Take Shelter (2)

El silencio antes de la tormenta

 

Jueves 5 de abril, 1:42h. Algunas anotaciones después de ver Take Shelter (Jeff Nichols, 2011). Un texto apresurado, pero apasionado… Y unas imágenes cazadas al vuelo.

Además, esta semana, me hallo enfrascada en la relectura de El rostro en el cine de Jacques Aumont (Ed. Paidós), del que, durante la película, he sentido la necesidad de recuperar estas líneas: “Si la era moderna ha sido la de la constitución del rostro, también es la de su derrota, a través de muchos medios indirectos. […] Disgregación del rostro, rechazo de su unidad: partes del rostro recortadas, pegadas, devueltas a la superficie de la imagen. Magnificación infinita, monstruosidad del tamaño, o a veces, por el contrario, liliputización. Toda suerte de daños, tachaduras, desgarraduras; se araña, se desgarra, se quema, se tira. […] Esto no es solamente un catálogo del museo de arte contemporáneo, se encuentra en todas partes, en la prensa, en los anuncios, en la televisión, síntoma vistoso de la de-rota (N. del T: El sustantivo défaite tiene un significado básico de derrota o fracaso, aunque también como adjetivo aplicado al rostro, significaría “descompuesto”, por lo tanto, sustantivando, “descomposición”). Ese rostro que ya no se quiere representar como un rostro, ¿es aún humano? Si el rostro ya no es rostro, ¿qué significa esta pérdida? ¿Y de dónde viene? Si el rostro es origen de la analogía, la historia de las imágenes seguramente tendrá algo que ver. Una vez más hay que volver a empezar desde los inicios.”

Durante una de las primeras pesadillas que sufre a lo largo de la película, Curtis sueña que unos misteriosos personajes  tratan de estrangularlo. Ya en la vigilia vemos a Curtis tratando de gritar en vano. De su rostro demudado por el grito, de su boca abierta hasta desencajarse, no brota más que un ahogado e infructuoso intento de que emerja, con fuerza, la voz. De que la angustia de la pesadilla se desvanezca en el grito.

En diversos momentos del filme se repiten dos gestos, resaltados por el recurso del plano medio, o del primer o primerísimo plano del rostro de Curtis. Dos gestos que unas veces se dan encadenados y otras aislados. El primer gesto es una mueca, una ligera torsión y deformación de su rostro. El segundo, muchas veces previo a la palabra o a su ausencia: el personaje frunce los labios, parecería incluso que se muerde el labio inferior, como si algo doliese muy adentro, pero no lograra articularlo. Lo que pugna por salir es el enigma de su dolencia, la causa de sus pesadillas y alucinaciones.

Lo que Curtis no puede decir, lo que no sabe, se traduce en un rostro que al principio podría antojársenos poco expresivo, pero que en realidad descubriremos que trasluce una rotunda y dolorosa contención, resultado de la imposibilidad del personaje de expresar o explicar su mal. El vómito de Curtis es el primer estallido de ese semblante dolorosamente contenido.

En otra secuencia de la película Curtis visita una psicóloga, después de que él le enuncie las conclusiones de su auto-diagnóstico, esta le aclara que no es su competencia medicarle. Pero lo invita a hablar. La cámara enfoca a Curtis, con los labios pegados, mordiéndose de nuevo levemente el labio inferior. Callado. La cámara sostiene el plano. Se detiene sobre una gestualidad que se repetirá o, mejor, variará a lo largo del film. Y la mirada de Curtis, orientada hacia la interioridad del cuerpo, hacia las propias emociones.  Curtis narra el drama de su madre, diagnosticada de esquizofrenia cuando él tenía 10 años, y la reciente muerte de su padre. Su relato es neutro, no trasluce ninguna emoción. Curtis se presenta como un personaje parco en palabras. Y la cámara se amolda a sus silencios, sosteniendo los planos, generando una atmósfera irrespirable.

Unas secuencias después de la visita a la psicóloga, en plena crisis con su mujer, esta le exige a Curtis, agarrándolo por los hombros: “Dime algo que me ayude a comprenderte”. Pero Curtis no puede, le contesta: “No hay nada que explicar”; si lo hay,  Curtis no puede articularlo. Antes vimos otro de los gestos faciales que mencionamos, Curtis tuerce el semblante con una leve mueca que no hace sino acrecentar la tensión y desazón del espectador. Poco después Curtis tiene otra de sus pesadillas, pero esta vez la viviremos desde el punto de vista de Hannah. Tras esto, trata de explicarle a su mujer lo que él sabe… lo que ha vivido, pero no puede explicar. Casi sentimos las palabras que surgen de su boca como algo orgánico, el alumbramiento de cada una de ellas implica un esfuerzo físico para Curtis que relata su último sueño. El que no vimos, acompañando esta vez a su mujer en el trance. “Es difícil de explicar porque no sólo es un sueño, es una sensación”, concluye Curtis.

Pero Curtis no sólo encoge el rostro ante lo inexplicable. En varias secuencias del filme  vemos como, con sus manos cerradas y los dedos entrelazados, tapa con fuerza su boca  o sus ojos sin pronunciar palabra, ante el horror de lo soñado. Como si decirlo pudiese traer la pesadilla al mundo de la vigilia o, tal vez, temiendo abrir los ojos para descubrir que el sueño se ha hecho real.

¿Hay acaso una frontera entre lo que Curtis sueña, y “el mundo real”?

El punto de vista del espectador se confunde con el de Curtis en la mayor parte del filme haciendo que el primero, desorientado, no pueda pronunciarse. Como el protagonista de la película, el espectador queda suspendido en el instante previo al estallido de Curtis, ese desasosegante silencio que precede a la tormenta.