The Wait / Love Eternal / Byzantium
Let Go
Empezaba hace un par de días el repaso a Sitges mirando hacia atrás, en parte para lograr desembarazarnos del recuerdo de lo que fue y poder así mostrarnos receptivos con lo que está por venir. Sin embargo, tras una jornada y media se percibe, especialmente en lo que a organización se refiere, que estamos ante una edición algo desazonada por los recortes de presupuesto y, por ende, mirar atrás solo dificulta el proceso de afrontar el presente.
Parece casi consciente, pues, que en las primeras sesiones del festival nos hayamos cruzado con películas que lidian, desde diferentes ángulos, con el concepto de “dejar estar” ante un cambio drástico de paradigma vital. En The Wait, los pareceres radicalmente opuestos de dos hermanas con respecto a la muerte de su madre (una de ellas cree que su madre regresará y por lo tanto no quiere enterrarla) sirven de base para una historia explicada a base de forzados trompicones, de detalles pomposos, de suspicacias vacías y de misterios sin interés. Se presume mucho, pero no se ES mucho, en parte porque la película juega deshonestamente sus bazas: pone en el epicentro a dos actrices como Cloe Sevingny y Jena Malone confiando que sus rostros, sumados a unos más bien limitados diálogos (por breves, no por escasos) y a unas imágenes cuasi oníricas lograrán alzar la película al género del realismo mágico. Sin embargo, todo ello contenido en un guion narrativo cerrado que se demuestra sobreexplicado, acaba por anular su dimensión sensorial y fantástica, para caer en una triste tierra de nadie.
En Love Eternal, volvemos a toparnos con una pérdida (curiosamente, también maternal) para repetir también fórmula: película que busca encuadrarse en una escuela visual concreta (el indie americano, en este caso), aunque la historia pareciera dada a ser presentada de alguna otra forma (la cursiva no es gratuita, es una apreciación que titubeo más que afirmo). De hecho, para quien esto firma era muy difícil dejar de pensar qué habría filmado Shunji Iwai con esta historia de un joven que, tras la muerte de su madre, busca compañía en los cuerpos inertes de mujeres suicidas. Además de la búsqueda de belleza artificial de algunas de sus imágenes, Love Eternal se percibe como impostada. Posiblemente esto sea una sensación más personal que otra cosa, pero el traslado de la novela a la pantalla ha sufrido una adaptación que no acaba de funcionar: la cultural. Reconocemos en la trama problemas de la cultura nipona (el protagonista como hikikomori, la presión social por ser excelente en algún ámbito que sufre una de las muchachas, las quedadas de suicidas…), y su traslación a Irlanda acaba generando algunos momentos de humor que, francamente, hacen saltar la duda de si son intencionados o no.
Byzantium completa el trío de ases del adiós definitivo, una película (otra) de vampiros dirigida por Neil Jordan, con una elegante puesta en escena para una historia increíblemente trágica y a ratos realmente gótica. Aunque su aseptismo puede pasarle malas pasadas, entre sus visagras se cuela la desolación y la soledad de unos personajes que necesitan de la mortalidad para poder completarse a sí mismos, para en definitiva conocerse como individuos. La extraña relación entre las dos mujeres protagonistas (difícil hablar de su trama sin levantar sospechas de spoiler) es un regalo para las mentes interesadas en las interacciones y roles sociales. Bucear en Byzantium más allá de su bonita factura y sus notables defectos (posiblemente a muchos cansará la explicación de la trama del pasado) supone afrontar uno de los dilemas más graves de nuestra existencia, la condición de soluble de los seres humanos y cómo esta es importantísima para que, a través de la pérdida de otros, nosotros podamos avanzar. En conclusión, la muerte conlleva evolución.
Tres formas, pues, de decir adiós… Y empezaba esta crónica diciendo que hay que empezar a olvidarse de lo que fue para afrontar lo que es; en efecto, parece hecho adrede que los primeros filmes que vemos en este Sitges lidien con el «dejar marchar», pues existe otro adiós al que nos hemos enfrentado en esta edición, si bien no directamente desde las películas: el de muchos acreditados a la ilusión por cubrir este festival. Las increíbles limitaciones impuestas por los recortes presupuestarios han llevado a la organización a tomar unas medidas drásticas que han aumentado el número de acreditados a la par que han reducido (no solo por esto primero) las entradas de prensa disponibles. Películas de sesión oficial sin pase de prensa, invitaciones para acreditados que desaparecen en 30 segundos, tardes enteras sin opción a visionado en sala… De las consecuencias de esto, si me permitís, hablaré en la segunda crónica.
© Mónica Jordan, octubre 2013.