esta maestría visual está perfectamente entretejida con la genérica trama que estructura la película: por un lado, lleva a cabo un trabajo visual de personajes a los que eleva como iconos cinematográficos que se mueven entre el Alain Delon de Jean-Pierre Mellville y el Chow Yun-Fat de John Woo; y, por el otro lado, determina la creación de bellas secuencias de acción rodadas con coherente equilibrio, estudiada composición y poética definición.

Resulta imposible no hacer una mención especial al soberbio trabajo del actor y músico Johnny Hallyday: desde su interpretación física, moviéndose por los escenarios como un fantasma perdido en la inmensidad, pasando por su ardiente y oscura tonalidad vocal a la hora de trabajar sus diálogos, hasta llegar a la importancia de su rictus facial como metáfora cicatrizante de la tenebrosidad, autodestrucción y ahogada frialdad que definen a este individuo; Hallyday nos brinda una interpretación magnánima para su personaje. Un personaje a través del que Johnnie To juega con nuestras expectativas, pues no esperamos que, sumada a la tragedia de la venganza que Costello debe arrastrar, se le acabe añadiendo la irreversible condena a la amnesia. En relación a este progresivo estado en el olvido, Costello está condenado a querer cumplir su venganza a sabiendas de que es muy probable que la olvide, o que olvide los motivos que le han llevado a querer cumplirla. Ante esto Johnnie To rueda una maravillosa secuencia en la que el personaje se arrodilla en la orilla de una playa y a lo largo de las horas y del fluir de la marea pide espiritualmente poder recordar aquello por lo que debe vivir. Finalmente en una luminosa visión se le aparecen los cuerpos y rostros de aquellos seres queridos que justifican su destino vengativo y que se muestran ante él otorgándole su recuerdo. Sin embargo, pese a la irrevocable tragedia que embriaga la no memoria de Costello, sí es cierto que esta dura condena al olvido tiene también su lado positivo: el de la liberación existencial, el del renacer, el de la inocencia del niño que juega, ríe y olvida viviendo en la plena felicidad.

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche reflexionaba sobre el último estado cognitivo-existencial al que podía llegar el individuo, el del llamado «superhombre», donde, asimilándose a un niño, el olvido borraría todo aquello que pudiese ligar al sujeto con un pasado y un presente al que prestar atención y vida; solo existiría el ahora, la inmediatez de la vida minuto a minuto del niño que juega inconscientemente: “¿Qué alcanza el niño, que tampoco el león hubiera alcanzado? […] Inocencia y olvido es el niño, un nuevo comienzo, un juego, un aro que rueda fuera de sí mismo, un primer movimiento, un sagrado decir sí” (1). Es así como el personaje de Hallyday termina riendo en la secuencia final que cierra a créditos; no porque esté contento de haber cumplido su venganza, que seguramente ya ha olvidado, sino porque, al igual que el resto de niños sentados junto a él, está liberado de la carga de la memoria, de la consciencia, de una vida sufrida y peleada. Ante él ahora solo queda el acto final de cruzar el río del olvido y adentrarse en una nueva vida que le aleje de la que ha vivido hasta el momento, renaciendo así en una pureza existencial, en una plenitud de inocente inconsciencia.

 

(1) NIETZSCHE, Friedrich: Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2004.