Flujos de la melancolía

Secreto tras la puerta

 

“Quien quiera verlas deberá sumergirse en las profundidades, en los abismos, por lo menos de la hermenéutica”

(Carlos Losilla, Flujos de la melancolía, 2011) 

I. En Flujos de la melancolía son convocados dos momentos muy precisos de Histoire(s) du cinéma (Jean-Luc Godard, 1989-1998) e Inland Empire (David Lynch, 2006). Apenas unos minutos del metraje de cada uno de estos filmes. Elogio del fragmento: se necesita una gran pasión analítica para levantar todo un libro a partir de tan pocas imágenes. Pero no se trata solo de eso porque, incluso en su vertiente analítica, Flujos de la melancolía es mucho más que un libro de análisis: Carlos Losilla no se conforma con congelar eternamente el momento, con descomponer la imagen hasta dejarla muerta, sino que después de haberla detenido por un instante (en ocasiones durante páginas enteras), la libera y la devuelve a su cauce para que, transformada, siga su curso.

En este libro el estudio pormenorizado de un par de momentos del cine reciente se convierte en un resorte que acciona el cambio de perspectiva que nos transporta a otros mundos: el de la melancolía como objeto central de una teoría del cine y el del relato como única posibilidad de incidir en su historia. Estamos ante una obra difícil de encuadrar porque, en sus páginas, estas disciplinas se piensan la una al azote de la otra, convertidas en materia de una narración que no deja de evocar ese conglomerado de imágenes que vuelven obsesivamente a la mente del escritor.

En el primer bloque del libro Losilla procede desencriptando los últimos minutos del capítulo 1b de las Histoire(s) du cinéma, “Una historia sola”. El autor no solo indaga en las referencias más o menos explícitas que aparecen en este fragmento de la obra de Godard, sino que también recurre a todo un arsenal de “herramientas de pensamiento” para descifrar el sentido último de esos planos. La presencia más importante en esta primera parte del libro es la de Walter Benjamin, de quien Losilla toma su concepto de constelación, con sus flujos y sus instantes detenidos, para explicar el funcionamiento de las Histoire(s) du cinéma y para alumbrar uno de los posibles caminos del historiador contemporáneo, cuyo papel pasaría por dinamitar la Historia del Cine para volver a construirla a partir de múltiples relatos.

En el segundo apartado del libro, el autor desgrana el tramo final de Inland Empire al tiempo que propone un recorrido por la historia de la melancolía que se remonta, sobre todo, a Charles Baudelaire y a Edgar Allan Poe. En los cuentos con nombre de mujer escritos por el último, Losilla encuentra el referente de una serie de películas que se construyen sobre el tópico del hombre fascinado por la imagen de una mujer. A partir de esta figura del doble como excedente creado por la obsesión masculina, comienza a cobrar forma la idea de una melancolía que adquirirá su carácter de flujo gracias a Freud. Una melancolía que, en el filme de Lynch, encontrará su representación definitiva en el personaje “de la chica que llora, pero también mira, y con su mirada llorosa descubre que la melancolía ha estado siempre tras las imágenes cambiantes del cine” (1).

Análisis. Historia. Teoría. Podríamos detenernos aquí y Flujos de la melancolía ya sería una gran hazaña por el modo en que trabaja con estas materias, por el atrevimiento con que las hace interactuar y retroalimentarse, por el modo en que las problematiza. Podríamos detenernos aquí y estaríamos ante un logro nada desdeñable, pero sería injusto. Porque lo que nos lleva de Walter Benjamin a Jean-Luc Godard o de Edgar Allan Poe a David Lynch es fácil reseñarlo. Quizás tampoco sea precisamente sencillo (habría que pasar muchas veces por las páginas de este libro para aprehender todo el torbellino de relaciones que se establecen en él), pero es evidente y cualquier lector atento y perseverante podría hacerlo. Ahora bien, lo que pone en contacto a Godard con Lynch y, aún más, lo que subyace en la elección de Godard y Lynch, ya no lo es tanto. Y aquí es donde tenemos que empezar a descifrar Flujos de la melancolía del mismo modo en que el autor descifra las imágenes que están en el origen de su libro y le dan forma.

 

II. No deberíamos desestimar nunca el peso y la fuerza de las obsesiones. Algunas imágenes. De hecho, así es como empezó este texto: con algunas imágenes que nos obsesionan. En su introducción, Losilla expone brevemente lo siguiente: “No se trata tampoco de dos análisis, o no solo de eso, sino también de una experiencia contada desde el análisis, del mismo modo que en otros lugares he contado análisis desde la experiencia” (2). Y, en el prólogo, Adrian Martin se pregunta: “¿Cómo puede una mentalidad crítica tan vibrante, tan comprometida verse atrapada por una teoría de la melancolía? ¿Puede esta melancolía relacionarse con la depresión, la inercia, el bloqueo, tanto en términos colectivos como personales e individuales?” (3). Y no es que todo esto esté ausente de las páginas centrales del libro, pero está borrado. O está entre líneas. Y, aunque no se diga (o precisa y más profundamente porque no se dice), Flujos de la melancolía también nos habla de esto: de qué es lo que empuja al escritor a escribir este libro y de la lucha que supone escribir este libro.

“La melancolía es eso: un estado no deseable pero ineludible”, “En nuestra condena está nuestra salvación”, “La melancolía se cura y se transforma gracias a su carácter de flujo” (4)…: podría citar aquí muchos fragmentos en los que la reflexión propiciada por unas imágenes parece confundirse con el propio acto de creación de la obra; momentos de vertiginosa mise en abyme donde el relato de Losilla parece desdoblarse para descubrirnos sus profundidades íntimas; pasajes alegóricos, mensajes encriptados, frases telegramáticas que nos permiten intuir la importancia que este libro tiene para su autor.

Me gusta pensar en esta secuencia donde Laura Dern recorre los pasillos del hotel de Inland Empire como la variante de una imagen hitchcockiana: la del personaje que avanza en trance, absorbido por la cámara, como un autómata o un poseído. En el filme de Lynch, en cambio, la protagonista ya no se desplaza en línea recta sino que cruza puertas y umbrales, avanza sin conocer el camino pero empujada por una llamada interior que le indica cuál debe ser su próximo movimiento. Es la imagen de la tortura y la obsesión redimida por el peso de una misión. Nous sommes tous encore ici.

Flujos de la melancolía se parece mucho a ese pasillo del hotel de Inland Empire. La suya es una travesía retorcida, laberíntica, que avanza a merced de flujos de ideas, contactos entre imágenes, momentos suspendidos y liberados. No se trata de un libro escrito a partir de sus resultados sino que, en él, vemos cómo se despliega, paso a paso, todo un pensamiento, con sus dudas y sus certezas, con sus encuentros inesperados y sus caminos sin salida. Lo que nos queda, al final, es un deseo hecho libro: “una historia siempre in progress que sucede o se revela mientras se escribe” (5), un relato que se construye mientras se piensa… Para volver a empezar.

Pero también: el secreto tras la puerta, los fantasmas de la imagen que esperan a ser rescatados, “la sombra del sentido [de cada plano] que permanece, una y otra vez, en el siguiente” (6).

 

(1) LOSILLA, Carlos: Flujos de la melancolía. De la historia al relato del cine, Ediciones de la Filmoteca, 2011.

(2) Ibíd.

(3) MARTIN, Adrian: “Ese cubismo apocalíptico: Carlos Losilla y el Ángel de la Historia ”, en Flujos de la melancolía. De la historia al relato del cine.

(4) Ver nota 1.

(5) Ibíd.

(6) Ibíd.

 

© Cristina Álvarez López, Enero 2011