Vila do Conde 2012

Tierra de resistencia

 

Pequeña villa romana en el norte de Portugal, fundó su festival hace ya veinte años. Resiste, valiente, los embates de la crisis y mantiene y mejora su programación, que en cada edición la consolida como foco de la vanguardia del cortometraje. Tanto si darán pie al largo como si no, los cortos aquí se muestran como formas autónomas, capaces de revelar en un breve lapso “un repliegue, un secreto, una sospecha” –escribió una vez José Manuel López (1).

Casi familiar, el certamen congrega al núcleo duro de la cinefilia portuguesa, junto a la crítica especializada internacional. Pero aquí no hay alfombra roja, ni photocall, ni ruedas de prensa, y las grandes figuras a las que admiramos pasean por el pueblo tranquilamente sin guardaespaldas, sin una masa de gente apretada contra las vallas para pedirles una foto; aquí la admiración se queda dentro de uno, y como mucho emerge en forma de mirada tímida y fugaz: “Su cine es maravilloso” –les dije en secreto a Thom Andersen, a Olivier Assayas, a Philippe Garrel.

 

I
LUNAR

Dar cuenta de todo lo que acontece en un festival de cortos durante diez días es imposible para el crítico y fatigoso para el lector, así que pido disculpas de antemano si la selección parece arbitraria o si paso por alto los filmes premiados. Me inclino por aquello que me inspira, comparto asociaciones quizá muy libres, y me conformo con que un lector recuerde, en el futuro, algún trabajo del que oyó hablar una vez, cuando aún circulaba solo por las altas esferas.

 

A Região do Norte

Para conmemorar sus veinte años de historia, el festival seleccionó cuatro figuras vinculadas al certamen, para rodar un filme en el norte del país. Esta iniciativa, en la que colaboraron los estudiantes del campus Estaleiro, busca descentralizar las producciones cinematográficas con sede en Lisboa. Brillaron sobre el resto los trabajos de Sergei Loznitsa y Thom Andersen.

O milagre de Santo António es la crónica visual de una fiesta tradicional en una aldea remota de la montaña. Loznitsa demuestra ser un observador enormemente intuitivo, que posa su cámara y espera la sorpresa. Y siempre llega. Un gesto, un instante irrepetible se deja atrapar por la cámara del forastero. Cuando la encuentra, el rostro la escruta desconfiado.

En esa algarabía de animales que llega a la ermita con sus amos para rendir culto a su santo patrón, un cura mediático predica y lanza advertencias al pueblo. Escuchamos la misa a través de una galería solemne de rostros labriegos quemados por el sol, que atiende con devoción a ese profeta descarado. Parece Shirin (2008), de Abbas Kiarostami, vemos a través de los ojos de otros mientras el apocalipsis queda en off. Dos últimos planos miran la aldea desde lo alto, a varios kilómetros. Un mundo entero se concentra en esas pocas casas en medio del valle, y el eco de los cencerros llega todavía desde allá lejos como diciendo “aquí seguirán pasando cosas”.

 

Llegó después Thom Andersen, figura elegante y portentosa. Vivió el festival con cinefilia, fue a casi todas las proyecciones y se sentó cada día en la misma butaca, arriba a la izquierda. Para este proyecto, filmó con admiración la arquitectura de Souto de Moura.

Como hija, hermana y sobrina de arquitectos, a menudo determinadas soluciones de la arquitectura que construyen o estudian me recuerdan al cine: lo que las motiva, su punto de partida, la integración de una parte en un todo, su producción, su materialidad.

Como una realidad que deviene ficción, Souto de Moura parte de elementos del pasado –una ruina, una huella que revela una verdad pretérita– y construye con la conciencia de que él ha llegado después. “Si no hay nada allí, creo una preexistencia: planto un árbol, coloco una piedra”. Reconversão agrupa toda su filosofía en unas pocas obras. La voz que las describe ya no es lánguida y escéptica, como en Los Angeles Plays Itself (2003), sino firme, convencida de estar transmitiendo un pensamiento brillante.

Al principio le encontré cierta rigidez estructural, pues se compone de férreos capítulos que le quitan algo de aire al conjunto; sin embargo, a medida que pasan los días me va resultando coherente con las construcciones que filma, edificadas piedra a piedra sobre cimientos inamovibles.

 

Experimentos encontrados


Es un gesto muy repetido en la historia del cine, la mujer que se da la vuelta de pronto y se dirige a la ventana. Ese movimiento brusco, que suele dejar a otra persona en el contraplano, sugiere dolor y resignación, y surge como una reacción natural para ocultar las lágrimas.

En Confessions With an Open Curtain, Eli Cortiñas agrupa varios de esos acercamientos a la ventana. La cortina simula un teatro, con sus actrices a punto de salir a escena, o un confesionario al que acuden a revelar sus dudas. Pero nunca les veremos el rostro. Solo oiremos sus voces, voluntariamente desligadas de la imagen, como ecos fantasmales que flotan sobre los salones.

Me da la sensación de que esa huida repentina hacia la ventana, tanto para ver lo que hay fuera como para cerrar los ojos a lo que acontece, es un gesto antiguo que ha desaparecido de la modernidad, como ciertas formas de caminar, de detenerse en seco para mirar al otro, de levantarse de un sillón dando casi una vuelta completa, abriendo el vuelo del vestido.

Voces antiguas, de un cine extinguido, aparecen en Hollywood Movie, de Volker Schreiner, una de las favoritas del festival. Ametralladora de palabras y gestos descontextualizados reconstruyen un texto de Nam June Paik. Un brillantísimo ejercicio de apropiación y compilación que sugiere la elocuencia de una imagen o de su silencio.

Otro gran hallazgo de la sección experimental fue Postface, de Frédéric Moffet, que inspirado por el accidente que desfiguró el rostro de Montgomery Clift, opta por deconstruir sus apariciones en pantalla. Podría tratarse de una señal de vídeo dañada, o de una mala compresión digital, sin embargo, el destino fatal con que se topó la estrella hace que el mismo efecto sugiera, en su lugar, a un fantasma mutilado.

 

Por el camino de Tsai

 

“El monje Virila salió al jardín a escuchar el canto de los pájaros.

Pasó largo rato embelesado con tanta belleza y cuando volvió

al convento descubrió que habían pasado trescientos años”.

(Leyenda)

 

Tsai Ming Liang filma un grito mudo en medio del caos urbano. Por las calles de Hong Kong camina, casi sin moverse, un monje. Avanza apenas mientras el ritmo de la ciudad devora el tiempo, consumiéndolo todo. Un desafío asceta al devenir, mancha móvil fascinante dueña de su propio espacio.

Walker se sitúa en la línea de los trabajos que Tsai realizó para galerías y museos, pero aquí la caja negra se erige como la gran alternativa para frenar el tiempo de veras, rompiendo la visión errante con que la veríamos en el cubo blanco, y llevando esta pieza a su máxima expresión.

 

Inter + Nacional

João Pedro Rodrigues presentó Manhã de Santo António. Cuando la ciudad despierta y comienza poco a poco el ritual que la pone en marcha, un grupo de jóvenes camina pesadamente hacia su propia destrucción. Una encrucijada en el asfalto, eco de un eclipse antoniniano, no da opción a la duda; avanzan arrastrando los pies hacia un futuro alienado. Algunos se desploman por el camino, otros vomitan en la calzada (2). Como si viésemos a los trabajadores de Tiempos Modernos saliendo del metro a ralentí, como si desde Metrópolis nada hubiera cambiado.

También de Portugal, la mágica historia de João Nicolau. O dom das lágrimas se emparenta con la extraña familia del último Oliveira, el de Singularidades… y …Angélica. Comienza como un filme rural y deviene un cuento de princesas, donde el caballero busca a su Rapunzel en un centro comercial.

Nicolas Provost en la internacional; Moving Stories fue una visión emocionante. Son, sencillamente, las imágenes de un avión surcando el cielo, pero su sonido, casi cósmico, hace del avión una bellísima y perfecta obra de ingeniería suspendida en el aire. La voz en off de dos pasajeros que viajan a bordo se pregunta por el futuro. Fue tan mágico como inconcebible fuera de un cine.

 

Enjoy the unusual(3)

En el catálogo del festival, un texto de Mike Hoolboom introduce así la figura de Robert Todd: “Lo conocí cuando aún andaba en el blanco y negro, en un diner del Festival Ann Harbour. Había alguna cosa en su cara que parecía seductoramente inacabada, esculpida a partir de un ladrillo típicamente americano, que era suave en todos los puntos donde un rostro debe ser rígido. Era una cara que decía que sí, incluso a los desconocidos. Especialmente a los desconocidos”.

Transcribo el párrafo completo porque me parece una preciosa primera impresión y porque además es cierto de principio a fin. Robert Todd llegó a Vila do Conde para presentar sus películas pero, sobre todo, buscando una conversación; su forma de mirar es realmente una invitación.

Tuve la suerte de hablar con él un buen rato, cuando yo estaba a punto de salir del hotel para volver a casa. Tenía algo de prisa y me daba rabia tener que decírselo, así que no dije nada, me quedé allí hablando durante media hora y casi pierdo el autobús. Hablamos de sus películas.

Todd percibe la lente como un ojo/herramienta que le acerca a la realidad, como si esta solo cobrara vida a través del objetivo, o como si este diese lugar a una realidad aumentada y mágica; la cámara crea una comunión entre el cineasta y su entorno. Fascinante y poético, su cine establece un discurso existencial con la naturaleza y los elementos que lo emparenta con un Artavazd Pelechian.

A veces aleatorias, sus imágenes recurren a los mismos motivos una y otra vez: ventanas, marcos, flores, corrientes de agua y, sobre todo, las ramas desnudas de los árboles, filmadas como si fueran las venas y arterias de todo un corpus fílmico.

La banda Evols sonorizó una noche parte de su retrospectiva en un cine-concierto alucinante. Si como decía Peter Kubelka, “el cine solo existe, solo cobra vida, cuando es proyectado”, el sonido que lo acompaña debería crearse también en ese mismo momento, haciendo de la experiencia del cine un acontecimiento en el tiempo, efímero como es, por naturaleza. Las sonorizaciones en directo nos devuelven a la experiencia primigenia del cinematógrafo, además de despertar nuevas lecturas y percepciones al crear uniones anacrónicas maravillosas entre un ver y un oír de tiempos distintos.

 

II
SOLAR

De forma paralela al festival, se celebró la exposición “Odisseia Kubrick” en la Galería Solar y el Centro de Memoria (4); homenaje al cineasta, por un lado, y puesta en escena, por otro, de una serie de obras de artistas visuales que dialogan y se apropian de sus filmes.

Por la Galería Solar se pasea como por un laberinto; se llega a los recovecos y luego se deshace el camino para encontrar otra cosa. En un rincón escondido e inclinado me topo con la turbadora pieza de Pedro Tudela, Masked Wall (2002-2012): una careta blanca veneciana, sin rostro, por cuyas cuencas vacías resuena un murmullo de Eyes Wide Shut (1999). Una luz roja tenue ilumina ese fantasma inquietante que se asoma a una pared de terciopelo, recreando la llegada del visitante a aquella mansión orgiástica.

Beyond the Infinite, de Graham Gussin (1994), recupera las tomas que Kubrick descartó de la secuencia Stargate, en 2001: Una odisea del espacio (1968), y las enfrenta a sus propios tiempos. Un monitor junto al otro afirman y niegan el presente, el pasado y el futuro del protagonista, que repite sus movimientos una y otra vez, multiplicando la ambigüedad del montaje original.

Pero la instalación más potente es, sin duda, Círculo Solar (Alexandre Estrela, 2011), la única obra creada expresamente para la ocasión. A una proyección principal en 16:9 se superpone un gran rectángulo negro, evocación del monolito, que anula y niega la visión dejándonos solo lo que queda en los márgenes.

Sobre esta proyección y el visitante se interpone a su vez una pantalla de plasma que reproduce a menor tamaño lo que tapa el monolito. Vemos un sol en combustión, atravesado por una señal de vídeo. Las imágenes se acaban, pero la banda sonora, poderosa y sideral, permanece durante varios segundos más en la sala –ahora oscura–, como si el principio kubrickiano, ese largo vacío negro sobre el que sonaba el “Atmospheres” de György Ligeti, se pusiese aquí como epílogo; el gran negro que daba paso al principio de la humanidad sugiere ahora el fin de los tiempos.

 

 

(1) LÓPEZ, José Manuel: “16º Curtas Vila do Conde (Portugal). Cortos de largo alcance”, en Cahiers du cinèma. España, septiembre 2008, n.º 15, p. 61.

(2) Como en El incidente (The Happening, 2008), de M. Night Shyamalan, o en Take Shelter, de Jeff Nichols (2011), estos gestos enfermos aluden a un mal sintomático de nuestra posmodernidad: “Cómo el terror y la crisis dejan de estar ahí fuera para estar bien dentro” –RICHARD, J.: “Take Shelter: We are the storm”, en Transit. Cine y otros desvíos, abril de 2012.

(3) “Enjoy the unusual”, fueron las palabras con que el director terminó la presentación de su retrospectiva.

(4) La exposición se podrá ver hasta el 11 de noviembre de 2012 en Solar Galería de Arte Cinemática (Vila do Conde, Portugal).