66ª Berlinale

La Berlinale con los ojos de un first timer

 

Aterricé un 10 de febrero en una no tan fría Berlín para dar la bienvenida, a tan solo veinticuatro horas, a la 66ª edición de uno de los festivales de cine más importantes del mundo, la Berlinale (Festival Internacional de Cine de Berlín). Formalizaba así el reencuentro con un evento que conocí desde dentro –como miembro de la organización– hace justo tres años, cuando se producía mi desengaño amoroso con una ciudad que tanto alberga y produce –“Berlin ist arm, aber sexy” (“Berlín es pobre, pero sexy”)–. En esta ocasión, lápiz y papel, sudores y lágrimas y alguna que otra fiesta han conformado un paseo más que entretenido, de puro descubrimiento.

Antes de que una se precipite hacia las primeras horas de experiencia Berlinale, no debemos olvidar lo que supone la preparación para participar, con cierto éxito, en un encuentro de tales características y dimensión. Para empezar, y aunque no sea nada nuevo, el acreditado debe aprovisionarse de esa suerte de herramientas que son señal del orden por el cual se rige un certamen. Dicha práctica comienza y se completa en este caso con la plataforma online y móvil: una cuenta personalizada en la que el acreditado puede planificar su agenda para toda la semana del festival, con las películas y eventos a los que desea asistir. Ni que decir tiene lo cómodo que resulta el program planner, organizado en base a colores según secciones; los filmes aparecen por días y por horas, ocupando las franjas que marcan su duración, de manera que a simple vista uno ya puede anticipar los solapamientos, algo que sucede muy a menudo.

A partir de aquí, todo dispuesto: un plan organizado que cabe en el bolsillo, pues este año la Berlinale estrenaba app. Aunque era una herramienta de consulta muy útil, no lo era tanto en su agenda de programación, al no mostrar el filtro de filmes seleccionados por el usuario, sino que se resolvían todos los eventos por días con tan solo una marca de favorito en los seleccionados previamente en el program planner. De tal modo, la búsqueda resultaba un tanto tediosa.

Los nervios están a flor de piel y se nota en el ambiente, a pesar de que, por norma general, la Berlinale se caracteriza por desarrollarse con una fluidez impasible, insuperable. Los últimos preparativos, las últimas llegadas, los trabajadores en sus puestos y se da el pistoletazo de salida. En ningún caso se trata de la primera alfombra roja o de la gala de apertura, sino de la llegada de los profesionales y periodistas que, apresurados a primera hora de la mañana, se disponen a hacer cola para recoger sus acreditaciones en el Museo Martin Gropius Bau (MGB), uno de los espacios oficiales del festival, donde se celebra el European Film Market (EFM). De ahí, sin perder un segundo –muy importante–, se ha de ir a canjear las primeras entradas, siempre para el mismo día o el día siguiente.

Después de adquirir una acreditación, que realmente no es cara, toca pasar por mostrador cada mañana entre 8:30 y 10:00 h si uno no quiere olvidarse de ver las películas que tenía en mente. Sin embargo, madrugar cada día no asegura nada, pues la mayoría de las veces se termina viendo la tercera opción de la lista personal. De ahí la importancia de hacerse con una agenda alternativa, dado que lo más probable es que no puedas asistir a ninguna de tus sesiones preferentes. Pero no todo son proyecciones; hay que hacer hueco para otras muchas actividades: presentaciones, reuniones, paseos por el EFM, charlas, fiestas… Y comer y dormir, claro está.

Las proyecciones, de lo que uno lleva más sed, arrancan muy tímidamente el primer viernes de festival, incrementándose durante el fin de semana y fluctuando en volumen durante la semana. Los primeros días son de locura, con una mayor afluencia de profesionales y de público, lo que provoca en ocasiones un estrés que hay que saber manejar, ya que el festival se convierte en un ente casi inabarcable. Todos quieren hacer todo y al mismo tiempo. Algo imposible. Así que lo mejor es relajarse, disfrutar y descubrir.

 

Berlinale 2016: Una posible mirada

En esta edición de 2016 han destacado, sin duda bajo mi prisma, filmes de producción portuguesa, chilena, checa y francesa, entre otras nacionalidades. Fueron los que, al fin y al cabo, terminaron en mis manos en los pocos días de festival que pude vivir.

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Aquí no ha pasado nada, de Alejandro Fernández Almendras

Títulos como Aquí no ha pasado nada (2015), del cineasta chileno Alejandro Fernández Almendras (Matar a un hombre), que llegaba a Berlín con su cuarto largometraje a competición en la sección Panorama tras su paso por Sundance. Aquí no ha pasado nada está basada en el caso de Martín Larraín, hijo del exsenador del partido Renovación Nacional (RN), Carlos Larraín, quien en septiembre de 2013 atropelló dando muerte a Hernán Canales Canales. Fue un juicio muy popular, seguido en todo el país, que muestra un ápice característico de la sociedad chilena, común también en otros países de Sudamérica: el poder del apellido. Una historia real en la que muestra cómo los jóvenes de bien se divierten cada fin de semana a base de mucho alcohol, música, gamberradas, sexo y la inevitable resaca posterior. Todo marcha hasta que un día la fiesta se les va de las manos y, conduciendo bajo los efectos del alcohol, se ven envueltos en un accidente mortal. La cabeza de turco será Vicente (Agustín Silva), que sufrirá un desengaño por parte de los que creía sus amigos, que prefieren arrimarse al apellido más fuerte y acusarle. Un filme fresco, con movimientos rápidos de cámara, planos cortos y sin interpretaciones destacables, a pesar de la aparición de la actriz Paulina García, galardonada como Mejor Actriz en la Berlinale de hace tres años por Gloria (Sebastián Lelio, 2013).

Siguiente en la lista, la checa I, Olga Hepnarová (2016), ópera prima de los directores Tomáš Weinreb y Petr Kazda, que abrió Panorama. Rodada en blanco y negro, narra la historia de su protagonista, Olga Hepnarová, la última mujer ejecutada en público en Checoslovaquia en 1973. Una joven solitaria, de mentalidad compleja, que vive una continua lucha contra la sociedad, hacia la que siente un fuerte rechazo que esta le devuelve. En su deseo por salir de su entorno familiar, comienza una vida independiente y varios trabajos encadenados como conductora de camionetas. A lo largo del filme se observa la evolución del personaje y cómo su odio se suaviza al comenzar a mantener relaciones con otras chicas. Pero la inestabilidad volverá pronto y con ella el drama: un asesinato en masa. La joven actriz checa Michalina Olszanska, que guarda un notable parecido físico con la protagonista real, realiza un audaz trabajo de interpretación.

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I, Olga Hepnarová, de Tomáš Weinreb y Petr Kazda

También en Panorama, aunque con menos que decir, la marroquí Starve Your Dog (Hicham Lasri, 2015), segunda parte de una trilogía del director y guionista tras C’est eux les chiens (2013). Un filme experimental con elementos a veces inconclusos que terminan por cobrar sentido hacia la mitad del metraje, lo que provoca cierto desconcierto e incomprensión en el espectador –y la consiguiente estampida de la sala–. Hicham trae a la pantalla el particular retrato de una sociedad que sufre los efectos del régimen de terror de Hassan, el que fuera rey de Marruecos hasta su muerte a finales de los noventa.

La presencia polaca se ha dejado notar –además de la premiada con el Oso de Plata al Mejor Guión, Zjednoczone stany milosci (United States of Love, Tomasz Wasilewski, 2016)– con la interesante Jonathan (2016), del polaco Piotr Lewandowski, que manifiesta una evolución en su trabajo tras una carrera forjada en el cortometraje y la televisión. En su puesta de largo apuesta por una historia conmovedora sobre la familia y la aceptación de la muerte como parte de la vida. El actor Jannis Niewöhner encarna a Jonathan, un joven huérfano de madre que cuida a su padre enfermo de un cáncer terminal y que, simultáneamente, descubre el amor al prendarse de una enfermera que le ayudará a aceptar un secreto paterno oculto hasta entonces.

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Anive snu, de Petr Oukropec

También procedente de la República Checa, cabe destacar Anive snu (In Your Dreams, Petr Oukropec, 2016), programada dentro de la sección Generation 14plus. Dirigida por el productor y cineasta Petr Oukropec, que presentaba su segundo largometraje tras Modrý tygr (The Blue Tiger, 2012), Anive snu plasma, entre la realidad y la fantasía, el amor iniciático de una joven adolescente que se sumerge en la práctica del parkour, técnica callejera que consiste en el desplazamiento más eficiente posible utilizando solo el propio cuerpo. Con escenas fantásticas de cuento, con príncipe incluido, Laura (Barbora Štikarová) vive momentos de éxtasis en un ascensor que le llevan a resolver parte de su realidad. A través del arte del parkour, consigue seguir adelante y superar sus miedos.

Un poco fantasioso a su vez, o incluso podríamos decir que ilusionista, ha sido el último trabajo de Rebecca Miller, que vuelve a la dirección seis años después de La vida de Pippa Lee con Maggie’s Plan (2015), protagonizada por Greta Gerwig, Ethan Hawke y Julianne Moore. La presencia de ambas actrices causó gran sensación en el festival, a pesar de que Moore se ausentó por motivos de salud tras la proyección del filme. A pesar de abordar una realidad social vigente un tanto cruda, como es la decisión de muchas mujeres solteras que optan por la inseminación para ser madres, Miller le da la vuelta a la historia desde la comedia, apoyándose en la autodeterminación de la mujer. El triángulo amoroso al que dan vida los tres protagonistas, a veces irónico y desconcertante, hace de Maggie’s Plan un filme divertido que posibilitó por unos instantes la evasión de los dramas predominantes en esta edición de la Berlinale.

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Maggie’s Plan, de Rebecca Miller

 

Una edición comprometida

Los aspectos sociales y la realidad sociopolítica actual han copado una parte destacada de la programación de este año. Desde la ganadora del Oso de Oro, Fuocoammare (Gianfranco Rosi, 2015), documental que retrata el drama migratorio en la Isla de Lampedusa, hasta otro destacado trabajo, Yarden (2016), del sueco Måns Månsson, estrenado en la sección Forum. Esta última es la adaptación de la novela homónima de Kristian Lundberg que refleja la vida miserable de un poeta renegado en paro que, sin más remedio, y para traer un sueldo a casa, se ve trabajando para una fábrica de piezas de automóviles. Filmada en cinemascope, con fotografía muy cuidada, una tonalidad neutra en sus colores, una banda sonora solemne y un protagonista aséptico (Anders Mossling), Månsson transmite el sentimiento de soledad y la necesidad de supervivencia en un desesperante entorno laboral donde los empleados se ven obligados a cometer actos inmorales para permanecer en la empresa. La mentira se infiltra como protagonista, no sin la sorpresa del público en Berlín. El sentir general entre la audiencia parecía identificar a la sociedad sueca con la honestidad y raramente con la mentira.

De una fábrica de coches a la Maquinaria Panamericana (2016), del director y guionista Joaquín del Paso, también presente en Forum. En esta ópera prima, el cineasta mexicano, que había participado en el Talent Campus berlinés tiempo atrás, se ha unido a otros extalents para contar una historia de ficción que transcurre en un escenario que le fue familiar durante su infancia: una fábrica de máquinas de construcción. Con pocos actores y los propios empleados de una factoría aún en funcionamiento, registran un episodio de pánico colectivo. Tras la muerte del jefe y la bancarrota consiguiente por una mala gestión contable de la empresa, los trabajadores de la Maquinaria Panamericana deciden ocultar la defunción para que la fábrica no eche el cierre. Con un punto de comedia, escenas surrealistas, personajes trabajados y una estética agradable, Del Paso ha defendido un buen primer trabajo.

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Maquinaria Panamericana, de Joaquín del Paso

Después de extenuantes horas (aunque bien disfrutadas) sentados en las salas, hubo tiempo para las reuniones, las charlas y los networking drinks en el MGB, que son muy necesarios para relacionarse, conocer a profesionales del otro punto del planeta y cerrar las negociaciones pendientes. Además, como en cualquier otro festival de cine, los días en la Berlinale también acaban en fiestas. Si durante el día no hay tiempo para nada, el trabajo se sigue acumulando en las noches. Invitaciones para una, dos, tres o cuatro fiestas: parece que lo de dormir no entra en el planning. Se puede hacer una ruta para no perderse ninguna, ir solo a una o meterse en la cama, que es a veces la mejor opción si se quiere sobrevivir al día siguiente.

Acreditarse en la Berlinale garantiza, sin duda, un mar de posibilidades para sus diez días de festival: entre películas, encuentros, charlas y demás actividades en los más de treinta espacios repartidos por la ciudad. Todo sin contar los numerosos eventos no oficiales que discurren en paralelo. Así que una vez sacadas las entradas, vistos los filmes, esperado en las colas, paseado en los shuttle del EFM, comido muy poco y no habiendo dormido mucho más, toca esperar al año que viene para disfrutar de una nueva edición con la lección bien aprendida.

 

© Marina Díaz-Cabrera, febrero 2016.