La curiosidad frente a lo inmutable

La necesidad de un canon

* Este artículo forma parte del dosier especial «¿Un canon cinematográfico para hoy?»

La idea de un canon cinematográfico se adscribió y se adscribe al asentamiento de unas bases de referencia y a la creación de una Historia del Cine. Muchas y variadas han sido las voces críticas que han cuestionado —desde planteamientos sociales, ideológicos o de representación de naciones opacadas, entre otros— el modelo de canon establecido desde lo que se suele denominar erróneamente como Occidente. Lo que a nosotros nos interesa es, quizá, una Historia, la de las formas en el cine y la de todas aquellas películas poco conocidas que no suelen aparecer en el canon por A o por B. Por ello, la idea misma de un canon establecido, salga de nuevo a votación o no cada X años, parezca quizá algo demasiado poco ambicioso, algo sin duda nimio para aquellos que vemos más de tres películas al día y que tenemos curiosidad por llegar a ver mucho más. Más de lo que acostumbramos a encontrar en determinadas formas dominantes y más en términos de cantidad para hallar cualidades diferentes a lo canónico. Por ejemplo, podríamos establecer una línea desde Abel Gance hasta Raúl Perrone, pasando por Jean Vigo, Jean Epstein, Emlen Etting, Maya Deren, Margot Benacerraf, Jean Cocteau o Leonardo Favio y descubrir también a Henwar Rodakiewicz, Gregory J. Markopoulos, Peter Hutton o Hugo Santiago en el proceso…

«At Land» (1944), de Maya Deren

La necesidad de un canon no es tal si se entiende esto como una lista cerrada en la que se recogen ciertas películas que fueron vistas por la mayoría (de los que elaboran dichos rankings) y en la que solo varía la posición de las mismas. Habría que preguntarse para qué vale un canon que no cambia en su esencia y si de verdad las nuevas generaciones siguen teniendo tan en cuenta las películas que lo conforman. Y si es así el porqué; ¿Cómo se puede comparar Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941) con Confucio (Kong Fuzi, Mu Fei, 1940)? ¿O Vértigo (de entre los muertos) (Vertigo, Alfred Hitchcock, 1958) con Anticipation of the Night (Stan Brakhage, 1958)? Muchos se basan en el canon establecido para formarse un criterio en torno a ese mismo canon. Con esta manera de acercarse al cine (totalmente lícita y justificable como punto de partida) se acotan las posibilidades de mirar por uno mismo. Digamos que se establece un filtro dado por las votaciones de la revista Sight & Sound, de publicaciones como 1001 películas que hay que ver antes de morir [la primera versión editada por Steven Jay Schneider es de 2003, pero ha habido varias actualizaciones] o por el “top 100” de los usuarios de webs como FilmAffinity o similares que repiten sin cesar una serie de títulos considerados como obras maestras y que obligan a conocerlos para tener un bagaje más o menos aceptado entre cierta cinefilia.

«Cero en conducta» («Zéro de conduite», 1933), de Jean Vigo

Aquí sostenemos que esa idea de cinefilia responde a un molde concreto y que hoy en día, con la cantidad de recursos que existen para encontrar infinidad de títulos fuera de cualquier lista, debería estar más que superada. Pues la necesidad de un buen número de cinéfilos jóvenes (y no tan jóvenes) de descubrir cines cada vez más raros (no en un sentido peyorativo) está en auge y a grandes rasgos podemos decir que aquellos que tienen inclinación a buscar sin cesar algo distinto (sea mejor o peor, da lo mismo) tienen las herramientas para encontrarlo y también para  mostrárselo a otros. En Letterboxd cada vez hay más listas recopilatorias de películas poco vistas o desconocidas para el canon, que bien podrían funcionar como nuevos cánones particulares en sí mismas. Lo mismo sucede en blogs, en Tumblr, en Discord, etc. Estas listas son como una biblioteca en la que como cinéfilos debemos seleccionar lo que más nos llame la atención. Hay gente que gusta de leer la sinopsis, otros se guían por un fotograma del film y algunos se lanzan a ver cualquier cosa que tenga menos de X visualizaciones. Esto es abrumador al principio, pero trabajando el método de búsqueda y la recomendación se van aclarando los conceptos a tener en cuenta para escoger la película que se va a ver esa noche. Esta dinámica es lo contrario al modelo de las plataformas que, falsamente, ofrecen un catálogo diverso, que en realidad no es tal. Si bien en estas escogemos algo determinado para verlo automáticamente, el algoritmo nos va a recomendar después cosas similares… Ante este mecanismo están las dos opciones comentadas: el canon preestablecido por profesionales y las listas individuales de usuarios con los que se puede tener cierta afinidad. A diferencia de lo que nos quieran hacer creer, la mayoría de listas con vocación canónica no están curadas ni pensadas según unas premisas concretas, sino que surgen de la media de votación de las personas invitadas a participar en su formación. Los rankings  individuales, ya sean de gente anónima o de especialistas (rescataremos en el último listado de Sight & Sound las propuestas de Nicole Brenez, Francisco Algarín Navarro u Olaf Möller), acuñan una visión más sólida en torno a las películas que se incluyen (sin perjuicio de que aparezcan filmes dispares o semejantes). Nos referimos con esto a que existen en dichas listas una serie de valores quizá inconscientes que terminan por hacerlas certeras para formar la tuya propia. Pongamos una lista que incluya títulos que te interesen porque ya los has visto y también otros que nunca has podido ver. Cuando decidas visionar estos últimos, elegirás cuáles merecen ser incorporados a tu canon personal; un canon en constante mutación en el que restas y añades películas importantes no solo para ti, sino potencialmente para los demás.

«Anticipation of the Night» (1958), de Stan Brakhage

El fin último de un canon debería ser el dar oportunidad a otros de interesarse por ciertas películas y no intentar crear una Historia del Cine total que responda de golpe a todas las necesidades y todos los puntos de vista, a todas las esencias y diatribas. Debería ser algo que se construya con paciencia y a medida que se vean nuevos títulos… Algo, en definitiva, siempre cambiante (a gran o pequeña escala) y siempre individual. De hacerlo colectivo debería abrirse a debate el por qué se incluyen ciertas películas, quizá en una hipotética reunión de Zoom masiva con todos los participantes. Un diálogo y un debate (sangriento, si es necesario) en el que cada uno exponga argumentos para cada película. Algo ideal y totalmente imposible de lograr, claramente… No es raro que la cinefilia se interese más por las listas individuales del canon que por el canon en sí.

En un canon cualquiera podrían incluirse películas de James Fotopoulos, Pascal Baes, Nina Danino, Robert Todd, Giuseppe Boccasinni, Dean Kavanagh, Jean-Claude Biette, Tom Joslin, Sandro Aguilar, Ieva Balode, Alain Mazars, Raúl Perrone, Vinícius Romero, SJ. Ramir, Pierre Bressan, Denis Guéguin, Pablo Llorca, Michael Fleming, Christine Lucy Latimer, Igor e Ivan Buharov, Vanessa Renwick, Don Askarian, Janie Geiser, Emmanuel Piton, Stephen Dwoskin, Anna Thew, Alex Faoro, Marc Pelletier o Tzuan Wu. Otros podrían ver esas y más películas y optar por relegar algunas al canon previo y añadir obras de Luigi Cozzi, Antoinette Zwirchmayr, Teo Hernández, Marian Dora, Cecelia Condit, Zoltán Fábri, Paul Vecchiali, Eric Stanze, Catherine Breillat, James Sibley Watson, Olivier Fouchard, Manuel Mut Oti, Artur Aristakysian, Alain Cuny, Damon Packard, Maria Klonaris y Katerina Thomadaki, Melvin Van Peebles, Teresa Villaverde o Frans Zwartjes. Habría tantas posibilidades como cineastas y obras, por supuesto. Y muchos se preguntarían ¿dónde queda el rigor y el orden? ¿Cómo sé yo qué película es mejor que cuál? Personalmente creo que hay que ver para creer y que por mucho que alguien o un conjunto de álguienes decidan que A es la mejor película de la Historia y B la peor, tan solo tu incipiente curiosidad y los medios de los que dispongas deberían quitarte las ganas de ver ambas.

«Une vraie jeune fille» (1976), de Catherine Breillat

Cualquiera que se interese por el cine a un nivel tal como para querer descubrir e ir viendo entre quinientas y mil películas al año podrá acceder, con el tiempo, a sitios de Internet que van más allá de YouTube o VK (donde hay bastante material, cada vez en mejores condiciones). Trackers privados como Karagarga o Patio de butacas están al alcance de los que indaguen y vayan hablando con cinéfilos afines de todo el mundo. Igualmente, para los que no obtengan invitación a estos archivos relativamente pronto, existen canales de Telegram o Discord donde se comparten películas sacadas de allí, al margen de trackers públicos como rutracker, rarbg, etc. Claramente, no es lo mismo que ver una copia restaurada en un festival o en una filmoteca, pero ni todo el mundo vive en las capitales ni tampoco todos gustan de la programación que este tipo de espacios proponen. Los trackers son una alternativa (usada tanto por programadores como por críticos curiosos) que, en realidad, es el foco principal de la cinefilia. Un terreno en el que figuran resquicios de cines olvidados o terriblemente difíciles de localizar en otros puntos sin viajar varios kilómetros. 

Las películas han de verse y, en no pocas ocasiones, algunas de las mejores retrospectivas (ya sean presenciales u online) nacen de redescubrimientos  en trackers o foros. También funciona a la inversa, del ciclo en salas a Internet. Hay tres casos concretos muy recientes que hibridan la retrospectiva física y online como son el redescubrimiento de las películas de Sandra Lahire, Ronald Chase y Nina Hedenius (disponibles en web por tiempo indefinido en el caso de los dos últimos) y también el auge de los cineastas que comparten sus films en YouTube o Vimeo una vez sus películas han muerto en el circuito de festivales (César Gonzáles, Pablo Chavarría Gutiérrez o Isiah Medina) o como medio para compartir su obra y darse así a conocer internacionalmente (Scott Barley, Mikio Yamazaki o Carole Arcega).

«Serpent River» (1989), de Sandra Lahire

Deberíamos debatir acerca de para qué o para quién se construye la idea de un canon hoy. El misterio que conlleva el descubrir un título del que no has oído hablar nunca se anula con la idea actual de un canon histórico y conlleva una propensión a la repetición de películas ancladas en un limbo democrático. ¿Todos están de acuerdo en que Alfred Hitchcock y Orson Welles tienen las mejores películas de la Historia? No. ¿La mayoría de cineastas, críticos y académicos? Parece que sí. Y, en un giro extraño de los acontecimientos, ¿es ahora Chantal Akerman la que debe ocupar ese lugar? Parece que también. ¿Y qué? Al margen de que sean grandes cineastas, quizá es más importante ir variando cada X años o cada X meses. Mejor ir recomendando o destacando películas diferentes una vez establecidas las consideradas como mejores. Lo importante puede que sea que alguien que gusta de Béla Tarr recomiende a Gyorgy Féhér, pero también a Karim Hussaim o a Barbara Sass. O que a partir de Robert Bresson se abra el espectro hasta Mani Kaul, Marcel Hanoun, Pedro Costa, Aki Kaurismäki, Angela Schanelec o Eugène Green.

«Juventud en marcha» («Juventude em Marcha», 2006), de Pedro Costa

Por mi parte, y ya para terminar, el saber que ya he descubierto los cines de Lois Weber, Grigori Kozintsev, Theo Agelopoulos, Aleksandr Sokurov, Artavazd Peleshian, Paul Clipson, Antouanetta Angelidi, Peter Tscherkassky, Nina Menkes, Sohrab Shahid Saless, Tadeusz Konwicki, Marguerite Duras, Nicolas Rey, Pierre-Yves Vandeweerd, Shengze Zhu, Phil Solomon, Slava Tsukerman, Yuri Ilyenko, Philippe Grandrieux, Takashi Makino, King Hu, David Gatten, Gaëlle Rouard, Werner Schroeter, Helma Sanders-Brahms, Stanislaw Rozewicz, Ngozi Onwurah, Hal Hartley, Jean-Paul Civeyrac, Kenji Onishi, Valerio Zurlini, Jaime Humberto Hermosillo, Andrei Chernykh, Edmond T. Gréville, Ulrike Ottinger, Jürgen Reble o Claire Devers y que me quedan los de António Campos, Vasilijis Mass, Velveeta Krisp, Aleksandr Rou, Noémia Delgado, Dimitri Lurie, Judith Noble, António Palolo, Alain Fleischer, Kenji Murakami, Dominik Lange, Miodrag Popovic, Katsuyuki Hirano, Tatjana Ivancic, Jorge Honik, Joseph Morder, Nicky Hamlyn, Lordan Zafranovic, Marie-Claude Treilhou, Stavros Tornes, Julio Bracho, Ali Khamraev, Mario Soldati, K.G. George, Miguel Bejo, Jorge Silva Melo, Vladimir Tyulkin y Brian Paulin significa que mi canon personal va a cambiar, ya sea en mayor o menor medida.

 

© Borja Castillejo Calvo, julio de 2024