Entrevista a Damián Szifrón

Después de su estancia en la última edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el director Damián Szifrón también presentó su última película en el Festival de Sitges, donde pudimos hablar con él sobre Relatos salvajes. En ambos certámenes la cinta argentina cosechó un gran éxito entre la audiencia. Y no es para menos, pues ¿quién no está dispuesto hoy a saborear la venganza ante las injusticias? ¿Ante los que defraudan, se aprovechan del más débil y mienten? Las seis historias de la película tienen un denominador común: provocar respuestas extremas ante situaciones absurdas, que nacen generalmente de momentos cotidianos y reconocibles por cualquiera.

Un accidente de tráfico lleva a un padre adinerado a ocultar por todos los medios el atropello provocado por su hijo. Lo que no se imagina es que, a su vez, el resto de personas implicadas intentarán aprovecharse de su posición para sacarle todo el dinero posible. Otro relato provoca que Ricardo Darín pierda la paciencia cuando la grúa se lleva su coche, al no sentirse escuchado por la empresa a la que intenta reclamar la multa por la mala señalización de la calle. Estos son solo dos ejemplos en los que el cineasta argentino, que ha dirigido tanto películas como series televisivas, da rienda suelta a la imaginación para contar con gracia lo que para muchos es una pesadilla. Szifrón nos da algunas pistas para entender el éxito y la necesidad de sus relatos, tan salvajes como eficaces en su propósito.

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En tu cine siempre encontramos personajes capaces de sacar a uno de quicio: en El fondo del mar es el hombre a quien persigue el protagonista, en Tiempo de valientes hay un policía que se salta las leyes, y es una constante en Relatos salvajes. ¿Pretendes que el espectador se sienta en cierto modo identificado con aquellos que sufren injusticias y se encuentran con estas personas?

Yo creo que sí, y que nos sentimos naturalmente identificados con el personaje que transgrede las normas porque todos intuimos en algún momento de la vida que no están diseñadas en función de nuestro beneficio sino que son mecanismos de control. Cuando somos chicos nuestros padres nos ponen límites pero intuimos que nos están cuidando y son para protegernos. Después, cuando sales al mundo externo, no eres tan consciente de que esos límites te protegen. También sientes que te roban tu dinero, que te exprimen, que abusan de ti, de tu tiempo, de tu bondad…, y eso va cargándonos. Mucha gente se deprime y vive angustiada, protesta, etc. O consume, que es otro de los grandes objetivos. Pero algunas personas explotan. Y Relatos salvajes es una película sobre las personas que explotan.

En el caso de las películas anteriores eran personajes que procesaban esa tensión de otra forma, pero siempre aparece y atraviesa todo el deseo de liberación. Yo creo que lo que estaba tachando era el deseo de liberación. En el caso de El fondo del mar y Tiempo de valientes eran hombres tratando de liberarse de sus problemas con las mujeres. En este caso hay una mujer tratando de liberarse de su problema con los hombres, vuelve a aparecer la otra cara de la infidelidad. Y después muchos otros que se rebelan contra el sistema, contra la sociedad, contra el tránsito de la ciudad, contra la injusticia, contra la hostilidad, y bueno, muchas cosas que particularmente me rebelan.

 

¿A qué crees que se debe el éxito de Relatos salvajes en Argentina? ¿Será que el público ve estas situaciones muy próximas?

Sí, yo pienso que se produce en la sala una especie de fiesta colectiva. Mucha gente riéndose al mismo tiempo de un mismo estímulo o de una misma situación, los vuelve conscientes de las similitudes entre nuestros miedos, nuestras fantasías, nuestros deseos, y nos sentimos menos solos. Opera un efecto de celebración aun cuando en la pantalla hay mucha hostilidad, mucha violencia, golpes, explosiones… y la gente se ríe a carcajadas.

Es una comedia pero no está interpretada en forma de comedia. No te da la seguridad que te dan las comedias. Cuando uno ve una película de Ben Stiller o una de Buster Keaton, que es uno de los grandes comediantes de la historia, sabes que van a terminar bien. Los personajes se pueden caer, tropezar, golpear, estar al borde de un precipicio o en algún dilema moral, pero en el fondo sabes que la película los va a premiar y te vas a ir con alivio. Y en este caso no sabes cómo van a terminar realmente los personajes; de hecho muchos van hacia la catástrofe.

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Parece ser que tenías pensadas más historias para Relatos salvajes que no has incluido. ¿De qué otras situaciones te hubiera gustado hablar?

La película, de forma natural, expulsó otras historias que no correspondían a esta antología, y conservó estas que son las salvajes. La película se llama Relatos salvajes porque el salvajismo atraviesa a cada uno de los cuentos, porque en todos hay personajes que cruzan la frontera que divide la civilización de la barbarie. Había otros relatos pero pertenecían a otras antologías que haré seguramente en el futuro.

Fue una época de una gran expansión creativa. Estaba desarrollando otros largometrajes y me fueron asaltando estos cuentos. Les fui dando lugar y me liberaron mucho como autor, porque de pronto en dos noches escribí un relato, en una tarde aparecieron imágenes y las desarrollaba hasta el final, y me daba cuenta de que no había mucho más para contar, que era eso. Entonces quedaron historias muy potentes que compartían tono, una serie de temas también, y surgió de forma involuntaria, no existió nada de lo engorroso que a veces aparece cuando uno escribe, que es que no puedes terminar algo, te pierdes en tu propio laberinto, hay presiones externas, etc. Todo el proceso creativo estuvo atravesado por la libertad, por cierta desfachatez, y fue muy placentero de espíritu.

 

El humor negro está muy presente en el filme. ¿En qué momento decidiste crear una comedia y hacer que los personajes rebasaran el límite de su paciencia?

Las historias son fruto de la interacción entre los personajes. Escribí la película de una forma distinta a los demás proyectos; siempre trabajaba mucho la estructura de un guión y no empezaba a dialogar hasta que no sabía cómo terminaba, hasta saber a dónde estaba yendo, cuáles eran los temas que estaban en juego. En este caso más bien fui avanzando de la mano del personaje e interactuando con los otros que se presentaban en la historia hasta ver hacia dónde me llevaba el relato. Cada final me sorprendió a mí mismo… como si fueran revelaciones. Y en ningún momento me propuse que tuvieran humor. El humor era fruto de las acciones de los personajes, de tipos desesperados que en algún momento pierden completamente los estribos, que les saltan las térmicas, como decimos a veces en Argentina. Pero bueno, me reía a carcajadas cuando aparecía alguna situación, pero no es que me propusiera vivir con humor negro. Así ocurrió. Fue algo bastante natural.

 

¿Con cuál de los episodios te sientes más identificado?

Me gustan todos por distintas razones. Me parece que hay personajes que son más cercanos al espectador, y a mí, de forma directa, el episodio que protagoniza Ricardo Darín o la novia casándose… Este episodio me interesó mucho porque fue el primer personaje femenino que escribí desde dentro. Es decir, aparecen mujeres en todas las cosas que hice, pero siempre las observé más desde fuera y yo era más el protagonista. En este caso yo era la novia. Y me gusta mucho, este personaje está muy bien.

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Creo que estos dos personajes se identifican de una manera muy íntima con el espectador: el primero porque es un ciudadano común, y la segunda porque nos identificamos con el dolor de esa mujer que durante su noche de bodas descubre que su marido la engaña con una invitada. Como comprendemos el dolor, después disfrutamos mucho del tour de force de esta mujer enloquecida y la serie de barbaridades que realiza. Me parece que el cine logra que te identifiques con personajes que quizás en principio rechazas. Por ejemplo, al conductor de Leo Sbaraglia en principio se le ve muy arrogante, pero después gracias a lo que sucede y a la magnífica interpretación (también hay que decirlo) de Leo, te vas identificando con él. Cuando recibes tanta hostilidad y tanta humillación de parte del otro personaje, y Leo decide llevar a cabo esa especie de venganza, o de intentarla al menos, también disfrutas. Y lo mismo creo que sucede con todos los cuentos.

 

Algunos de los episodios parecen más elaborados que otros, en el sentido de que son más complejos narrativamente (el episodio de la boda), mientras que otros parecen más espontáneos (el del avión y el del coche). ¿Sueles seguir al pie de la letra el guión? ¿Introduces cambios durante el rodaje?

Sigo al pie de la letra el guión. Improviso mucho cuando escribo, los diálogos, las situaciones, aparecen en la imaginación de una manera muy fresca. Obviamente los imagino dichos por primera vez, y después es difícil lograr eso a través del trabajo con los actores. Pero teniendo grandes actores puedes darle dimensión a lo que estaba en el papel. Me inclino por ese trabajo, como un músico que compone y al que le gusta tanto lo que compuso que quiere ejecutar exactamente eso. Me siento ese tipo de director, aún cuando me gustan un montón los directores que improvisan, como Cassavetes o bastantes otros que dan rienda suelta a lo que ocurre en el set. Yo doy rienda suelta a la imaginación durante la escritura. Después siento el deseo de concretar lo que imagino.

 

¿Cómo fue el trabajo con los actores, teniendo en cuenta la gran popularidad de Leonardo Sbaraglia o Ricardo Darín? ¿Contaste con ellos desde el principio?

Sí, no desde el guión, pero iba pensando en alguno de ellos. Y después conté con los productores, el director de casting y mucha otra gente a la que abrí la puerta para escuchar opiniones. Sobre todo fui dejándome llevar por las imágenes que aparecían, y decidimos armar este casting. Por suerte apoyaron todo de una forma muy directa. Son todos tipos que no suelen salir juntos en la misma película, porque cada uno protagoniza la suya, y de pronto la naturaleza de este proyecto nos permitía reunirlos porque cada uno protagoniza un cuento.

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Sabía que quería trabajar con Ricardo Darín, con Darío Grandinetti, Óscar Martínez…, con Érica Rivas tenía muchas ganas de trabajar, y Rita Cortese, que es una actriz formidable… La verdad es que todos los que están en la película es gente que respeto y admiro, y buscamos grandes actores. Tenía ganas de exponer un trabajo conjunto y colectivo con gente con mucha experiencia, con mucho talento y ver qué sucedía con esa interacción. Ahora estoy feliz con el resultado.

 

¿Cómo se produjo la participación de Pedro Almodóvar como productor?

Fue desde el principio porque ellos, Pedro y Agustín (Almodóvar) habían visto Tiempo de valientes, que es mi película anterior, y me llamaron para decir que les encantó. Agustín viajó a Buenos Aires, fuimos a tomar, y me manifestó el deseo de acompañarme y producir lo que fuera a hacer en el futuro. Así que apenas me decidí por este proyecto, se lo mandamos con los productores de Argentina Hugo Sigman y Matías Mosteirin, y enseguida se sumaron. Así que están desde el minuto cero.

 

Es reciente la película china Un toque de violencia de Jia Zhangke, que también trata sobre las actuaciones extremas de ciudadanos particulares hartos de las injusticias políticas de su país. Salvando las distancias con tu película, ¿crees que hemos llegado a una situación de hartazgo donde ya no vale la razón y las buenas formas para mejorar las cosas?

No la vi, pero me la han comentado muchas veces. Creo que estamos en un momento particular de la historia, en uno de esos que incuban algún tipo de revolución, donde ya es muy evidente que los beneficiarios de este sistema no somos la mayoría de los ciudadanos. Es más, después de todos los sabotajes a los bancos, después de todas las crisis económicas inseminadas, fríamente calculadas… hay algo que no da para más.

Tenemos mucha cantidad de ejemplos de revoluciones violentas que no han funcionado y no han traído ni paz ni una distribución igualitaria de las riquezas y de los recursos, o sea que no pienso que la salida sea la violencia. Pero sí que existe el caldo de cultivo para que personajes individuales estallen, y cuando uno lee en el diario que alguno de estos estalló, no nos es ajeno. Uno entiende cómo en este mundo te puedes volver loco, puedes perder los estribos, pues hay situaciones que te pueden sacar de quicio: la burocracia, el abuso de las compañías, la invasión publicitaria que te ofrece que compres algo cada minuto, cada segundo de tu vida… Ya hoy en día vas a orinar, estás frente al mingitorio y hay una pantallita de leds pasando publicidad, también en la pantalla de tu celular… O sea, el sistema de consumo se comunica contigo durante las veinticuatro horas del día estés donde estés. Pero si tú te quieres comunicar con ellos para quejarte por algo, puedes perder la vida en el intento de que te escuchen y te comprendan, y mucho menos que te recompensen. Ya me parece un lujo con el que ni podemos soñar. Y no hablemos de las enormes injusticias, las diferencias sociales que siempre existieron y que, hipócritamente, nos dicen que las están tratando de eliminar cuando uno sabe que no es así. Por lo tanto, no me extraña que diversos directores en distintas partes del mundo manifiesten esto en sus películas.

Por otro lado, hay otras películas del pasado que también lo han hecho. Hace poco vi Los monstruos (Monstruos de hoy, I mostri) una película de Nino Risi de los 60 que fue muy famosa en su momento, y me asombró, me sentí tremendamente identificado con el director que la imaginó. Disfruté como habrá disfrutado ese tipo de crear esas historias que también, en un conjunto, forman una especie de fresco de la realidad o de la actualidad.

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¿Piensas, por tanto, que el cine puede funcionar como una especie de catarsis, como una manera de luchar contra estas injusticias?

Sí, el cine te puede volver consciente de un montón de cosas, te puede transformar. El cine es mi educación. Sin las películas que vi no sé qué clase de persona sería, pero definitivamente otra. Es decir, el cine te completa y por supuesto también la literatura, el teatro u otros medios, aunque a mí la forma de arte que más me impactó definitivamente fue el cine. Pero, por ejemplo, en la escuela te enseñan cómo funcionan los gobiernos, qué función tiene un presidente, cómo se eligen los diputados o los senadores, y de pronto ves El Padrino y comprendes cómo funciona el poder, comprendes cómo opera la corrupción, y cómo por encima de los presidentes y los senadores hay otras personas tomando decisiones. Eso en la escuela no te lo enseñan. Y de ahí es más poderse ir completando en función de uno. Pero sí, el cine me parece un arte completamente transformador, revolucionario, y cuanto menos se lo use para estupideces intrascendentes y más se puedan lograr películas que tengan espectáculo y que sean entretenidas, pero que además tengan contenido, ideas, reflexión, pues tanto mejor. Esas son las que más me gustan.

 

¿De dónde surgió la idea para estas historias? ¿Alguna en concreto te ocurrió a ti?

Todas tienen alguna relación con la realidad pero ninguna como lo que sucede en la película. Lo que hice fue agarrar estímulos, situaciones… O sea, me llevó la grúa el auto dos o tres veces, y por tanto sentí la indignación de ir a discutir, la injusticia de que la calle donde estaba el auto estaba pésimamente señalizada, y tomé consciencia de que la empresa que levanta los autos de la calle es una empresa privada a quien el gobierno beneficia con una concesión, a cambio de vaya a saber qué soborno o qué premio solapado. Entonces escribía ese relato, aunque nunca hice lo que el personaje de la película.

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O he estado en bodas donde muchos saben algo que alguno de los que se están casando no, o he notado la tensión que había en esa situación… con lo que construí un relato como el de la mujer que descubre durante su propio casamiento que el marido la engaña. O ir manejando y tener un altercado en la ruta y que el imbécil con el que discutes se vaya a toda velocidad y yo quedarme fantaseando: “¿qué hubiera pasado si pincha el neumático un par de kilómetros después y si en vez de ser yo fuera una especie de urso (nota: persona corpulenta en la jerga argentina) gigantesco y corajudo que va a cobrarse su revancha?” Bueno, se trasladaban imágenes de la cotidianeidad al terreno de la fantasía y de la imaginación, y creo que la película en su conjunto se acerca más a Cuentos asombrosos o Al filo de la realidad (Twilight Zone: The Movie) o a Alfred Hitchcock presenta. Ese tipo de universos ficcionales.

 

¿Crees que Relatos salvajes se podría interpretar de algún modo como un retrato de la Argentina actual?

Creo que sí, se está interpretando así. Al mismo tiempo pienso que por la naturaleza de las historias la película tiene carácter universal. Es decir, hay muchas similitudes hoy en día entre lo que sucede en cada país, hay un mismo sistema gobernando prácticamente la totalidad del planeta, los bancos, las compañías, las empresas transnacionales… En distintos países se ven distintas caras de la moneda pero muchas veces se ve la misma problemática. Internet también nos acerca, así que es de esperar que lo que resulta actual en un país sea actual también en otros. Y de hecho estoy viajando mucho con la película y en cada lugar que la presento la gente se ríe a carcajadas y celebra en el cine las imágenes, las emociones y la línea de diálogo, y me doy cuenta de que identifica más allá de la frontera del país.

 

© Pablo García Conde, octubre 2014