Enterrado (Buried)

En los límites de lo representable

 

El espectador como mirón

En el marco del todavía reciente Sitges 43º Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya pudieron verse, al menos, dos películas cuyas apuestas narrativas y visuales pretendían vislumbrar (14 días con Víctor) o directamente penetrar (A Serbian Film) (1) en lo que podrían considerarse los límites de lo representable en una pantalla de cine (o de tv., ipod o cualquier otro dispositivo que permita visualizar imágenes. En la actualidad, las lógicas diferencias entre los diferentes medios de comunicación audiovisual se están acortando cada vez más). Los personajes al límite que desfilan por los fotogramas de ambos filmes permiten a Román Parrado y a Srdjan Spasojevic, sus respectivos directores, la búsqueda concienzuda de imágenes impactantes que pongan de relieve una cierta filosofía nihilista de la existencia. Parrado lo logra a través de cierta elegancia y sobriedad visual, dejando un cierto margen de sugerencia para la imaginación del espectador, mientras que Spasojevic decide optar en todo momento por lo rudo y explícito, anulando la capacidad inquietante del material que maneja en aras de una indudable viscosidad visual. Entre ambas películas media todo un abismo de capacidad creativa y artística que, paradójicamente, ha logrado desplazar la atención de los medios de comunicación a favor de A Serbian Film (filme muy mediocre pero, por su propia idiosincrasia y carga polémica, automáticamente etiquetado como «cine de culto»), en detrimento de una obra tan interesante aunque irregular como 14 días con Víctor.

Pues bien, Enterrado (Buried) (2010), de Rodrigo Cortés, también es un filme que opera en los límites de lo representable o, por lo menos, eso es lo que podría deducirse al reducir a la mínima esencia su punto de partida argumental. El protagonista de la historia despierta en el interior de un ataúd en cuyo interior apenas le resta un hora de oxígeno y, por lo tanto, de vida. Además, Enterrado es una de esas películas-fenómeno que vienen acompañadas, ya incluso antes de su estreno, de adjetivos como “experimental” o “magistral”. Tales calificativos tienen el poder, en ocasiones, de subyugar al posible espectador del filme y condicionar su opinión respecto al resultado del mismo porque ¿cómo este no va a saber apreciar las cualidades de una obra valorada de un modo tan superlativo por los especialistas cinematográficos?

Con Enterrado nos encontramos ante uno de esos casos ante el que los árboles (lo individual) no dejan ver el bosque (el conjunto) y, por lo tanto, se hace indispensable separar el grano de la paja para que al final de la criba nos quede meridianamente claro que es lo queda de ese supuesto filme experimental y magistral cuya anécdota argumental se enmarca en los límites de lo representable. Lo que no puede negarse es que tanto 14 días con Víctor como A Serbian Film y Enterrado, al margen de sus resultados artísticos, ponen de relieve que el morbo del ser humano por ejercer de voyeur resulta en ocasiones muy superior al terror que ciertas situaciones que implican sufrimiento le pudieran provocar, aunque, por supuesto, la contemplación de las situaciones de sufrimiento ajeno que plasman los tres filmes citados se realice desde una cómoda posición de espectador.

 

Eterrado: ¿Filme experimental o convencional? (2)

El planteamiento narrativo de Enterrado conlleva, desde luego, cierto riesgo artístico; al fin y al cabo, que todo el metraje del filme (unos 90 minutos, sin contar títulos de crédito) se desarrolle en el interior de un ataúd en el que se encuentra enterrado vivo Paul Conroy (Ryan Reynolds), el protagonista de la historia, y sin que Rodrigo Cortés se permita intercalar secuencias o fragmentos de la vida en el exterior (a excepción de un vídeo, filmado con un móvil, que sus captores enviarán a Paul en un determinado momento del filme), ya demuestra, por si solo, cierto arrojo creativo.

Pero, ¿qué ocurre cuando Cortés, consciente de que su filme busca llegar a un público masivo, decide no convertir este en un angustioso y estático relato bajo tierra y sí, en cambio, en un thriller dinámico en el que la movilidad de la cámara y el ritmo de montaje se impondrán a todo lo demás? La respuesta más probable, creo yo, es que la obra devendrá un harto convencional (en las formas) artefacto cinematográfico, con un fondo en el que podrán hallarse espolvoreadas algunas atractivas ideas.

Enterrado da inicio con unos títulos de crédito que no ocultan su filiación hitchcockiana (o más bien, su adscripción a la filosofía de Saul Bass, el creador de rótulos de crédito más imaginativo de la historia del cine): sobre un fondo de tierra van apareciendo raíces que penetran en el suelo y obligan a la cámara a descender cada vez a mayor profundidad mientras una tensa música va induciendo en el espectador un determinado estado de ánimo. El recuerdo de los legendarios créditos iniciales de Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) o Psicosis (Psycho, 1960) no tarda en emerger. A continuación, sobre un fondo negro se escucha una respiración progresivamente más acelerada y angustiada: es Paul Conroy, quien comienza a ser consciente de la extraña situación en la que se encuentra. La luz de un mechero dará inicio al relato propiamente dicho de la supervivencia de Paul, en el interior de un ataúd y a lo largo de poco más de una hora, tiempo otorgado por sus captores para que Paul consiga un rescate de varios millones de dólares empleando a tal efecto un móvil que se encuentra en el interior de la caja.

Precisamente será el teléfono móvil el objeto determinante que convertirá Enterrado en una obra más convencional de lo deseado: el aparato electrónico es aprovechado por Chris Sparling, el guionista de la película, tanto para convertir a esta en una obra esencialmente dialogada (las conversaciones telefónicas se adueñan casi por completo de Enterrado) como para ofrecer una elaborada descripción del carácter de Paul Conroy como ser humano que permita ganarse la empatía del espectador. A través del conjunto de conversaciones se pone de relieve el cinismo de la sociedad en la que vive Paul y se transmite al espectador la profunda sensación de desamparo y completa indefensión que siente el personaje ante sus infortunios, siendo el más brutal de todos ellos la extinción, vía telefónica, de la relación laboral que une a Paul con la empresa de transportes para la que trabaja. Otra de las llamadas que realiza Paul, en este caso a un número de emergencia de Estados Unidos (el personaje se encuentra enterrado en algún lugar de Irak) con la finalidad de entablar contacto con alguien que negocie el rescate con sus captores, pone al descubierto el inabarcable laberinto burocrático (monstruo creado por la sociedad) al que se enfrenta en su vida cotidiana cualquier individuo. Cortés y Sparling, pese a todo, y este sí es mérito suyo, consiguen que el conjunto de conversaciones ofrezca un cierto abanico de emociones humanas: el humor y la ironía también tiene su pequeño hueco en Enterrado, como ponen de relieve las dos conversaciones que un desesperado Paul mantiene con una amiga de su mujer.

Lo mejor de Enterrado se halla, al menos en mi opinión, en la mencionada descripción que realiza, mediante conversaciones telefónicas, de la cínica sociedad en la que todos vivimos y de cuyo conjunto se puede destilar la opinión que le merecen a Cortés la política actual (muy homogénea a nivel mundial) y sus máximos responsables, que han terminado por anular al elemento esencial de cualquier sociedad, es decir, al individuo, en aras de una colectividad francamente detestable y bovina. Otro punto a favor del filme reside en el esfuerzo de Cortés por provocar, a través de lo puramente visual, el horror de su protagonista (y con él el del propio espectador). Los ejemplos más interesantes al respecto los encontramos en el uso que hace Cortés de la función vídeo del teléfono móvil: en un caso, para mostrar la ejecución en tiempo real de una compañera de trabajo de Paul; en otro, para mostrar en primer término del encuadre una agresiva acción contra sí mismo que los captores obligan a filmar a Paul con la cámara de su móvil.

Lamentablemente, lo positivo del filme no erige a este precisamente en un experimento cinematográfico porque, no nos engañemos, el ritmo de montaje de los planos resulta muy convencional y poco arriesgado y más bien pone de relieve que, con Enterrado, nos encontramos ante un producto puramente comercial, aunque, por qué no, efectivo y francamente entretenido. Evidentemente, más cercano narrativamente (aunque también más logrado) a Última llamada (Phone Booth, 2002), mediocre filme de Joel Schumacher, que al cine de Alfred Hitchcock o Robert Bresson (3).

El final de Enterrado es consecuente y contundente y, en realidad, el único final admisible para un filme que en todo momento pone al descubierto el peligroso cinismo que se ha apoderado en la actualidad de los seres humanos y de sus respectivas vidas. Uno no tiene muy claro si en ese final tan solo muere un personaje ficticio llamado Paul Conroy o todo un concepto del individuo completamente devorado por la sociedad en la que a uno no le queda más remedio que intentar sobrevivir pese al desprecio que pueda sentir hacia ella.

 

(1) En 14 días con Víctor, un pintor profesionalmente en horas bajas se adueñará del cuerpo de un adolescente llamado Víctor e intentará indagar, mediante la tortura y el dolor físico del joven, en un nuevo concepto de obra de arte, forzosamente más efímera que las propias de otras manifestaciones artísticas, pero cuyo impacto en la mente del espectador devendrá tan indeleble que este recordará mientras viva la experiencia de la que ha sido testigo. En A Serbian Film, en cambio, un exitoso actor porno retirado retoma las riendas de su abandonada carrera, presionado tanto por una alicaída economía familiar como, y sobre todo, por la muy suculenta oferta laboral que le ofrece su nuevo mecenas, el cual quiere llevar el mundo de la pornografía hasta límites insospechados, traspasando barreras morales de todo tipo.

(2) Recomiendo, del mismo modo que a mí me fue recomendada por Carles Matamoros Balasch, el visionado de Haze (2005), un curioso mediometraje dirigido por Shinya Tsukamoto, que parte de una premisa relativamente parecida a la de Enterrado y que, guste más o menos, resulta bastante más experimental que el filme de Cortés. El protagonista de Haze despierta, al principio de la narración, aprisionado entre dos paredes, momento a partir del cual el realizador japonés desarrolla todo un conjunto de delirantes situaciones a cada cual más terrible.

(3) Si resulta hasta cierto punto admisible, aunque también muy discutible, la comparación de los mecanismos de suspense del filme de Cortés con los habituales en el cine de Alfred Hitchcock, resulta francamente incomprensible que alguien como Antonio José Navarro (en la introducción a su entrevista con Rodrigo Cortés en el n.º 403 de Dirigido por…) piense que Buried es una «propuesta tan arriesgada y experimental como un film de Robert Bresson». Y es que, de querer traer a colación el nombre del gran cineasta francés, quizás resultara más apropiado hacerlo en relación a un filme reciente como Film Socialisme (2010), la última obra de ese verdadero experimentador del audiovisual llamado Jean-Luc Godard.

 

© Óscar Navales Noviembre 2010