La academia de las musas
De diosas y hombres
Un profesor de Filología Clásica, Raffaele Pinto, da clase a sus alumnas. Les explica conceptos, con ejemplos de la mitología y poemas, aunque sobre todo las provoca, intenta crear una reacción que no nazca solo de la oposición entre profesor y estudiante, sino también de la que se da entre hombre y mujer. Después de todo, el maestro está hablando de las musas, a quienes les encomienda la monumental empresa de inspirar a los poetas y regenerar de este modo a la humanidad. ¿Y quiénes son esas musas hoy en día? ¿Y por qué han de cargar las mujeres con semejante tarea? El debate está abierto, la mecha es encendida y las pasiones nos dejan ver el interior de cada participante en La academia de las musas (L’Accademia delle Muse, 2015).
Fuera del aula, el asunto sigue chispeando. Y hay algo más que palabras. Los sentimientos afloran y lo que por un lado es una crisis de pareja (entre el profesor y su mujer), por otro es un romance de nuevo cuño (entre el profesor y una de sus alumnas). Asistimos a conversaciones sobre distintos temas, que inevitablemente versan sobre los sentimientos, los celos, la pareja. Para el maestro y su esposa, su vida amorosa se ha reducido (¿o ampliado?) al lugar que ocupan sus libros en la estantería. Discutir sobre eso es discutir sobre ellos mismos. Para otra de sus alumnas, conocer a un pastor-poeta en una isla italiana significa caer prendida de él en un momento único en que queda cautivada.
Husmeamos en las discusiones como atrevidos voyeurs de la gran urbe: miramos dentro del coche para ver lo que hace ese señor con una chica a quien dobla en edad, nos preguntamos qué hace la misma chica teniendo una charla muy seria con una señora dentro de una cafetería. Y todo, desde el otro lado del cristal, desde el exterior de la ventana, marcando una distancia prudente con el objeto de interés, respetando la intimidad de quienes creemos que están hablando desde su más profundo sentir. Sabemos que fingen, aunque a veces dudemos de ello. Pretenden vivir esa historia de ficción, pero siguen siendo ellos mismos, siguen pensando como ellos piensan, actuando como actúan cada día.
¿En qué plano debemos situarnos, por tanto? ¿Desde dónde abordar la comprensión del film? ¿Acaso es eso importante? Hace unos quince años, Guerin filmaba la construcción de un edificio y a la gente que pasaba por allí, pero simultáneamente se inventaba una historia que daba forma al relato. Aquello dio lugar a En construcción (2001), un documental que ya cuestionaba el estatuto del cine de lo real. ¿Realidad, ficción o todo al mismo tiempo? Todo puede ser válido según cuál sea el objetivo del proyecto. En La academia de las musas, el objetivo parece ser capturar esos momentos de lucidez en conversaciones que siguen su propio recorrido, su propia lógica interna, sin intervención exterior, aunque su demiurgo esté ahí para dar forma a su creación. Guerin habla de capturar un movimiento del pensamiento: momentos, deducimos, en que surge algo relevante que ha de ser necesariamente seleccionado durante el montaje.
La idea no surge del propio cineasta, sino de su amigo, el profesor de Filología, que imparte sus clases en la universidad. La filmación, de este modo, resulta casi una toma de apuntes, un esbozo que acaba siendo la obra final. Es lo que ya Jean Rouch conseguía en La pirámide humana (La pyramide humaine, 1961) invitando a un grupo de jóvenes europeos y africanos a interactuar entre sí para indagar en los conflictos raciales. Filmada con una pequeña cámara digital, el propósito de La academia de las musas, como el del film de Rouch, parece ser dar preeminencia a la palabra por encima de la imagen. Ese pequeño dispositivo permite una mayor naturalidad en los diálogos y en el transcurso de las clases, especialmente cuando se da rienda suelta al humor. Puede recordar, además, a otra película anterior de Guerin, Guest (2010), donde también unos apuntes dibujados por su cámara digital le servían para componer un relato con principio y final. En aquella dividía cada etapa en episodios remarcados por la fecha en que fueron tomados, lo mismo que hace en su último film para evocar los cambios relacionales durante el transcurso del año académico.
Finalmente, cabe preguntarse si la misma búsqueda que se articula durante la película, es la del propio director a través de la cámara. O la que nosotros, espectadores, llevamos a cabo mientras contemplamos el devenir de las situaciones, los encuentros y desencuentros, los momentos de magia que pueden surgir de una conversación, de un poema recitado, de unos cantos populares de larga tradición, de la risa que se escapa en un instante descontrolado, de un personaje (o persona) con múltiples facetas… El film, por su forma y su evolución, parece ser sobre todo eso: una exploración tenaz en los intersticios de los instantes y las palabras. La academia de las musas entronca con el Guerin más auténtico y sugiere, más allá de las propias imágenes, la fascinación por los momentos vividos.
© Pablo García Conde, septiembre 2015