Cine filipino: Imburnal / Engkwentro

El país de los muertos

 

El cine filipino sigue sorprendiendo. A lo largo de esta década han aparecido varios cineastas que han despertado el interés de un amplio espectro de la crítica: Brillante Mendoza en la más inmediata, Raya Martin en la más exigente y el veterano Lav Díaz en la más extrema. Los planos largos y la deriva narrativa son sus rasgos más superficiales. El ataque a las instituciones, símbolos y modelo económico del país, las más profundas. También la necesidad de desvelar una Historia, la del país, que se mantiene oculta, sepultada, por su avance económico, especialmente en la década de los noventa.

Estos directores (los tres citados y otros que conocemos de manera más superficial) miran desde la distancia a aquellos pioneros que situaron, en los años setenta, al cine filipino en el mapa del mundo del cine. La generación de los Lino Brocka, Ishmail Bernal o Mario O’Hara no tuvo continuidad. Los directores que hemos descubierto en esta década han decidido emprender otro camino, siempre más atentos a lo estructural, a aquello que se esconde tras las imágenes. Y es comprensible, porque difícilmente podrían acercarse al melodrama de la forma en la que lo hizo Brocka, sintiendo tan intensamente a sus personajes. No hubo nadie igual a Brocka. Pero hoy en día, el director filipino tiene que enfrentarse a una coyuntura marcada por el triunfo de una naciente industria de melodramas y cintas softcore que ha encontrado su filón en el mercado doméstico a través del vídeoCD y el DVD.

A medio camino entre la generación de Brocka (apegado a la víctima de una sociedad y un mundo marcado por la pobreza y la violencia) y la de Raya Martin (aunque a esta no podemos llamarla generación), llega una nueva ola de cineastas que apenas sobrepasa los 20 años. La avanzadilla nos llega con dos películas: Imburnal, de Sherad Anthony Sanchez, y Engkwentro, de Pepe Diokno. La primera sorprendió en el BAFICI de este año; la segunda triunfó en Venecia 2009, en la sección Orizzonti. Batiendo todos los récords de precocidad, Sanchez y Diokno sorprenden por la disciplina formal que muestran en sus películas. Eso sí, cada uno a su manera. Imburnal es una obra de tres horas y cuarto en la que únicamente hay planos fijos y Engkwentro es una frenética cinta de acción de únicamente sesenta minutos, pero realizada en apenas cinco o seis planos, en los que el director sigue obsesivamente a sus protagonistas por los suburbios de Quezon City, ciudad en cuyos arrabales también se ubica Imburnal.

Es posible que el espectador que quede maravillado por Imburnal reniegue de Engkwentro. La primera es una película dedicada a la contemplación, a la mirada reposada de los cuerpos y los elementos. Figuras inertes en ambos casos: cuerpos jóvenes sin apenas movimiento y el agua sucia que los arrastra. Ambos, el hombre y la naturaleza, condenados a morir. Las estaciones del año y de la vida se suceden ante este filme. Imburnal es una cinta realmente exigente. Hemos visto muchas películas de esa duración, pero pocas con un desarrollo tan mortecino. Aún así, todo esto hace justicia al mundo que representa, tanto que, tras verla, cualquier otra mirada hacia esa situación puede decepcionar, incluso molestar.

Y ese es el primer problema de Engkwentro, que agarra las imágenes de Imburnal y las agita. Cautiva desde la acción y no desde la contemplación. Se pega a la espalda de sus antihéroes y filma todo en primer plano, sin complejos, asesinatos incluidos, hechos que se omitían en la película de Sanchez. Diokno se entrega con ingenuidad a una trama ya de por sí muy blanda: una pareja de amantes que sueña con huir, con dejar atrás su desdichada vida, como la inocente pareja de Manila en las garras del neón (Maynila: Sa mga kuko ng liwanag, Lino Brocka, 1975). En esta vorágine de acción y violencia, Diokno encuentra también momentos de pausa. Especialmente bello aquel en el que uno de los protagonistas se queda mirando la luna reflejada en el agua. La cámara abandona al personaje, como si a través de su mirada estuviera siguiendo su espíritu, del reflejo de la luna al cielo. Cuando regresamos a la Tierra, ha pasado el tiempo, una bella forma de realizar una elipsis. También ha cambiado el plano. En un filme que tiene únicamente cinco o seis planos, cada vez que se produce un corte de la escena, es algo épico, como ocurría cuando finalizaba el primer plano de Spiritual Voices (Dukhovnye golosa. Iz dnevnikov voyny. Povestvovanie v pyati chastyakh, Aleksandr Sokurov, 1995). Ambos trabajos filipinos comparten esta construcción épica de las películas.

Pueden entenderse como dos miradas antagónicas. La quietud de uno frente al movimiento frenético de otro. Lo metafórico contra lo inmediato. Sin embargo, tras ver ambas, la sensación es que son extremidades de un mismo cuerpo. Han utilizado medios diferentes para abrazar una misma idea. Una mirada triste y sin esperanza hacia la juventud de su país, atrapada en un mundo violento. Los jóvenes de Imburnal se reúnen para beber, drogarse y follar, los niños van al sumidero, que utilizan como lugar de reunión, incluso como tobogán y como piscina. Poco a poco, se suceden las muertes. ¿Asesinato o suicidio? No importa. En Engkwentro, los adolescentes protagonistas tratan de rebelarse contra este destino, como poseídos por el frenesí que les atribuye la nerviosa cámara del director. Son luchadores. Luchan por huir de ese mundo. O bien por convertirse en los dueños del lugar. Su destino será, sin embargo, el mismo que el de sus compañeros de Imburnal.

Se conoce como “escuadrones de la muerte” a unos grupos paramilitares (supuestamente) creados por el gobierno filipino para realizar ejecuciones sistemáticas en nombre del orden y la seguridad. Pronto se convirtieron en unidades autogestionadas que buscan entre sus posibles víctimas a los nuevos miembros de los escuadrones. Para un joven que nace en un barrio pobre de una ciudad filipina, el único instrumento de promoción social que conocerá será la violencia y el asesinato. En este contexto se mueven ambas películas, más evidente en Engkwentro, más velado en Imburnal. Pero tanto una como otra muestran sin pudor su actualidad, también su vocación política. Al revés que los ejercicios de Raya Martin, más intelectuales, más laberínticos. Asimismo, las películas de estos dos jovencísimos directores poseen una ingenuidad juvenil que los aleja de la excesiva gravedad de la mirada de Brillante Mendoza.

Son películas imperfectas, puede que debido a su insultante juventud. Diokno muestra una violencia excesivamente gráfica, puede que incluso sensacionalista. Los momentos más cuestionables de Imburnal son aquellos en los que suena de fondo una balada autóctona. Un recurso excesivamente complaciente pero que, en cierta manera, revela la vocación amateur, incluso popular, de ambos cineastas, que de todas formas ya han demostrado sobradamente su compromiso ético y estético con el mundo que representan en sus películas.

 

© Miguel Blanco Hortas Noviembre 2010