Sitges 2014 (5): Backwater / Fish and Cat / Aux yeux des vivants/ It Follows

Una de las mayores complicaciones a la hora de abarcar la cobertura de Sitges es el caos imperante en su programación. Ya hablábamos de ello en la anterior crónica, pero año tras año incrementa la frustrante sensación de no ser capaz, tras pasar por el festival, de tomar el pulso a las diferentes corrientes del fantástico. La amplitud de públicos a los que rinde pleitesía han convertido el certamen en un servicial Cerbero de múltiples cabezas.

No sabemos si este Cerbero festivalero aún guarda las puertas del Hades o ha permitido que vivos y muertos se entremezclen en una orgía de cine, pero lo que tenemos claro es que Sitges ha querido buscar otros públicos y, en ese afán, ha convertido la cinefagia en su mayor arma aliada. A pesar de todo, esta es un arma de doble filo que puede acabar con un festival en el que, cada vez más, se oye aquello de: “¿pero qué hace esto en Sitges?”.

Siguiendo o no una línea de programación clara, esta ha sido una edición (siempre para quien esto escribe, por supuesto) bastante notable. Aunque en ocasiones (la mayoría) haya que bucear entre las secciones paralelas para encontrar las joyas, también es cierto que otras veces hay que tratar de distinguir también a los diamantes en bruto. Entre perlas y diamantes, pues, nos despedimos este año de Sitges.

 

Perlas y diamantes

El sórdido retrato familiar con el que Shinji Aoyama nos aturde en Backwater es posiblemente la mejor demostración de maestría en dirección vista en este Sitges 2014. Basada en la novela de Shin’ya Tanaka, la película centra su atención en los tres miembros de una familia y su relación con el sexo, un ámbito en que las herencias recibidas y pasadas conllevan auténticos conflictos de identidad y de sociabilidad en los personajes. Precisamente, en esas malsanas relaciones con el sexo Aoyama logra las cotas más altas de incomodidad para el espectador, pero su oficio logra que presenciemos todos esos lazos entre personajes con cierta cercanía. La película se apoya sobre un libreto muy redondo y Aoyama aporta al fresco una pátina costumbrista sobre una historia que, a todas luces, no debería ser representativa de ninguna sociedad. La manera en que los personajes aceptan las consecuencias de sus actos y de quiénes son es, posiblemente, lo más impactante de esta historia, si bien aquello que cautiva es la manera en que Aoyama, con máxima elegancia, arropa esta trama morbosa con metáforas visuales y detalles que sensibilizan el material.

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En cualquier caso, si hay que hablar de propuestas formales destacables en esta edición, quizás la que más nos ha llamado la atención es la de Fish & Cat (Shahram Mokri),  anunciada como el primer slasher de Irán y filmada en un solo plano secuencia de casi dos horas. En efecto, esa decisión estética es llamativa per se, pero más si reflexionamos sobre su función en la trama. Si entendemos el plano secuencia como la máxima del tiempo lineal, del orden cronológico y el más cercano a la realidad (con los matices que cada cual quiera poner en ese concepto), Fish & Cat lo emplea en las antípodas de esos conceptos. La película va siguiendo a una serie de personajes que conviven en un bosque, algunos porque llevan un restaurante, otros porque trabajan allí y la mayoría porque han ido a una acampada de aficionados a las cometas. La cámara les sigue hasta que estos interactúan con otros, momento en que el punto de vista cambia para aportar más información al seguir con otro de los protagonistas. Sin embargo, el tiempo se dobla sobre sí cuando nos damos cuenta de que algunas secuencias son repetidas, lo que nos plantea el interesante uso del plano secuencia como forma de conseguir la simultaneidad temporal. Supliendo el montaje paralelo, Fish & Cat opta por la repetición de secuencias (y, por su condición de plano secuencia, por la repetición de la interpretación de estas) para mostrar lo que ocurre, en un mismo momento, a los diferentes personajes de la historia. Este ingenioso proceso es, al mismo tiempo, quizás algo gratuito, un alarde técnico que nos recuerda a la experimentación formal de Perec en la literatura. De hecho, Fish & Cat tiene además un importante off en su historia, pero entenderá el lector que dejaremos ese punto, en un extraño juego metacrítico, fuera de campo en este texto.

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Dentro del género en su sentido más puro, tanto lo nuevo de Maury y Bustillo (Aux yeux des vivants) como It Follows (David Robert Mitchell) se encuentran entre lo más reseñable dentro de aquello que hemos podido ver. La primera, a la que nos gustaría regresar de manera más pausada tras un segundo visionado cuando esto sea posible, es una mutación constante que nos lleva desde el exploit que ya vimos al dueto francés en À l’intérieur hasta el slasher, pasando también por las películas de aventuras infantiles de los ochenta, tanto Cuenta conmigo como Los Goonies. Los elementos de esa década están ahí y, precisamente, han sido uno constante en esta edición del festival, pero en el caso de Aux yeux des vivants reconoce esas influencias ochenteras para mostrarnos su muerte. Los niños de la película no son los inocentes jóvenes de Los Goonies, no se comportan como lo harían en una película de Spielberg, ni siquiera parecen tener la sensibilidad que asoma en las gamberradas de la pandilla de Cuenta conmigo. Viven en siglo XXI y conocen no solo el sarcasmo sino también el cinismo, son sádicos moderados y están de vuelta de todo. Esa falta de la tradicional inocencia infantil de los ochenta nos lleva a lo que decíamos antes: ver Aux yeux des vivants como la toma del relevo de una nueva generación. Maury y Bustillo parecen decirnos que sí, que conocen los referentes y crecieron con ellos, pero que el terror o el cine de hoy no pueden mirar hacia atrás sino para aprender a adaptarse a los nuevos tiempos. De hecho, fue bonito que en el pase al que asistimos, además de contar con Bustillo y Maury presentando su película, Joe Dante estuviera entre el público para el visionado, lo que hizo aún más evidente ese relevo del que hablábamos. Finalmente, el último tercio de la película es un slasher terriblemente contundente en el que matar brutalmente a niños no es ya tabú alguno. Sin duda, las normas han cambiado.

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It Follows (David Robert Mitchell) también hace avanzar en cierta manera al slasher tradicional. Si tomamos los elementos básicos de este (un grupo de adolescentes, el sexo como detonador de muertes y una cadena de asesinatos entre los jóvenes), veremos que la película se acoge perfectamente a su patrón. Sin embargo, nos falta uno de los elementos más relevantes y carismáticos de este subgénero: el psicópata. En It Follows no existe este personaje o, al menos, no de la forma tradicional a la que estamos acostumbrados. El psicópata es una suerte de maldición y puede adoptar el físico de cualquier persona. Como si del juego Tú la llevas se tratara, sigue a quien ha sido contagiado hasta que decide pasar esta maldición a otra persona… practicando sexo con ella. Ahí radica su punto más original, el híbrido entre slasher, juego infantil, maldición… y un ente malvado que no tiene forma ni cuerpo. El márketing para la película no será precisamente exitoso, pero se trata de un filme que destaca, además, por el control que tiene de la tensión y por no caer en golpes efectistas. Posiblemente, junto a Aux yeux des vivants, sea la mejor película de terror que hemos visto en esta edición de Sitges.

También de manera híbrida, aunque en un tono de comedia paródica, Stage Fright (Jerome Sable) combina el slasher noventero (evidente es la mirada que echa a la saga Scream de Wes Craven) con el musical buenrrollista. El resultado es una salvajada paródica que tiene en su contraste entre esos dos géneros su mejor baza. Por otro lado, tanto A girl walks home alone at night (Ana Lily Amirpour) como When animals dream (Jonas Alexander Arnby) aportan miradas alternativas a los monstruos clásicos. En la primera, una vampiresa skater en una película de vocación existencial con unas escenas musicales auténticamente embelesadoras; en la segunda, el advenimiento en una adolescente en mujer loba, filmado desde un punto de vista intimista al inicio y social al final, en el que su condición se trata como una enfermedad.

Así, repasando algunas de las películas que mejor sabor de boca nos han dejado, acabamos esta cobertura de un festival en el que la organización a nivel logístico ha mejorado bastante con respecto al año anterior, pero que sigue teniendo como talón de Aquiles la inmensidad de una programación imposible de aprehender.

 

© Mónica Jordan paredes, octubre 2014