Another year
Sombras en el paraíso
De los personajes de Mike Leigh
Algunos directores observan los personajes que pueblan sus historias con curiosidad entomológica. Otros tratan de elaborar una cartografía antropológica de usos y costumbres, repartiendo diferentes tipos de mirada por áreas geográficas o por barrios, ora condescendientes, ora rigurosas. Frente a la discutible pero asumida simpatía mostrada por Eric Rohmer o Woody Allen hacia gran parte de sus personajes de clase media y alta, incluidos los de más dudosa catadura (es tal vez relevante que Allen haya sido más duro frente a los arribistas que tratan de escalar clase social), nos encontramos con la discutida y sesgada mirada de directores cuyas simpatías rallan en ocasiones el maniqueísmo, como serían los casos de Ken Loach o Robert Guédiguian y, como parecen haber decidido hacer (si más no, parcialmente), los Dardenne en su última obra. Hay cineastas, sin embargo, que presentan sin ambages las debilidades, las culpas y mezquindades de sus protagonistas como sería el caso de Claude Chabrol, Hong Sang-soo o el propio Mike Leigh. Este último, a diferencia de Loach, no ha usado solo el flagelo para defender la clase media y trabajadora inglesa sino para azotarla. Su filmografía, desde los tiempos de Grandes ambiciones (High hopes, 1988) y La vida es dulce (Life is sweet, 1990), es rica en personajes cuya ambición y rechazo de responsabilidad les evidencia como ridículos y egoístas, aun desde un prisma de comedia. La evolución le llevará a un punto de vista mucho más crítico en Indefenso (Naked, 1993), donde observa como la locura desintegra relaciones de amistad y de pareja, Secretos y mentiras (Secrets and lies, 1996), su obra magna cuyo final feliz no borra la amargura de un rencor y una cobardía ocultados durante años, o Dos chicas de hoy (Career girls, 1997), donde el reencuentro de dos antiguas compañeras de universidad revela más diferencias que afinidades. En Todo o nada (All or nothing, 2002), como en Secretos y mentiras, la resolución final no puede ocultar las debilidades de los personajes y hacer temer un poco alentador futuro para ellos.
Tras Topsy- Turvy (1999), historia sobre los precursores del musical, Gilbert y Sullivan, llegaron otras obras que parecían distanciarse del “estilo Leigh”. El secreto de Vera Drake (Vera Drake, 2004) era una cinta de reivindicación social, con un toque visual de qualitè, más próxima a las realizaciones de Peter Mullan o a alguna obra de Loach. Por su parte, Happy, una historia sobre la felicidad (Happy-go-lucky, 2008) descolocó a más de uno. Aquel relato de una joven empeñada a toda costa, pese a quien pese, pase lo que pase, a ser feliz, parecía acercarse más a una fábula de ciencia ficción que a cualquiera de las crónicas sociales que, con mayor optimismo o acritud, había desarrollado Leigh hasta ese momento. Era difícil comprender bien cuál era la postura real del cineasta respecto a tan singular personaje, Poppy, pero, con la perspectiva de los tres años transcurridos, este parece ser congénere del matrimonio conformado por Tom y Gerri que protagoniza Another year (2010).
De los personajes que uno encuentra por la vida
Hubo un tiempo en que tuve unos amigos… No, no. Mejor sería decir que hubo un tiempo en que conocí a una pareja… que lo tenía todo. Su piso era bueno, su coche mejor y, cuando tuvieron hijos, fueron inmejorables, guapos, obedientes e inteligentes. Las cosas les parecían funcionar bien a nivel laboral y también a nivel relacional. Era como si vivieran en el paraíso, en un paraíso privado, un paraíso de su propiedad al que solo algunos privilegiados podían acceder. Sus amigos eran cool, siempre interesantes, les explicaban las mejores historias y les mostraban los lugares de moda. Siempre descubrían los restaurantes con la mejor relación calidad-precio y cataban excelentes vinos que los demás mortales desconocíamos. Las películas que veían eran las mejores del año y sus viajes les llevaban a los lugares más exóticos, permitiéndoles descubrir secretos y tradiciones que parecían ocultas al resto de los viajeros. Yo, por mi parte, no había querido tener hijos, me peleaba con mi esposa en más de una ocasión, tenía un círculo de amistades bastante normalito y, además, solía ser víctima de asaltos cuando recorría el mundo. Algunos solo podíamos asomarnos a su mundo, a su paraíso, para tenerles envidia. No sé si mis amigos vivían en los mundos de Yuppi o en el mundo de Floppy, pero su felicidad me era no solo molesta sino nociva, me hacía sentir como una sombra, como una sombra de mí mismo. Finalmente opté por la solución que consideré más beneficiosa para mi salud. Dejé de verlos.
Tom y Gerri, como Poppy, como mis amigos, viven en un mundo aparte. Los protagonistas de Another year son inmensamente felices. Desprenden perfección. Una perfección que embriaga inicialmente pero que asusta, que molesta y que, finalmente, repele. Leigh describe con su acertada puesta en escena un muy concreto entorno. Y describe con precisión la burbuja donde viven, su pequeño jardín del Edén, prolongado en cocina, jardín y dormitorio. Tom y Gerri viven en una burbuja en la que permiten la entrada de supuestos amigos, desheredados mayormente, alcohólicos, enfermos y/o solitarios a su pesar, como Mary y Ken. Durante buena parte del metraje, el director nos hace sentir confortables frente a la aparente bonhomía de sus protagonistas, como ellos hacen con sus propios invitados. Nos sentamos en la butaca del cine y pensamos: ¡qué bien estaría ser como ellos!, ¡cómo nos gustaría llegar a su edad en ese estado de felicidad!… Pero, a medida que Leigh nos permite conocerlos, nos damos cuenta de que hay algo más allá de su afabilidad. El primer encuentro con la novia de su hijo, lleno de bromas, sonrisas y parabienes, resulta irreal, muy propio de la ya citada Happy, una historia sobre la felicidad. Y la posterior confrontación de ellos con Mary acaba resultando violenta para el espectador en cuanto revela en cuán poco padres e hijo valoran los sentimientos de la solterona. Mary acabará, una vez más, presa de su angustia crónica ante la indiferencia de la familia.
Finalmente, en la última secuencia, Leigh deja claro lo que hasta ese instante habíamos solo entrevisto. Tom y Gerri acogen al desorientado Ronnie, que acaba de perder a su mujer, aparentemente su último anclaje con el mundo y lo llevan a una cena familiar donde le dejan, literalmente, de lado y donde se hablará, jovialmente, de anécdotas de viaje. Ronnie está allí porque toca, porque socialmente es lo correcto. Porque, en su perfección, la pareja no ignora los detalles obligados de la sociabilidad y las relaciones familiares. Pero además Tom y Gerri no solo recriminan a Mary su intempestiva llegada sino que se burlan de ella a sus espaldas, de modo parecido a la consideración según la cual Ken pasa de ser un colega de fiestas a un conocido que ha caído en desgracia. Y es así como Leigh desvela a sus personajes. Con sutileza pero sin contemplaciones. Y, para el espectador que se creía admirador de la pareja perfecta, esta revelación (ya entrevista previamente) resulta una bofetada. Es difícil de creer. Es difícil de creer que no les importes a tus amigos. Es difícil de soportar la petulancia y el egocentrismo continuos. Es difícil de creer que los personajes que admirábamos, que tomábamos, envidiosamente, como modelos, no son sino un par de egoístas, moralmente mezquinos, a quienes sus amigos les sirven de corte que les admira y les alaba. Amigos que solo son sombras en su paraíso de luces de colores. Desgraciadamente nos sucede en no pocas ocasiones, en el cine y en la realidad.
Del reflejo del cine en la vida… o al revés
La última secuencia de Another year es una de las más crueles rodadas por su autor y da un sentido pleno a la secuencia inicial de la película. En esta, Imelda Staunton (Janet) es un personaje hundido a quien Gerri entrevista con mecánica profesional, citándola para una nueva entrevista a la que ella no quiere asistir y sin que le solucione problema alguno. Luego, la paciente es despachada por Gerri, en un rápido comentario de alcoba, como una alcohólica. Janet no aparece de nuevo en la historia. Sin embargo, su sombra se prolonga en la escena final, donde un travelling nos lleva alrededor de la mesa familiar en la que se supone que el matrimonio está acompañando al viudo al que, de hecho, ignoran por completo. Tom, Gerri, Joe y Katie (hijo y nuera de estos) ríen sus propias gracias y rememoran momentos felices, dejando de lado a Ronnie y Mary, hundidos invitados de piedra, desubicados, prisioneros de su desgracia y de la trampa de la felicidad, del espejismo de la felicidad, que les han tendido sus supuestos amigos. El travelling se detiene finalmente en el rostro de Mary, reflejo del vacío rostro de Janet, dejando clara la postura de Mike Leigh en una de sus películas más amargas.
Epílogo
Aunque la intencionalidad me parece obvia, la sutil ambigüedad de Leigh despista a más de un espectador, y a no pocos críticos, que concluyen la valoración de la cinta tomando a Tom y Gerri como la pareja modelo a la que hay que emular para no caer en la infeliz deriva de tantos y tantos. Tampoco me sorprende, no obstante, teniendo en cuenta cuántos de nosotros tomamos cada año, cada día, como modelos a falsos amigos y a equívocos paraísos que no encubren sino un montón de simulaciones y falsas apariencias.
©Antoni Peris i Grao