Christiane F.

Throwing darts in lovers’ eyes

 

I. En febrero de 1978 Kai Hermann y Horst Rieck, colaboradores del semanario alemán Stern, conocieron a Christiane Vera Felscherinow en un tribunal de Berlín. Rieck y Hermann, periodistas especializados en la problemática concerniente a la juventud, se encontraban escribiendo un artículo acerca de la prostitución infantil y recabando información sobre Babsi quien, tras su fallecimiento a los catorce años de edad a causa de una sobredosis, se había convertido en la víctima más joven de la heroína en Berlín. Los periódicos se hicieron eco de la muerte de Babsi y su caso alcanzó cierta notoriedad en los medios porque su padrastro era un famoso pianista alemán.

Christiane, amiga de la fallecida, apenas había cumplido los quince años y comparecía en calidad de testigo en un caso de pedofilia contra un hombre de negocios que había requerido los servicios de Babsi y de otras niñas de corta edad. Este sujeto, en lugar de pagar a las niñas con dinero, les suministraba directamente la heroína. Hermann y Rieck, impresionados por el testimonio de Christiane, le pidieron una entrevista de dos horas que terminó prolongándose durante varios meses. Los periodistas registraron mediante grabaciones el desgarrador relato autobiográfico de la muchacha: una descripción detallada y minuciosa sobre su relación con las drogas y su temprana adicción a la heroína.

Tras aparecer en la revista Stern, en una serie de doce capítulos, el relato de Christiane se convirtió en una novela titulada Los chicos de la Estación del Zoo (Wir Kinder Vom Bahnhof Zoo), que salió a la luz en septiembre de 1978 arrojando luz a uno de los mayores problemas de la sociedad alemana de la época. El título hace referencia a la estación de tren del Jardín Zoológico de Berlín, ubicada en el antiguo distrito de Kurfürstendamm, lugar donde muchos jóvenes toxicómanos ejercían la prostitución y punto de encuentro entre consumidores y revendedores de heroína.

Traducido a quince idiomas y con millones de copias vendidas, Los chicos de la Estación del Zoo alcanzó el estatus de best seller y devino un fenómeno cuya repercusión mundial traspasó las fronteras alemanas. Adaptada para el teatro, la novela sirvió también de base para el filme Christiane F. (Christiane F. –Wir Kinder Vom Bahnhof Zoo, Ulrich Edel, 1981) y convirtió a su protagonista y narradora en el símbolo de toda una generación.

 

II. El relato de Christiane constituye un registro directo del aire de los tiempos. Los hechos narrados en la novela corren casi parejos al momento en que estos sucedieron, apenas median unos meses de distancia, a lo sumo dos o tres años. La voz de Christiane es también la voz de una generación que se enfrenta a una época concreta en un escenario local muy preciso: el Berlín Occidental de finales de los setenta. Durante esos años la República Federal de Alemania se había convertido en el primer país consumidor de heroína a escala mundial. En 1970 se habían cifrado allí 29 muertes por sobredosis de esta sustancia, en 1977 el número de muertos se había elevado a 593. Horst Bromer, consejero del Servicio Drogas de la Sociedad Cáritas, afirma que, según sus estimaciones, de 1974 a 1977 “en la República Federal de Alemania y Berlín Occidental el porcentaje de toxicómanos adolescentes entre los doce y los dieciséis años ascendió del cero al veinte por ciento” (1).

En una nota de la novela, Rieck y Hermann sostienen que la historia de Christiane “nos dice más sobre la situación de la juventud actual que cualquier otro estudio, por más completo que éste sea. Christiane F. ha querido que se escriba este libro porque ella, como casi todos los adolescentes toxicómanos, deseaba romper el vergonzoso silencio de los adultos sobre la realidad de la drogodependencia. Todos los supervivientes de su pandilla, así como sus padres, apoyaron la iniciativa de realizar este libro y permitieron publicar su testimonio y sus nombres con la finalidad de que este trabajo tuviera un carácter documental” (2).

Los autores no quisieron alterar en nada el discurso de Christiane y respetaron tanto su modo de expresarse como la esencia de sus experiencias. La novela está conducida por la voz de alguien que conocía de primera mano la escena berlinesa de la época y vivió, en su propia carne, los hechos relatados. El resultado es una de esas extrañas obras cuya impronta debe tanto al carácter documental como al tono confesional con que este es impulsado.

 

III. Una de las grandes bazas de la novela radica en su capacidad para elaborar, a partir del discurso autobiográfico de la narradora, un verdadero análisis de todos los factores que rodearon el crecimiento de Christiane: de las construcciones arquitectónicas del complejo de edificios de Groppiusstadt donde ella crece, a la violencia y los malos tratos experimentados por la muchacha durante la infancia; del resquebrajamiento de la unidad familiar con la marcha del padre y,  posteriormente, de la hermana, a la competitividad motivada por el sistema escolar; de la necesidad de afecto y autoafirmación que deriva hacia la búsqueda de una pandilla, a la ineficacia y el desconocimiento acerca de cómo afrontar el problema de la toxicomanía juvenil por parte de las instituciones policiales y sanitarias… Todas estas cuestiones encuentran un hueco en Los chicos de la Estación del Zoo.

En este sentido la novela es mucho más vasta y ambiciosa que el filme dirigido por Ulrich Edel pues en ella quedan fijadas muchas de las circunstancias (ambientales, familiares, históricas, sociales y culturales) bajo las que se desarrolla la infancia y la adolescencia de Christiane. Al intercalar, junto al relato de la muchacha, el testimonio de su madre y de algunos especialistas que la conocieron los autores consiguen abordar toda esta problemática desde distintas perspectivas que enriquecen la complejidad de la novela. Y, sin embargo, en Los chicos de la Estación del Zoo no hay rastro de un empeño por culpabilizar o aleccionar, se trata más bien de la necesidad de cartografiar un estado de las cosas y de desvelar cómo todos estos factores se convierten en enclaves emocionales para Christiane. Enclaves que, de un modo u otro, potencian su interés por las drogas y revierten en su adicción a la heroína.

Dividido en dos partes claramente diferenciadas -con la escena del concierto de David Bowie actuando como bisagra- el filme arranca, tras un breve prefacio, con la primera visita que realiza la protagonista al Sound, una discoteca berlinesa equipada con las instalaciones más modernas de Europa. Las experiencias precedentes de Christiane en el Hogar Social, recogidas en la novela, quedan excluidas del filme y muchas de las cuestiones comentadas en el punto anterior son abordadas por la película solo tangencialmente, cuando no directamente elididas. El interés de Edel durante la primera parte de Christiane F. parece focalizarse, en cambio, en un aspecto presente también en la novela y que quizás ningún otro filme de temática similar ha querido o ha sabido abordar con la importancia que merece: la fascinación que la heroína y aquellos que la consumen despiertan en Christiane.

 

IV. En Los chicos de la Estación del Zoo Christiane monologa consigo misma tras sufrir su primera crisis de abstinencia: “Y ahora qué, Christiane? Al fin has hecho todo lo que siempre has deseado en realidad. ¿Así fue cómo te lo imaginabas? Seguramente no. Pero, de todas formas, era lo que querías. Siempre has admirado a los toxicómanos. Ahora ya te has convertido en una de ellos” (3).

En un pasaje anterior la muchacha reflexiona sobre la noche en que probó la heroína por primera vez tras asistir a un concierto de David Bowie: “Mi madre me dijo que había conseguido dos entradas para el concierto. Curiosamente, de inmediato, supe a quién iba a regalarle la otra entrada: a Frank. […] Frank había sido el primero de la pandilla en inyectarse, el primero que cayó en la dependencia. Al principio le llamábamos “Cold Turkey”, después le pusimos el sobrenombre de “Zombie” porque, de tanto en tanto, su aspecto parecía realmente el de un cadáver ambulante. […] Quise ir al concierto de David Bowie, al que sería uno de los acontecimientos más importantes de mi vida, acompañada de un drogadicto total. Cuando le ofrecí la entrada a Frank, yo no había caído en la cuenta de lo importante que era todo esto. En aquel entonces mis actos eran producto de mi subconsciente. Pero, de algún modo, durante el transcurso de aquellas semanas en que había perdido el interés por los comprimidos, el hachís y el LSD, mi actitud respecto a la heroína empezó a cambiar. En todo caso, las barreras infranqueables que me aislaban de los adictos se habían derrumbado” (4).

Ese cambio de actitud al que se refiere Christiane en el extracto anterior, esa romantización inconsciente de todo aquello que rodea a la heroína, es precisamente lo que a Edel le interesa capturar. En una escena del filme, tras abandonar el cine del Sound donde se está proyectando La noche de los muertos vivientes (Night of The Living Dead, George A. Romero, 1968), Christiane se dirige a los baños. Allí se topa con un chico que acaba de inyectarse. La jeringuilla permanece todavía clavada en su brazo, los ojos entornados, el cuerpo lacio recostado en la pared. Christiane huye despavorida hacia la calle y vomita pero, poco después, sus ojos se cruzarán con los del muchacho que, como los muertos vivientes del filme de Romero, se desliza lentamente abandonando el local. Edel subraya este momento sosteniendo el plano/contraplano y el intercambio de miradas entre ambos funciona como el primer signo de una atracción que la propia Christiane no logra reconocer debido al temor y al rechazo que inicialmente le provoca la visión de los efectos de esta droga.

En una escena posterior, tras descubrir que Detlev ha comprado heroína, Christiane monta en cólera y se dirige al cine del Sound para pedirle a su amigo Axel que le disuada. El filme que se está proyectando en ese momento es Nosferatu el vampiro (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, F. W. Murnau, 1922), concretamente la escena en que los ciudadanos, alertados por la plaga, se refugian en sus casas y cierran puertas y ventanas. Un primer plano de las pupilas contraídas y centelleantes de Axel lo presentan como a un infectado que anuncia a la protagonista y al espectador el alcance del contagio: “Míralos, cuanto más fríos están, más puestos van”, murmura el chico. La cámara se posa en el rostro confundido de Christiane y en el fondo de la imagen aparecen, desenfocados, los cuerpos de los jóvenes que avanzan como zombies por los pasillos de la discoteca.

Las imágenes de Nosferatu y La noche de los muertos vivientes no solo evocan la pulsión de muerte y el deseo de posesión que gravitan bajo la superficie del filme como motor inconsciente de la adicción de Christiane sino que, a su vez, sirven a Edel para retratar el imparable avance de la heroína como una epidemia corrosiva ante la que la sociedad se protege cerrando los ojos, atrancando puertas y ventanas y dando la espalda a los infectados. Cuando Christiane se cruce con Detlev, que sale de los baños, Edel filmará un intercambio de miradas similar al primero. El vacío en los ojos del consumidor, el abismo que proyecta su mirada, es la señal inconfundible de la posesión.

 

V. Detengámonos ahora un momento en la escena de ese concierto de David Bowie que marcó un antes y un después en la trayectoria de Christiane. El filme incluye una actuación del músico inglés interpretando Station to Station, un complejo tema de diez minutos de duración, dividido en varios bloques narrativos y musicales. Station to Station comienza con una extensa introducción en la que escuchamos el sonido de un tren desplazándose velozmente por las vías y al que se van superponiendo las distorsiones de la guitarra, los golpes del bajo y las notas fantasmagóricas de un piano. A modo de coro, los primeros versos de la canción comienzan precisamente con estas palabras: “The return of the Thin White Duke, throwing darts in lovers’ eyes”.

David Bowie, que a lo largo de su carrera ha adoptado diversas personalidades que marcan las distintas etapas de su trayectoria, introduce en Station to Station al Delgado Duque Blanco: un personaje aristocrático, frío e inexpresivo, pálido y esquelético, que se convertiría en su nueva encarnación de mediados de los setenta; una reelaboración del soul boy del Young Americans (1975) y del alienígena al que dio vida en The Man Who Fell to Earth (Nicolas Roeg, 1976). Station to Station es además el tema encargado de abrir el álbum homónimo con el que Bowie inauguró su etapa más experimental. Después llegarían Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979) -conocidos también como la Trilogía de Berlín (5)– grabados en colaboración con Brian Eno y con evidentes influencias del krautrock alemán practicado por grupos como Kraftwerk, Neu! o Tangerine Dream. Diversos temas de estos álbumes conforman la banda sonora del filme de Edel.

En la novela Christiane destaca la impresión que le produjo escuchar Station to Station en el concierto: “[…] Durante aquellas últimas semanas en las que no sabía qué sentía ni a dónde me dirigía esta canción crispó mis nervios. Pensé que la letra relataba una situación idéntica a la mía y ese “it’s too late” me turbó” (6). Debido a las múltiples referencias a Alesteir Crowley y a la Cábala incluidas por Bowie en este tema, Station to Station suele interpretarse como un viaje de descenso por el Árbol de la Vida (7). Dado que la letra contiene también una alusión explícita a la cocaína hay quien interpreta el tema como un recorrido por los estados anímicos y los altibajos experimentados por Bowie en un periodo de su vida marcado por el abuso de esta sustancia (8). Ambas hipótesis son plausibles y, además, la una no contradice a la otra. Sin embargo, para quienes han visto Christiane F., Station to Station tiene un significado muy preciso: Edel se apropia del tema de Bowie para construir la escena más potente de su película y filma la entrega de una fan ante su ídolo como si se tratase de la puesta en escena de la rendición de Christiane ante la llamada de la heroína. Cuando Bowie anuncia que el canon europeo ha llegado, él es el Delgado Duque Blanco y Christiane es la enamorada cuyos ojos han sido cegados por sus dardos.


VI. El mayor problema del filme de Edel con respecto al relato original de Christiane aparece a la hora de encontrar la manera de poner en imágenes el flujo narrativo de la segunda mitad de la novela. En su intento por retratar la adicción de la protagonista como una bajada a los infiernos, el filme no hace justicia a una trayectoria llena de altibajos, de pequeños triunfos y duras recaídas y opta, en cambio, por convertir el recorrido de Christiane en un descenso progresivamente vertiginoso y demasiado acelerado. Un descenso que no deja lugar a los intersticios y engarza, una tras otra, las situaciones más sórdidas del itinerario de la protagonista amenazando, por momentos, con convertirse en un catálogo de truculencias. Pese a ello, y aún teniendo en cuenta que Edel incurre en algunos excesos y se permite alguna que otra licencia muy cuestionable (9), lo cierto es que a día de hoy, treinta años después de su realización, Christiane F. sigue siendo uno de los pocos títulos de ficción que manifiestan una preocupación real por la problemática de la adicción juvenil y uno de los pocos filmes que han abordado esta cuestión exponiendo con honestidad y sin tapujos los hábitos del consumidor.

Uno de los compromisos ineludibles que Christiane F. contrae con la novela es el de haber optado por un casting de actores no profesionales (10) cuya edad, cuando realizaron el filme, se aproximaba mucho a la de los personajes que interpretaban en la película. Sus rostros reflejan ese umbral que se cierne sobre la niñez dando paso a la adolescencia y sus cuerpos son los de quienes se enfrentan a la dependencia y al deterioro físico cuando están en el apogeo de su florecimiento. Edel encontró a algunos de sus actores en los lugares a los que solía acudir Christiane y muchas de las secuencias de su filme fueron rodadas en las localizaciones reales. Los toxicómanos que, durante la filmación de Christiane F., frecuentaban la Bahnhof Zoo aparecen en varias escenas de la película como extras. Todo ello convierte al filme de Edel en una pieza tremendamente atmosférica y en uno de los filmes que mejor ha sabido captar el ambiente del Berlín de la época.


Christiane F. augura además una tendencia muy presente en ciertos filmes de los últimos años donde la reapropiación de los códigos genéricos del cine fantástico se contempla como única opción para abordar una problemática intrínseca al mundo contemporáneo. La singularidad y el riesgo de la apuesta de Edel consiste precisamente en haber ideado un filme donde las imágenes explícitas acerca de la rutina del consumidor, el realismo crudo con el que son diseccionados los lugares y los rostros conviven con una puesta en escena que dialoga con el cine de corte fantástico y se sirve del potente y oscuro subtexto de los temas de David Bowie como un comentario que opera subliminalmente bajo las imágenes. El resultado es un filme de terror en el más puro sentido del término: una cartografía de cómo la fantasía (“Such is the stuff from where the dreams are woven”, canta el músico inglés en Station to Station) se convierte en pesadilla.

 

VII. Christiane Vera Felscherinow nació en Hamburgo el 20 de mayo de 1962. Con seis años de edad se trasladó junto a sus padres y su hermana menor al distrito de Groppiusstadt en Berlín. En 1974, con doce años, entra en la escuela secundaria y comienza a frecuentar el Hogar Social –un centro de reunión para jóvenes patrocinado por la Iglesia- donde tiene sus primeras experiencias con las drogas y prueba el hachís, la marihuana, el diacepan, la efedrina, la metacualona y el LSD. En 1975, tras cumplir los trece años, Christiane visita por primera vez el Sound donde, entre otros, conocerá a Detlev, a Axel, a Stella, a Babsi y a Atze. La heroína está ya extendiéndose vastamente por Alemania y en el Sound es fácil de adquirir. La mayoría de los amigos de Christiane la prueban por primera vez ahí, entre ellos su novio Detlev, tras lo cual la relación entre ambos cambia por completo.

En abril de 1976, poco antes de cumplir los catorce años, Christiane inhala heroína por primera vez tras asistir a un concierto de David Bowie y poco después retoma su relación con Detlev. No comienza a inyectarse hasta unos meses después. En verano viaja a casa de su abuela y no consume nada durante varias semanas. Después vuelve a Berlín y, durante una excursión escolar, descubre que ha contraído hepatitis C y permanece tres semanas aislada. Cuando vuelve a su casa y se reencuentra con Detlev este le confiesa que ha comenzado a prostituirse en la Bahnhof Zoo. A finales de año Christiane despierta una mañana con su primera crisis de abstinencia y, poco después, también ella comienza a prostituirse para poder conseguir su dosis diaria. Durante 1977 intenta desengancharse en diversas ocasiones pero siempre recae. Varios de sus amigos mueren de sobredosis en esa misma época. Ella intenta suicidarse, pero no lo consigue. A finales de ese año su madre la envía a casa de unos familiares, en un pueblo situado a cincuenta kilómetros de Hamburgo, para alejarla de Berlín e intentar que se desenganche definitivamente. Poco después conoce a Hermann y Rieck, que recogen su testimonio en una serie de entrevistas que serán el embrión de Los chicos de la Estación del Zoo.

Christiane termina la educación secundaria y estudia contabilidad, pero abandona el curso antes de graduarse. Mientras Los chicos de la estación del zoo alcanza los primeros puestos en las listas de ventas, la muchacha que ha conmocionado al mundo con su relato permanece en la sombra. En Hamburgo Christiane se rodea de jóvenes artistas y entra a formar parte de la escena punk alemana. Protege su anonimato usando el nombre de Vera, Christiana o Christiane X. Durante dos años comparte apartamento con Klaus Maeck (quien recientemente ha producido varios filmes de Fatih Akin) y Alexander Hacke (futuro miembro de Einstürzende Neubaten). Con este último comienza una relación y funda el grupo Sentimentale Jugend. La pareja actúa conjuntamente en Decoder (Muscha, 1984), un filme underground de ciencia ficción escrito y producido por Maeck e inspirado en el imaginario de William S. Burroughs (que aparece en el filme realizando un breve cameo). Esta es la segunda incursión de Christiane en el cine tras Neonstadt (VV.AA., 1982), un filme dividido en cinco episodios dirigidos por jóvenes directores alemanes recién graduados en la Escuela de Cine de Múnich.

El éxito de la novela permitió a Christiane vivir sin demasiadas preocupaciones financieras, pero durante el rodaje del filme dirigido por Edel fue convocada como consultora ejecutiva y entonces se desveló su identidad. Idolatrada por miles de adolescentes, convertida en un icono generacional, su figura se convirtió en carne de cañón para la prensa sensacionalista, atenta siempre a sus pasos y a cualquier indicio de una nueva recaída. Christiane comenzó a viajar y a codearse con la élite cultural europea. A los veintiún años de edad volvió a consumir de nuevo heroína y en 1985 fue detenida por la policía. En una entrevista de esa época Christiane confesó que su sueño musical era grabar con David Bowie: “Tuve la suerte de conocerlo en Lausanne durante la première de Christiane F. y entre nosotros nació una amistad instantánea. Después, cuando él volvió a actuar en Berlín, nos reencontramos. Sería inútil esconder que todavía estoy fascinada por él, es una persona excepcional” (11).

En 1987 Christiane viajó a Grecia, donde comenzó una relación que duraría seis años. Sus problemas con la heroína persistían y el consumo ocasional pronto pasó a regularizarse. Su novio fue detenido en varias ocasiones, ingresó en prisión y Christiane decidió terminar la relación y volver a Berlín. En 1995 comenzó un tratamiento con metadona, al año siguiente se quedó embarazada y dio a luz a un niño. En 2008 se trasladó con su hijo y su pareja a Ámsterdam pero, durante una visita a Berlín, las autoridades le retiraron temporalmente la custodia de su hijo alegando que había vuelto a consumir y no estaba en condiciones de hacerse cargo de él. En 1980, poco después de la publicación de Los niños de la Estación del Zoo, cuando Christiane vivía todavía en el anonimato y llevaba dos años sin consumir, concedió una franca entrevista en la que le preguntaron si creía que su relato podía motivar a un adicto para abandonar las drogas. Esta fue su respuesta: “No existe en el mundo ningún libro que pueda alejar a un adicto de la aguja. Pero me haría feliz que la novela contribuyese a que algunos jamás comenzasen. Además de eso, para mí era importante que todas las personas que pensaban que los toxicómanos éramos escoria tuviesen una opinión distinta de nosotros” (12).

 

© Cristina Álvarez López, noviembre 2010

 

(1) K. HERMANN y H. RIECK: Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, Stern-Bücher im Verlag Gruner + Jahr AG & Co, Hamburg, 1980 . La traducción es nuestra y se ha realizado a partir de la edición italiana.

(2) Ibídem.

(3) Ibídem.

(4) Ibídem.

(5) A mediados de los setenta Bowie se instaló en Berlín junto a Iggy Pop para tratar de vencer sus problemas con las drogas. Algunos de estos álbumes fueron grabados o remezclados en los estudios Hansa de Berlín Occidental, muy cerca de los lugares por donde se movía Christiane en aquella época.

(6) Ver nota 1.

(7) El Árbol de la Vida es uno de los principales símbolos cabalísticos y constituye un modelo de cosmología para representar la Creación; está compuesto por veintidós senderos y diez esferas (o sefirots) de las cuales la primera y más mundana es el Malkuth y la última y más elevada, el Kether. El viaje descrito por Bowie (“One magical movement from Kether to Malkuth -“Un movimiento mágico de Kether a Malkuth-”) es lo que, en la cábala hermética (fuertemente influenciada por el ocultista Alesteir Crowley), se considera el camino del hechicero: un viaje por el Árbol de la Vida realizado en el sentido inverso.

(8) Sin embargo, la referencia contenida en Station to Station (“It’s not the side effects of the cocaine, I’m thinking that it must be love -No son los efectos secundarios de la cocaína, creo que debe ser amor-”) puede considerarse también una alusión velada a la heroína: en una inyección que combine las dos sustancias los efectos de la cocaína aparecen primero, seguidos de los de la heroína que eliminan la ansiedad provocada por la primera. La adicción de Bowie a la cocaína es muy conocida pero también es bien sabido que, por lo menos ocasionalmente y durante algún tiempo, el músico consumió heroína.

(9) La más objetable de estas licencias es la siguiente: en el filme, cuando Christiane se inyecta por primera vez, pide ayuda a un toxicómano que encuentra en los baños. Tiempo después, cuando ella ya se ha convertido en una adicta, el mismo hombre que la ayudó la asalta en los baños y le roba la inyección con su dosis. En la novela, en cambio, pese a que estos dos sucesos tienen lugar no están protagonizados por la misma persona.

(10) Solo la actriz protagonista, Natja Brunckhorst, que aparecería en Querelle (R. W. Fassbinder, 1982) al año siguiente, desarrolló una carrera en el cine y la televisión.

(11) Entrevista realizada por Ludovico Cortese. La traducción es nuestra.

(12) Entrevista realizada por Ulrike von Sobbe para Playboy (Alemania). La traducción es nuestra.