Eternamente comprometidos

El tiempo pasa

 

El paso del tiempo es un tema habitual en las películas dirigidas, apadrinadas o unidas de una manera u otra al cine de Apatow, algo que comprende casi la totalidad de comedias americanas de los últimos años. Tenemos su Lío embarazoso (brillante traducción de Knocked Up, 2007), crónica del abandono de la adolescencia y la aceptación de las responsabilidades de un hombre hasta formar una familia. Siguiendo esa línea, Una pareja de tres (Marley & Me, 2008) mejora la aportación de Apatow: una pareja recién casada no se atreve a dar el paso de tener hijos y, para ir probando, compra un perro. El perro es un desastre, pero poco a poco van habituándose a él y ya es un miembro más de la familia; el perro crece, pasan los años, los protagonistas tienen hijos, tienen problemas en el trabajo, se mudan… Y al final el perro muere. Una pareja de tres es tanto una comedia como un drama sobre el imparable avance del tiempo, sobre esos días en que nos miramos al espejo y no nos reconocemos, sobre esos instantes en que recordamos un hecho de nuestro pasado y nos damos cuenta de todos los años que han pasado.

 

Un último ejemplo de este estilo de comedias que enfrentan al hombre contemporáneo a los problemas de la madurez es Separados (The Break-Up, 2006) de Peyton Reed. En ella una pareja al borde del compromiso decide separarse. El problema es que ninguno de los dos quiere abandonar el piso en el que vivían, así que pasan a ser compañeros solteros, aunque ambos tienen la esperanza de que el otro recapacite al verlos disfrutar de su vida sin compromisos. La diferencia sustancial de este film con todos los demás es que la pareja no se vuelve a unir y cada uno termina siguiendo su propio camino, separados. En la escena que cierra la película, los protagonistas, Vince Vaughn y Jennifer Aniston, se encuentran por la calle tiempo después de su ruptura definitiva. Ambos hablan de tonterías y de lo bien que ven al otro. Al final se separan y la cámara alterna entre uno y otro, con la mirada perdida, recordando los momentos felices que vivieron juntos, imaginando cómo sería su vida si continuaran unidos.

Nicholas Stoller fue el guionista de la siguiente película de Reed, la aún mejor Di que sí (Yes Man, 2008), donde el paso del tiempo también tiene su importancia. Stoller y Reed crean todo un ecosistema de ambientes y personajes carismáticos que evolucionan a lo largo de la película, como el jefe del trabajo de Jim Carrey, fan entregado de las películas de Harry Potter, que termina finalmente despedido y teniendo que rehacer su vida. Uno de los rasgos más importantes de la comedia contemporánea son los personajes secundarios, que entran y salen de la historia para mostrar los cambios a lo largo del arco temporal. O personajes que no crees que serán importantes, pero poco a poco van creciendo. Esa es la especialidad de Stoller, cuyo cantante pop Aldous Snow de Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, 2008) terminó alcanzando tanta fama que protagonizó su propia película, Get him to the Greek (2010) o Todo sobre mi desmadre según el humorista que traduce los títulos al castellano. Operación esta que repite ahora Judd Apatow, puesto que su nuevo proyecto, This is 40 (2012), recupera a Pete y Debbie de Lío embarazoso.

Paso de ti, la primera película de Stoller, era ante todo una cuestión de espacio. Escenas de uno contra uno, el diálogo como combate. De ahí la relación que podríamos establecer con Hong Sang-soo, aunque en el director coreano predomina el plano general, el encuadre magnético, mientras que Stoller opta por la dispersión, el contraplano, la alternancia. Por contra, en Eternamente comprometidos (The Five-Year Engagement, 2012) lo predominante es el tiempo; es decir, las escenas de Paso de ti colocadas en una larga línea temporal. Si la anterior era una película condensada en un espacio de tiempo muy corto, en un lugar muy característico (un resort turístico hawaiiano), esta última transcurre a lo largo de cinco años, entre San Francisco y Ann Arbor, entre California y Michigan, prácticamente un coast-to-coast, de Oeste a Este de los EEUU, realizado en sentido inverso al que normalmente protagoniza las películas de los Farrelly (que trato en otro texto de esta misma revista).

Tras el cambio de tono de Get him to the Greek, que era una comedia más loca y desenfrenada, en Eternamente comprometidos vuelve el estilo que caracterizaba a Paso de ti, basada en la conversación larga y distendida, en las confesiones con (o contra) la pareja, los amigos y los familiares. Tenemos a Tom (Jason Segel) y Violet (Emily Blunt). Él le pide matrimonio de una manera muy emocionante. Se van a casar, pero ella es aceptada en un curso de posgrado y Tom le anima a aceptarlo y posponer el enlace. Ambos se mudan a Michigan, con Tom abandonando su prometedora carrera de chef en San Francisco. No es lo habitual en estas comedias, pero aquí es el hombre quien tiene su futuro asegurado y la mujer quien todavía está saliendo de la adolescencia. Pero esa mudanza, ese giro en sus vidas cambiará la situación. Violet se convierte en el sujeto activo, mientras que Tom pasa a tener un trabajo en un restaurante de comida rápida y a volver súbitamente a su adolescencia (convirtiéndose, resumiendo a la ligera, en un cazador borracho vestido de conejo -hay que ver la película para entender esto-). Paralelamente nace, gracias al noviazgo de Tom y Violet, la relación entre Suzie (Alison Brie), hermana díscola de la segunda, y Alex (Chris Pratt), el irresponsable y malhablado mejor amigo del primero. Pero mientras la primera pareja no consigue consolidarse, Suzie y Alex se casan rápidamente y forman una familia, que aparece de cuando en cuando en el relato, cada vez más afianzada y, a la vez, demostrando el fracaso de los protagonistas.

Ninguno de los personajes llega a envejecer. Apenas algún cambio estético en el corte del pelo o la barba. No hay aspiraciones a ganar un Oscar en maquillaje. A propósito de Una pareja de tres, una amiga me dijo que no le había gustado nada, entre otras razones porque, pese a los años transcurridos, Jennifer Aniston seguía igual de bien que el primer día, como si una estrella como ella no pudiera envejecer ante la pantalla. Si bien el ego de la actriz sería una razón para no mostrarla con muchas arrugas, creo que también eso ayuda a esa sensación que señalaba antes, en el que el tiempo avanza sin que nos demos cuenta. Hacia el final de Eternamente comprometidos, Tom y Violet tienen una crisis, y el primero se vuelve a San Francisco, donde inicia una relación con Audrey (Dakota Johnson), una rubia explosiva obsesionada con el aerobic. Pero cuanto más tiempo pasa con ella, más se da cuenta de lo mucho que añora a Violet. Cuando le intenta explicar a Audrey que aún quiere a su antigua prometida, esta reacciona violentamente preguntándole cómo puede dejar escapar a un cuerpo perfecto como el suyo por un saco de arrugas como su antigua novia. Y ahí el espectador se da cuenta del tiempo transcurrido y se empieza a fijar en las marcas de la edad, casi inapreciables, que pueblan el rostro de Violet. En otro momento similar, Tom habla con sus padres durante un desayuno. De manera fortuita descubre cómo sus padres le habían ocultado varias enfermedades y operaciones que habían padecido, mientras esperaban que contrajera matrimonio definitivamente. De nuevo la importancia del secundario que irrumpe en la escena con una importancia que nunca hubiéramos sospechado.

Este gran arco temporal permite a Stoller trascender los límites de la escena. Llevar más allá la propuesta de su anterior Paso de ti. Pero ese viaje de cinco años que emprende le hace dejarse cosas por el camino. La más importante, la dedicación que el director ponía en cada escena en su primera obra. En aquella, Stoller se empapaba de los personajes, de los escenarios y, sobre todo, de las palabras, mientras que en Eternamente comprometidos tiene que sobrevolar sobre ellas. Hacerlas formar parte de un montaje más preocupado del tiempo que de las necesidades de la escena. Aún así, hay momentos a la altura de su opera prima, como las escenas de cama entre Tom y Violet, donde discuten sobre la fecha indefinida de su boda. Ella es ambiciosa en sus estudios y él no quiere hacer que se sienta culpable por hacerle renunciar a su trabajo en San Francisco. Las escenas son con muy poca luz. En una de ellas, Tom posa su cabeza entre los pechos de Violet. No es un gesto erótico ni lascivo. Es más una muestra de confianza, de amor puro. Segel se ve ridículo, con su corpachón acurrucado ante la más bien pequeña Emily Blunt. Él le dice que necesita tiempo en solitario para pensar (debido a una crisis que no desvelaré). Entonces, Violet se levanta, se lleva una de las almohadas de la cama, dispuesta a conceder el deseo a su novio e irse a dormir al sofá, otra perversión más de las películas sobre relaciones amorosas (donde siempre es el hombre el que termina en el sofá). Pero él la mira extrañado y le pregunta qué está haciendo. Ella responde: “me has dicho que necesitabas pensarlo, que necesitabas estar solo”. Y él, quizás incoherente pero en un bello gesto de amor, le dice que solo pero sin separarse de ella, y vuelve a juntarse en la cama.

Son escenas tontas, poco imaginativas, vulgares. Pero por eso mismo cercanas. La película funciona mejor a ese nivel que en todo su tramo final, donde juega a sorprender al espectador, a volver a los personajes demasiado diferentes. Y el triunfo de la nueva comedia americana radica en que esos personajes son parecidos a nosotros. Igual de grises, igual de vulgares. La virtud de este tipo de comedias sentimentales radica, citando de manera apócrifa a Bresson, no en tener buenas imágenes (o buenos diálogos) sino en tener las imágenes justas. Las necesarias para esa vinculación emocional con toda una generación. Y pese a sus errores, Eternamente comprometidos se puede admirar como una pieza más del mosaico que forman todas esas comedias que para muchos de nosotros ya son como recuerdos de nuestras vidas. Es decir, que cada película no es solo un objeto por sí mismo, perfectamente disfrutable, sino también el eslabón de una cadena de imágenes, momentos, ambientes, diálogos, canciones y personajes que podrían ser perfectamente los de nuestras propias vidas.

 

© Miguel Blanco Hortas