Festival de Gijón 2017

Luz de noviembre en Gijón

 

Eugène Green, en el Festival Internacional de Gijón

Los partes meteorológicos han empezado a anunciar la llegada del frío polar, y nosotros lo hemos podido constatar en nuestras carnes. Sin embargo, hace apenas unos días pasábamos calor en Asturias, cuyo cielo apenas osó encapotarse, durante la celebración del 55 Festival Internacional de Cine de Gijón. Este ha sido el primero que dirige Alejandro Díaz, que tomó las riendas el pasado mes de marzo tras el extraño hiato que supusieron los años Carballo. Del legado de Nacho Carballo, el Festival ha conservado su sección estrella, Animaficx, pero basta con echar un vistazo a algunos de los nombres que componen la sección oficial para percibir el cambio de dirección del certamen: sin ir más lejos, el premio a Mejor Película se lo llevó Eugène Green, que trajo a Gijón en premiere mundial En attendant les barbares , su última película, un experimento surgido de un taller para actores que el cineasta impartió la pasada primavera en Toulouse. Ya no tuvimos aquellas sesiones purificadoras de cine experimental en la Colegiata, pero pudimos descubrir la obra de la artista visual austriaca Valie Export, a la que se dedicaba una retrospectiva. También tomamos caldos de marisco a toda velocidad. Y, por supuesto, nos dejamos seducir por las revitalizadas propuestas de ocio nocturno que se concentraban en un antro llamado Memphis y en su reverso subterráneo y decadente, el karaoke latino El Vinilo. Cierta madrugada, en el Memphis, Lisandro Alonso y Tesa Arranz, corista del grupo Los Zombies y uno de los rostros icónicos de la Movida Madrileña, se marcaron un striptease. Arranz protagoniza Aliens, el último cortometraje de López Carrasco. Debo decir que esta anécdota me la contaron, yo no estuve ahí.

Dejen aquí sus aparatos electrónicos

Sí que vi En attendant les barbares, el filme de Eugène Green, y aunque la percibí más bien como una anécdota en su filmografía, la perspectiva que da el paso de los días me hace verla como una hermosa síntesis del cine y de las inquietudes de su realizador. Una vez nos ha ubicado en Toulouse y nos ha presentado a sus alumnos por medio de una sucesión de fotografías, Green les pide a sus personajes, guiñándonos el ojo también a nosotros, que dejen sus teléfonos móviles y demás aparatos electrónicos a la entrada, porque la liturgia de la que van a participar no admite interferencias del siglo XXI. Para el cineasta, la voz humana puede resucitar a los muertos o, si más no, proyectarlos en nuestro incierto presente. El grueso de su película, una vez nos ha presentado a los personajes y sus conflictos, consiste en la representación de un fragmento de una pieza teatral del siglo XII, que los actores ejecutan, en verso, sin nada más que su voz y sus gestos. Todo ello, aderezado con la ironía humanista que suele gastar el autor de La sapienza (2014), y si bien es cierto que esta es una película menor de Green, también lo es que, en estos tiempos de sobredosis (des)informativa, reconforta saber que el cineasta neoyorquino afincado en Francia sigue ahí, haciendo del rostro humano y de su facultad de hablar su estandarte de resistencia.

En attendant les barbares, de Eugène Green

La voz

De las piezas que pude ver de Valie Export, puede que la que me resultara más emocionante fuera I turn over the pictures of my voice in my head (2008), un corto de doce minutos que, de hecho, puede verse como un contraplano a los rostros de las películas de Eugène Green. En 2008, con la ayuda de un laringoscopio, la artista austríaca filmó sus propias cuerdas vocales durante doce minutos. Sobre esas imágenes, que son intrínsecamente humanas y al mismo tiempo se nos antojan extrañas al no estar familiarizados con el interior de nuestro cuerpo, se superpone la voz de la propia Valie Export. En clave poética, reflexiona sobre la misma facultad de hablar que Green venera, sobre cómo el lenguaje deviene sonido, y ese sonido nos hace perceptibles frente al Otro, nos habilita para gritar, para definirnos y señalar a los bárbaros, con todas las limitaciones que ese acto conlleva. La obra de Export, que merecería un comentario más amplio del que permite esta crónica del FICX, reflexiona, desde una perspectiva de género, sobre cómo, en tanto que cuerpos humanos en el espacio, estamos constantemente constreñidos por una serie de pautas y construcciones culturales y, no solo eso, sino que cada vez estamos más monitorizados.

Siempre nos quedará Godard

Cuando leáis estas líneas ya se habrá estrenado en algunos cines Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine (Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma, 1986), una película que Jean-Luc Godard rodó en 1986 para la televisión francesa. Dice Caroline Champetier, que fue directora de fotografía del filme y ha supervisado la restauración, que era preciso, a modo de respuesta, llevar un Godard a los cines el mismo año que Michel Hazanavicius ha estrenado Mal genio (Le redoutable), esa triste comedia bufa que se mofa sin gracia del director franco-suizo. Grandeza y decadencia fue una película de resistencia entonces, cuando el sector privado empezaba a ganar la batalla de las televisiones, y lo sigue siendo hoy: puede resultar paradójico, pero es más que probable que, aun siendo un trabajo para el medio televisivo, sea la propuesta más estimulante, a nivel de explorar y retorcer el lenguaje audiovisual, que podrá verse estos días en la cartelera. Trata sobre una productora en apuros económicos, que organiza un casting, pero diría que explicar aquí el argumento no tiene mucho sentido. Corred a verla: es un estupendo refugio para guarecerse de los bárbaros durante hora y media.

Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine, de Jean-Luc Godard

Ardilla

La última vez que vi a mi amigo Paco me habló maravillas de La resistencia íntima, un ensayo del filósofo Josep Maria Esquirol, protagonista del cortometraje Improvisaciones de una ardilla, de Virginia García del Pino. Y no ha sido hasta el momento en el que escribo esto que he conectado el libro editado por Acantilado con esa voz que comenta una serie de planos tomados en actos políticos. Si antes decíamos que cada vez estamos más monitorizados, podemos decir también, escuchando a Esquirol, que cada vez estamos más sometidos a la dictadura de las pantallas, que tienen que actualizar constantemente la “información”. De ahí que tomar asiento en un tren, si eres un personaje público, se haya convertido en un evento en toda regla, del que podrán extraerse imágenes o frases convertibles en titulares. En una de las primeras tomas, Esquirol se fija en el rostro preocupado de un anónimo asistente a un acto, y luego, al serle mostrados más rostros en otra toma, se refiere a ellos como “gente humilde”; parecería que, en última instancia, tras todos los filtros, basta con asomarse y detenerse durante algunos segundos en la expresión de una cara, en sus gestos, para encontrar algo de honestidad.

Oscuridad

Los protagonistas de Quiero lo eterno parecen prisioneros de una especie de indefinición vital que les apresa, entre las pantallas de sus teléfonos móviles y la oscuridad circundante: tanto la que los enclaustra durante la mayor parte del filme de Miguel Ángel Blanca como la referida a sus inciertas esperanzas de futuro. Si la estrategia de Valie Export consiste en resignificarse en un mundo en el que los significados ya vienen dados, estos muchachos de la zona alta de Barcelona a lo que se dedican es a celebrar a su manera la agonía del significado: uno de ellos bromea en tono monocorde con asesinar a prostitutas mientras habla con su madre por teléfono y otra narra, más adelante, cómo estuvo a punto de dejar morir a su hermano pequeño. Y nosotros, violentados por el pesadillesco diseño visual y sonoro del filme, nos preguntamos hasta qué punto bromean. Mientras esta pandilla nos ilustra en su idea de la diversión, otros dos tipos deambulan por lugares abandonados grabando sonidos con intenciones que no son del todo claras. Blanca construye un artefacto inquietante, desconcertante, que llegó más o menos y de formas distintas según a quién le preguntaras durante el festival, pero lo que no se le puede negar es que fue una de las películas que más conversaciones propició, al menos en los corrillos de críticos.

Quiero lo eterno, de Miguel Ángel Blanca

Canción triste de un no-lugar

En Nocturno: fantasmas de mar en puerto las pantallas de las tablets y los teléfonos móviles permiten a los habitantes del barco pesquero que filma Alvaro F. Pulpeiro acariciar la idea de una patria, de un lugar al que volver y con el que soñar. La bandera uruguaya ondea sobre el puerto en el que está atracado este barco gallego, a la espera de emprender el viaje de regreso, y en su interior convive una diáspora de trabajadores a los que Pulpeiro filma, como si dijéramos, de fantasma a fantasma, sabiendo que tanto su posición en el espacio como la de ellos variará en breve, ya que no pertenecen a ese lugar. Y el director aspira a mostrarlos antes como seres sintientes en busca de una superficie que los arrope que como personajes de una historia. Tiene algo de historia soñada esta concatenación de imágenes, algunas de ellas hermosas, que a veces parecen unidas por un hilo muy fino, tan fino que es fácil perderse, como quien forcejea contra las olas o explora otro cuerpo humano.

“Todo va a salir bien”

Si la película de Álvaro F. Pulpeiro trata sobre personas que están lejos de casa y se aferran a frías pantallas para no sentirse extraviados, lo que les ocurre a los personajes de Pour le réconfort es que les resulta un sacrificio indecible compartir el espacio. Una incomodidad que Vincent Macaigne, el director de la película, agrava utilizando un encuadre cuadrado (1.33:1). El filme trata sobre dos hermanos, de familia pudiente, que regresan a Francia desde el extranjero para asumir las deudas de la hacienda familiar, reencontrándose allí con unos amigos de infancia, de orígenes más modestos, con los que enseguida surgirán tensiones. Aunque, de buenas a primeras, ningún personaje de esta agria tragicomedia parece merecer nuestra simpatía, lo interesante es cómo Macaigne pone en escena las rencillas y las diferencias de clase mediante la ubicación de los actores en el plano. Esta es una película en la que las miradas de los personajes rara vez parecen encontrarse, le hablan al otro pero parece que hablen para sí mismos, y por esa razón, cuando hacia el final asistimos a una mirada compartida de piedad entre los dos hermanos tenemos la sensación de estar presenciando algo bello e inaudito. Uno de ellos le dice al otro que todo va a salir bien. Macaigne cierra su película estrujando literalmente a uno de sus personajes, cerrando lentamente el plano sobre sí mismo como si se tratara de una mazmorra de alguna película de aventuras.

Pour le réconfort, de Vincent Macaigne

Película de aventuras 1

No conseguí conectar demasiado con los quebraderos de cabeza del cineasta Ismael Vuillard (Mathieu Amalric) en Los fantasmas de Ismael (Les fantômes d’Ismael), el último largometraje de Arnaud Desplechin. Pero pensando luego en ella, en su ritmo despendolado, febril, diríase producto de una sobredosis de las pastillas que el personaje de Amalric zarandea en primer plano en un momento del filme, no puedo negar que hay algo vivo en esa superposición de capas y fantasmas que aparecen y desaparecen alrededor de Ismael. Es una película sobre personas superadas sobre el peso de los recuerdos, que se derraman y se hacen carne a su alrededor, y cuando, al final de la misma, aparece Charlotte Gainsbourg para contarnos, como en los cuentos, lo que les ocurrió a los personajes, es dable entender que estamos ante un divertimento, una celebración de la capacidad del cine para confundirnos y perdernos en laberintos.

Película de aventuras 2

También la energía contagiosa que desprende el primer tramo de How to talk to girls at parties, de John Cameron Mitchell, presagia aventuras: cuando eres un adolescente y corre el año 1977 en el Reino Unido, con el fenómeno del punk recién eclosionado, es comprensible pensar que la vida, la noche, es una aventura en sí misma. Películas juveniles hay muchas, y también se han hecho películas sobre esa época, pero hay algo definitivamente honesto, auténtico, cercano, en la forma que tiene Cameron Mitchell de filmar a sus protagonistas. El meollo del filme empieza cuando estos tres chavales se introducen en una mansión en la que unos desinhibidos alienígenas están celebrando una fiesta, y ese choque de culturas se desarrolla ante nuestros ojos con una inmediatez casi etnográfica. Los mejores momentos de la nueva película del director de Shortbus (2006) están en su primera parte, en la incursión en la fiesta y el posterior enamoramiento entre Enn (Alex Sharp) y la alienígena Zan (Elle Fanning), a los que veremos descubrirse el uno al otro. Luego hay un concierto alucinante —uso las palabras que emplearían quienes asistieron al bolo— y el resto, la resolución de la trama de los alienígenas, es algo ñoño. Pero paga la pena el viaje: es bonito ver, al final de la película, los paisajes ahora vacíos en los que Zan y Enn descubrieron el amor.

How to talk to girls at parties, de John Cameron Mitchell

Película de aventuras 3

Aunque la película de ciencia-ficción del festival, y una de las experiencias audiovisuales más gratas que este cronista pudo contemplar allí, fue World of Tomorrow Episode Two: The Burden of Other’s People Thoughts, el cortometraje con el que el animador californiano Don Hertzfeldt continúa explorando el mundo del mañana, tras su corto de 2015. Es difícil condensar en un párrafo el despliegue de imaginación e ideas de esta golosina visual en la que una niña es visitada desde el futuro por algo así como una copia de seguridad defectuosa de un clon suyo, que ha sentido la acuciante necesidad de volver al origen ante la amalgama de recuerdos que tiene almacenada, sin saber exactamente de dónde han salido. Las dos emprenden un delirante viaje a los confines del tiempo y del espacio, en el que las acompañarán otros clones, y del que Emily, nuestra pequeña protagonista, regresará con la firme intención de seguir a lo suyo, de terminar el dibujo que tiene entre manos sin dejarse avasallar por ese futuro hipertecnológico y sobrecargado de información que, en realidad, ya está prácticamente aquí.

El Otro Lugar

Tanto las ilustraciones y los escritos a máquina que se suceden en la pantalla como la voz disparada hacia el infinito de Tesa Arranz en Aliens, el último trabajo de Luis López Carrasco tras El futuro (2013), nos hacen pensar en El Otro Lugar. Este quizá no está en el futuro sino en el pasado, en el vídeo de Los Zombies con el que termina el corto. En un pasado que, a los que éramos todavía unos recién llegados a este planeta, no nos queda más remedio que evocar. Este breve y estupendo retrato oral de la corista de Los Zombies se basta y se sobra con la nada acomplejada narración de Arranz, montada sobre las ya mencionadas ilustraciones, los poemas y los extractos de cartas y libros. Tesa, que despacha en un par de minutos a toda una generación, lo tiene claro: que se la lleve la muerte o un platillo volante. Cuanto antes.

Aliens, de Luis López Carrasco

Oops, I did it again

Este último título podría hacer referencia al destrozo que cierto periodista y un servidor hicieron del tema homónimo de Britney Spears una de las noches que pasamos en Gijón, a espaldas del director del certamen, renombrado especialista en esa canción. Pero lo cierto es que me refiero al amor, esa piedra luminosa con la que siempre se vuelve a tropezar, la emoción que guía los pasos y las angustiosas esperas de los personajes de En la playa sola de noche (Bamui haebyun-eoseo honja, Hong Sang-Soo) y Amante por un día (L’amant d’un jour, Philippe Garrel). Dos películas que lo hacen fácil, aunque su aparente fluidez se explique por el dominio por parte de ambos cineastas de la métrica cinematográfica: son películas generosas en rimas y en retornos, en correspondencias, y si hay algo sorprendente es que sea el mayor de estos dos directores, Garrel, quien firme la película más tierna y optimista. “Siempre nos levantamos”, le dice una de las jóvenes protagonistas a la otra, presa del desamor, en la escena que empezará a configurar su relación de amistad. Del gemido al sollozo y del sollozo al gemido, de un compañero de baile a otro, la película de Garrel, de nuevo fotografiada en blanco y negro por el gran Renato Berta, es capaz de despertar nostalgias de esas épocas en las que no podemos evitar sentirnos maravillosamente desgraciados.

Pero si el veterano cineasta francés nos invita a bailar, Hong Sang-soo nos hace rehenes de la morriña de Young-hee (Kim Min-hee), que pasea por Hamburgo y por una villa costera coreana sin poder quitarse de la cabeza al director de cine casado con el que ha tenido un romance. Hong ha estrenado este año nada menos que tres películas -además de esta, Claire’s Camera (La caméra de Claire) y The day after (Geu-hu)-, que no son otra cosa que tres visiones complementarias de su propio affaire con la actriz que las protagoniza, Kim Min-hee. La que vimos en Gijón está narrada desde el punto de vista de ella, y baste decir que es una de las películas más melancólicas de su director. Las muchachas de Amante por un día se entregan al baile, mientras que En la playa sola de noche es prácticamente el ensueño triste de una mujer que espera, recostada en la arena. La misma facilidad de palabra que caracteriza a los personajes de Hong, sobre todo cuando se sientan alrededor de una mesa en la que se sirve comida y bebida, lleva a Young-hee a declarar que, si no es apta para el amor, quizá tan solo le quede esperar la muerte con dignidad. Y aunque quien esto escribe, piensa o quiere creer que no hay nadie que no sea potencialmente apto para el amor, lo cierto es que hay pocas sensaciones tan desgarradoras como el querer abrazar a alguien y que el otro lado de la cama esté vacío.

En la playa sola de noche, de Hong Sang-soo

 

© Toni Junyent, diciembre de 2017