Todos queremos algo
Tangentes
“You walk through a storm
Hold your head up high
And don’t be afraid of the dark
At the end of a storm
There’s a golden sky
And the sweet silver song of a lark”
Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II
En su texto El presente como herida (1)↓, el escritor argentino Alan Pauls se refería al colchón sobre el que dormían, dialogaban, bebían, comían, fumaban y follaban los personajes de La mamá y la puta (La maman et la putain, Jean Eustache, 1973) como el centro gravitacional del filme. Esta idea, la de concebir la película como un planeta por explorar, me pareció en su momento una forma bastante original de acercarse a una obra cinematográfica y aún hoy hay veces en las que, sin proponérmelo siquiera, más como un divertimento que como una herramienta de trabajo, busco en algunas películas ese eje secreto sobre el que gravitan todos los elementos que las configuran. Ni que decir tiene que esta búsqueda, extraña y poco rigurosa, no tiene ningún valor como método para el análisis de la obra en cuestión. Se trata de un juego que mantengo con el filme de forma privada y que pocas veces me atrevo a verbalizar y mucho menos a poner por escrito. Sin embargo, en el caso del último trabajo del realizador Richard Linklater, creo que puede ser un ejercicio bastante interesante. Vamos allá.
1. Personal Jesus
A diferencia de lo que sucedía en La mamá y la puta, en Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, Richard Linklater, 2016) el eje central no es un elemento que se vaya repitiendo de forma recurrente a lo largo del metraje sino todo lo contrario, es un elemento que solo aparece una vez (y de forma velada) hacia la mitad de la película: se trata del disco Meddle (1971) de Pink Floyd.
Willoughby (Wyatt Russell) está sentado en el suelo de su habitación rellenando con marihuana el filtro de una pipa de agua junto a tres de sus compañeros de equipo: Jake (Blake Jenner), Plummer (Temple Baker) y Dale (J. Quinton Johnson). El primero de estos observa fascinado la colección de VHS de la serie Dimensión Desconocida (Twilight Zone, Rod Sterling, 1959-1964) de Willoughby y le pregunta si tiene grabado un episodio en concreto que, tengámoslo en cuenta, se llama El ojo del que mira (Eye of the Beholder, 1960). Mientras ellos dos hablan, Dale y Plummer reparan en la cantidad ingente de marihuana que el personaje de Wyatt Russell está introduciendo en su cachimba y le comentan entre risas que de ninguna manera va a ser capaz de poder fumársela de una sola calada. Este sonríe y, frente a la atónita mirada de sus colegas, aspira todo el humo de la pipa. Tiene barba, una larga melena (más tarde sabremos que su edad son unos treinta años) y sí, acaba de hacer un milagro. Willoughby no ha caminado sobre las aguas, pero se las ha fumado consiguiendo así abrir los ojos (que miran) de sus espectadores de par en par. Entonces, justo en el momento en el que tiene toda la atención de sus colegas (y la nuestra), el mesías californiano aprovecha para revelar su mensaje. Subiendo el volumen del tocadiscos, Willoughby nos obliga a reparar en algo importantísimo que ha estado sucediendo durante todo esta escena y en lo que ninguno de nosotros había reparado hasta entonces: en el equipo de música está sonando el tema Fearless del citado disco de Pink Floyd.
2. You’ll Never Walk Alone
En su apasionada defensa del grupo psicodélico británico como una banda de músicos auténticos (frente a los impostores que se dedican a dar saltos por los escenarios vestidos con mallas de colores), Willoughby dice algo muy interesante: “Encontrar las tangentes dentro del marco. Ahí está el arte, amigos”. Este personaje ya nos ha demostrado en escenas anteriores que es una gran fuente de sabiduría (alternativa, por supuesto), pero aquí ya no parece ser Jesús quien habla, sino el mismísimo Dios; es decir, Linklater.
Huir de la visión única (se trata de un película coral) o explorar el concepto del tiempo dentro del cine (la cuenta atrás para el inicio de las clases) son algunas de las constantes del director de Austin que se amoldan aquí a su nuevo entorno; en este caso, la comedia universitaria. En Todos queremos algo asombra la maestría con la que Linklater se mueve libremente por las tangentes de un género tan cerrado como este y, sobre todo, el hecho de que lo haga sin traicionarlo. El cineasta tejano encuentra así ese espacio vacío entre las notas del que habla el sabio Willoughby a sus ahora discípulos (todos fuman de su pipa y le miran ansiosos por aprender) a propósito de Fearless.
Llegados a este punto, los que conozcan la música de Pink Floyd habrán dejado de leer y se estarán preguntando por qué se ha escogido esta canción en concreto para ilustrar el concepto de espacios vacíos entre notas, sobre todo cuando hay otras de la banda (sin ir más lejos Echoes, el último tema del álbum Meddle) que podrían hacerlo de forma mucho más evidente. Bien, en el filme no nos dejan tiempo para darle vueltas al asunto (hay que bajar corriendo las escaleras para ver cómo dos personajes compiten por ver quién aguanta más golpes en los nudillos), pero si nos quedásemos un rato más en la habitación de Willoughby escuchando Fearless oiríamos a un grupo de gente coreando estas palabras: “Walk on, walk on / With hope in your heart / And you’ll never walk alone / You’ll never walk alone”
Efectivamente, se trata de los aficionados del Liverpool F.C. entonando su mítico himno You’ll never walk alone. No en vano, Pink Floyd consiguió con esta canción lo que muchos consideraban una locura: mezclar su música (experimental y vanguardista) con su pasión por el deporte. Exactamente lo mismo que ha hecho Richard Linklater en su último trabajo.
En Todos queremos algo nos encontramos frente a un cineasta que ha optado por alejarse de la melancolía que impregnaba sus anteriores filmes (y que le reportó algunos de los mayores éxitos comerciales de su carrera) para abrazar un género menos prestigioso pero mucho más amable y vitalista. En definitiva, nos encontramos aquí con un artista que ha optado por decir SÍ en lugar de NO y eso, a día de hoy, es algo que nos hace mucha falta a todas y a todos.
(1)↑ Este texto pertenece al libro colectivo Jean Eustache. Un fulgor arcaico, editado por el BAFICI en 2009.
© Sergio Morera, julio 2016