¿Qué es hoy una revista – web cinematográfica?

El contenedor y los contenidos


* Este artículo forma parte del Especial 10 años de Transit (2009-2019) 

Para comprender el problema que afecta a la cultura cinematográfica de este siglo XXI vamos a necesitar remitirnos al viejo psicoanálisis. Toda vida psíquica —quizás, simplemente, toda vida— tiene que ver con canales, contenedores, flujos de información y energía. Cuando lanzamos algo al mundo —una señal, una emoción, un impulso, un deseo— no lo hacemos para que se disperse en el aire. Si lo hace, también nosotros nos dispersamos: perdidos en esa extensión infinita, nos desintegramos y desaparecemos.

Lo que queremos cuando lanzamos algo al mundo es recibirlo de nuevo, pero de otra forma, reprocesado. Esto es comunicación, conversación, reciprocidad. Pero el peculiar infierno de nuestra era digital —tal y como vemos dramatizado en Her (Spike Jonze, 2013) o en varios capítulos de Black Mirror (Charlie Brooker, 2011– )— tiene lugar cuando nuestra señal es lanzada a un océano de olas electrónicas y, o bien es ignorada, o bien (si tenemos suerte) provoca una respuesta que no es para nada selectiva o individualizada. En el primer caso, la masa a la que nos dirigimos es tan amorfa, tan arbitraria, que posiblemente nadie responda a nuestro ofrecimiento; en el segundo, la respuesta equivale a un reflejo despersonalizado, mecánico, algorítmico, que no hace distinciones y, por lo tanto, nos reduce al mínimo común denominador.

Her, de Spike Jonze

En la antigua economía cultural entendíamos bien qué era una revista o un libro. Dejemos de lado la nostalgia por el papel, la tinta, el olor, el tacto… Lo esencial aquí, lo que realmente importa, es que una publicación impresa contiene algo entre su portada y su contraportada. Si es un ejemplar de Cahiers du cinéma, sabemos que estamos sujetando Cahiers du cinéma en nuestras manos. Podemos ver la fecha en la que se publicó ese número, la identidad de quienes contribuyeron a su creación. Mes tras mes, sus páginas representan, personifican, contienen un cierto punto de vista o sensibilidad. Podemos estar de acuerdo o no con su línea editorial, sus selecciones, sus gustos, su política, porque todo eso es evidente no solo en las palabras impresas, sino también en el diseño y la organización de la revista, en el peso o énfasis respectivo dado a uno u otro artículo. Tenemos cierta libertad: podemos leer sus fragmentos en cualquier orden, saltarnos lo que no nos interesa, releer parte del ejemplar ahora o en el futuro.

Pero una cosa es cierta: en un momento dado llegaremos a la última página, daremos la vuelta a la contraportada y (si somos organizados) archivaremos ese ejemplar, junto a los números anteriores de la misma revista, en una caja o en una pila en la estantería. Esa caja, esa pila, es también un contenedor que te guía de vuelta a la memoria, la historia y el legado de los contenidos conocidos de esa revista.

Año 2019. Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood, Quentin Tarantino) está a punto de estrenarse en tu cine (dondequiera que estés). Hacemos una búsqueda en Google (en inglés) con el título del film y la palabra «análisis».  Algunas de las sugerencias principales nos llevan a Forbes, Games Radar («¡Los juegos, las películas y la tele que amas!») y Rotten Tomatoes. Dos reseñas, una lista, ningún análisis verdadero. Una revista de finanzas, una web para consumidores del audiovisual y un agregador de reseñas. Por supuesto, si hiciésemos la misma búsqueda hoy los resultados cambiarían, pero siguen siendo los medios más populares y/o asentados los que aparecen en las primeras posiciones. Queremos algo distinto: ser conducidos a rincones lejanos del mundo, descubrir análisis brillantes, extraños, alucinantes de la película, pero nuestras probabilidades de encontrarlos rápidamente son bastante escasas.

Quizás la cuestión de la rapidez deba ser examinada más a fondo. Hoy, estamos siendo testigos del auge de una nueva forma de crítica (y no lo decimos como algo positivo). En un mundo obsesionado con las hot takes y las opiniones instantáneas, así es como se escribe de cine: ves un evento cinematográfico o televisivo (el film de Tarantino, Chernobyl (Craig Mazin, 2019), la última película de terror políticamente correcta sobre cuestiones de género y raza…); haces esa búsqueda en Google; y estás atento a las redes sociales. Lo que obtienes es una cámara de eco que reproduce, básicamente, lo publicado en The New York Times, The Guardian, The New Yorker, y poco más. Los mismos memes, las mismas reacciones, las mismas migas de análisis circulando de un texto a otro. A veces, los autores simplemente parafrasean lo que han leído; otras, adoptan una pose, registrando su apasionado acuerdo o su vehemente desacuerdo con esas opiniones oficiales (lo cual refuerza, aún más, la oficialidad de dichas opiniones).

Dos portadas recientes de The Guardian y de The New Yorker

Hay mucho que está mal en esta situación, pero lo más deprimente es el (con frecuencia, inconsciente) gusto por la autoridad: lo que estas revistas dicen representa algo, significa algo identificable, sólido, una posición definida en un mundo demasiado fluido. Tras más de veinte años de Internet, ¡seguimos recurriendo a The New Yorker para nuestros argumentos de autoridad! Es patético, pero también es comprensible, porque apela a nuestro sentido —quizás, incluso, a nuestra memoria personal— de que The Guardian es (¿o era?) un periódico físico, que The New Yorker es una atractiva revista impresa. Identificamos una voz, una línea que nos resulta imposible identificar en otra parte. Esto es, sin duda, un signo de pereza y una indicación de que, simplemente, estamos dispuestos a tomar como absoluto y eterno lo primero que nos es dado; pero es, también, el núcleo de un problema.

¿Y si excavásemos más profundo e intentásemos dar con algo más que esos tres primeros resultados sugeridos por Google? ¿Qué encontraríamos? Quizás un interesante análisis en profundidad en las páginas de Transit. Pero el problema empieza con el hecho de que, muy a menudo, en los cerebros de los usuarios transitorios y efímeros, no es más que eso: una página, un fragmento, un pedazo aislado que ha aparecido mientras viajaban hacia algún otro lugar. Es lo que ha sido llamado (por Darren Tofts) la naturaleza transitiva de las publicaciones online; todo se convierte en un enlace en una vasta red de referencias vagamente situadas. Estos lugares ya no nos hablan como contenedores con su propia personalidad, encanto (o falta de él), punto de vista, etc. El lector puede protestar: ¡pero una web es un contenedor! Tiene un título en la cabecera, un diseño reticular, links, tags, etc. Pero, ¿cuánta gente nota todo eso? Cierto, añadimos publicaciones a favoritos todo el tiempo, pero si luego volvemos a ellas para leerlas es otra historia; habitualmente, la gente usa lo que encuentra online sin ninguna atención a quién lo ha escrito, cuándo y dónde fue publicado, etc.

¿Qué es exactamente una revista de cine en la era de Internet? Muchas publicaciones impresas establecidas mantienen una relación complicada con la red. Tras haberse resistido a ella por mucho tiempo, ahora la usan o bien como escaparate promocional donde cuelgan algunos de sus textos como gancho (este es el caso, por ejemplo, de Cahiers du cinéma), o bien como repositorio de materiales que no han sido publicados o han sido recortados (las versiones online volviéndose cada vez más largas, mientras las impresas se vuelven más y más cortas). Las revistas de cine son, cada vez más, ni esto ni lo otro, ni tapa blanda ni dura, y no saben exactamente hacia dónde tirar. Esta confusión está directamente ligada al sentimiento palpable de que están perdiendo —o han perdido ya— la posición de autoridad que una vez ostentaron en el mundo real y físico de los quioscos, las suscripciones postales, las librerías, etc. Una posible reacción a todo esto es la resistencia orgullosa y desafiante: producir solo pequeñas revistas impresas (como NANG o Fireflies) y venderlas directamente a coleccionistas también orgullosos. Sentimos, sin embargo, que este valiente retorno a la vieja economía pre-digital —por muy admirable que nos parezca como gesto simbólico y artístico— no es una solución.

Dos portadas de Cahiers du cinéma

Luego están las revistas exclusivamente online. Quizás deberían ser consideradas sitios web y no revistas. Pero ¿qué es, exactamente, un sitio web? ¿Qué tipo de unidad y de contenedor es? Paul Willemen, entre otros comentadores, observó que las revistas especializadas son, en cierto modo, una ilusión porque Internet ha abolido la idea tradicional de revista y tiene dificultades para dar una identidad coherente a un sitio web potencialmente ilimitado. Si un lector llega a un ensayo o reseña a partir de un motor de búsqueda, tal y como hemos sugerido, raramente piensa: «Ahora estoy en las páginas de Transit y me voy a pasar aquí unas horas».

La pregunta inevitable sería esta: ¿Cómo podemos dar forma o canalizar lo que producimos de manera que nos permita crear un verdadero contenedor virtual en el espacio de Internet? Por un lado, corresponde a los editores bucear más allá de lo actual (el evento, en el lenguaje de Internet) y lo local (aquello que sucede en nuestra pequeña esquina del mundo): si el siglo XXI nos ha enseñado algo es que no necesitamos ser esclavos del tiempo (actualidad) o del espacio (localidad). Debemos, en cambio, curar activamente nuestros contenidos, elegir cuidadosamente lo que se publica, no dejarnos arrastrar por la ola que llega con más ímpetu a nuestra costa.

La crítica en Internet tiene un valor añadido respecto a las revistas en papel: hay todo un abanico de posibilidades multimedia (imágenes, audios, videos, etc.) que pueden ser incorporados a los textos, por no hablar de los ensayos audiovisuales que nos permiten un acercamiento distinto a los films y han encontrado en las webs cinematográficas su hábitat natural. Pero en una época como esta, tan obsesionada con la actualidad, la crítica en Internet también tiene una responsabilidad: es bueno tener siempre en cuenta que hay todo un océano de textos, imágenes y sonidos más allá de esa última ola de eventos. Hay un pasado que podemos rescatar selectivamente, una historia que podemos reconstituir en el presente. No debemos dejarnos gobernar por la ciberamnesia o por el centrifugado exprés de eventos mediáticos. Podemos ser guías, formar caminos y senderos, trazar la línea de contenedores que serán tan efímeros o duraderos como deseemos.

Por último, si sabemos que hoy las redes sociales son las que dirigen el tráfico en Internet ¿por qué no usarlas más responsablemente? ¿Y si intentásemos también ahí ser más selectivos con lo que hacemos circular, con lo que damos a ver, a escuchar, a leer? De nuevo, se trata de no ser esclavos del presente, del hype, de no comportarnos como robots del retweet. Podemos hacer que nuestras intervenciones cuenten, podemos hacerlas significativas (en primer lugar, para nosotros mismos).

Hemos comenzado este texto evocando la imagen de Internet como un océano donde nuestras señales se desvanecen: un Infierno, el negativo de esa otra imagen de Internet como Paraíso del flujo libre y la conexión instantánea. No se trata tanto de que hayamos pasado de una imagen a la otra, sino de ver qué campo de intervenciones posibles hay entre esas dos polaridades. Quizás podamos recuperar, si lo intentamos, algunas de las posibilidades utópicas inherentes a esa multitud infinita, a ese vasto mar de información que no son solo datos, sino materia prima siempre renovable.

 

© Adrian Martin & Cristina Álvarez López, agosto de 2019