Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives


El cielo está sobrevalorado

 

En A Letter to Uncle Boonmee (Apichatpong Weerasethakul, 2009), antesala de Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (Loong Boonmee raleuk chat, Apichatpong Weerasethakul, 2010), una cámara recorre las estancias vacías de varias viviendas en Nabua, un pueblo tailandés, en recuerdo y homenaje a los campesinos que fueron asesinados y obligados a huir hacia la selva (1). Dichas estancias serán más tarde habitadas por otros cuerpos, vivos y muertos, algunos a punto de morir, en la película que supuso la Palma de Oro para Apichatpong Weerasethakul en la edición número 63 del Festival de Cannes.

No quise leer absolutamente nada sobre Uncle Boonmee… antes de verla. Descubrirla sin referencias formaba parte de la aventura y de esta manera la disfruté muchísimo. El problema viene ahora, en el momento de escribir sobre ella, pues ofrece una resistencia natural a ser interpretada, analizada o siquiera pensada. No proporciona ningún tipo de punto de amarre. Cuando parece que empiezas a asentarte, cambia la bobina, la colorimetría, la manera de filmar, el estilo y el tema.

Desde la primera aparición del mono-fantasma, el escenario queda establecido: entramos en un nuevo territorio. Su respiración, entre la espesura de la jungla, nos invita a acompañarle, nos introduce en una nueva dimensión. Y a partir de aquí no queda otro remedio que plegarse a los deseos del filme, dejarse llevar, ser poseído gustosamente por esas dos luces rojas amenazantes, esos ojos turbadores que nos llaman desde la sombra. Una mezcla entre terror, misterio, atracción y fascinación es lo que nos mueve a entrar.

Una muerta observa las fotos de su propio funeral, imagen poderosísima que viene a revelar esta obsesión omnipresente en el filme, esta necesidad de captura de todo lo amado, para que perdure por siempre jamás, cual invención de Morel. Fotografiar para ver más allá. Fotografiar para alcanzar la inmortalidad. Así es como aparecen los recuerdos, se hacen presentes y palpables. Y con los recuerdos llegan los fantasmas, seres suspendidos en una temporalidad indefinida, que siempre estuvieron presentes pero que ahora son de carne y hueso porque aún necesitamos abrazarlos. Vida y muerte son capaces de convivir sin estridencias. “Ya no tengo noción del tiempo”. Tradición y modernidad. A los espíritus de los muertos se les ofrece comida y bebida, se sientan a la mesa, en un acto de pura cotidianeidad. De la interacción entre unos y otros se desprende un particular sentido del humor, extranjeros los unos de los otros, todos en la misma mesa.

Llegado un punto, tras la muerte de Boonmee, la película empieza a caminar hacia un territorio menos ambiguo, más plausible, más terrenal, por decirlo de alguna manera. La vuelta al mundo real es inevitable. La sensación es la misma que la que se produce al salir de una sala de cine, un despertar amargo. Y así, poco a poco, conseguimos desvelarnos para de nuevo enfrentarnos a lo que nos espera fuera. Los fantasmas desaparecen, la memoria pervive. En forma de fotos, recuerdos, sensaciones o películas, qué más da.

 

© Laura Menéndez, septiembre 2010

(1) A Letter to Uncle Boonmee forma parte de “Primitive”, un proyecto desarrollado por Weerasethakul que busca “reimaginar este pequeño territorio de Tailandia llamado Nabua, un lugar en el que la memoria y la ideología se han extinguido”. Más información, aquí.