Anomalisa

¿Quién es quien sea?

 

Eres una marioneta, un muñeco dirigido cuya cara se compone de dos piezas encajadas. La unión (o la frontera) se localiza a la altura de tus ojos. Caes en ello de vez en cuando, a veces cuando te observas en el espejo. Esa división permite separar tus órganos visuales, junto a tu cerebro, del resto de tu cabeza –“Los ojos forman parte del cerebro”, se aseveraba en Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008)–. ¿Qué pasaría si, un día, decidieras levantarte la carcasa?

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Michael, el protagonista de Anomalisa, desnudo ante el espejo…

Kaufman sitúa al final del primer tercio de su aventura en stop motion, Anomalisa (2015) –donde interactúan ejemplares como el descrito–, este enigma identitario que quedará interrumpido, abierto, quizá por ser el más estratosférico de los clímax, un interrogante de categoría metafísica que seguramente los humanos no podamos resolver jamás; tampoco estas marionetas antropomórficas («Who is anybody?», le preguntará al protagonista su esposa). Hace un par de años, investigadores de las universidades de Virginia y Harvard efectuaron un estudio con la intervención de unas doscientas personas de edades y procedencias muy distintas. Los participantes debían quedarse a solas en una habitación vacía entre seis y quince minutos, simplemente. Pues bien, las conclusiones extraídas apuntaban al rechazo extraordinario que sentimos las personas a enfrentarnos con nuestros pensamientos. Algunos participantes prefirieron autoinfligirse pequeñas descargas eléctricas para pasar el tiempo.

El segundo largometraje tras las cámaras de Kaufman, codirigido junto a Duke Johnson, funciona como fábula existencialista acerca de los males de la alienación, del aburrimiento y de las inercias contemporáneas y sus riesgos sobre el individuo, acerca del hecho de sentirse indistinguible entre la masa y no conductor de una identidad propia y particular. Cuando el protagonista de Anomalisa, Michael Stone –un tipo aburrido de sí mismo, de su dedicación, de sus círculos, de su familia y, sin embargo, un referente en el ámbito de la Atención al Cliente–, se encuentra a solas frente al espejo, a solas con la mencionada fractura, el abismo presentido es tal que sale corriendo al pasillo del hotel en el que se aloja, en vísperas de la presentación de su libro Permítame ayudarle a ayudarle, y se lanza desesperado al encuentro de alguien.

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La soledad/alienación como amenaza…

Aunque la presencia de esa división facial concebida por Kaufman y Johnson para los personajes animados de Anomalisa sea, siempre que la percibimos, motivo de extrañamiento para el espectador humano, un elemento que nos distancia de esas marionetas o androides, lo cierto es que las veleidades emocionales que les atraviesan trascienden rápidamente tal raya y generan una instantánea y profunda empatía. A ello contribuyen especialmente la construcción de los dos protagonistas principales de la trama, los singulares Michael y Lisa, y que el guión se mueva con soltura entre la gravedad existencial y un humor absurdo capaz de dejar a la intemperie y esquematizar con agudeza las miserias, las grandezas y las intermitencias de las relaciones humanas.

Nuestro proceso de identificación se activa a partir de situaciones que, por lo general, resultan tremendamente familiares (el comienzo en negro con un galimatías de voces durante un vuelo, la impersonalidad de varios espacios públicos y privados: desde el aeropuerto al hotel; el vértigo de la soledad y del tedio; la chispa inesperada de un amor a primera vista, la emocionante escena sexual y la decepción tras la caída del velo romántico…). El tándem de directores habilita una tensión que bascula entre los dos extremos en los que solemos movernos como seres sociales: entre la necesidad de construir una identidad propia y diferenciada, pese a sabernos parte de un grupo, y la necesidad de vincularnos afectivamente con un otro especial (u otros especiales) que nos haga sentir, precisamente, distintos de/entre la masa. En el filme se trabaja muy consciente y oportunamente con el elemento vocal para dotar de una homogeneidad difusa a todo el reparto, doblado por un único actor (Tom Noonan), con la salvedad de los dos protagonistas (a los que dan vida las voces de David Thewlis y Jennifer Jason Leigh).

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Las marionetas de Michael y Lisa ante los dispositivos de Kaufman y Johnson.

Anomalisa es seguramente el guión más accesible de Charlie Kaufman, más depurado y menos barroco que su ópera prima, Synecdoche, New York, con conexiones temáticas con ella y con el resto de su obra como guionista –¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Gondry, 2004) Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, Spike Jonze, 2012) Adaptation (El ladrón de orquídeas) (Spike Jonze, 2012), etc.–. Nos encontramos de nuevo ante el riesgo de desdoblamiento/despersonalización que suele afectar habitualmente a sus protagonistas (¿alter egos?), volubles y vulnerables, confundidos a menudo entre la cotidianidad, el subconsciente y la ficción, a menudo escudados en un sufrido egocentrismo en conflicto con su entorno. No faltan, tampoco, el protagonista masculino y sus neurosis varias –por cierto, el hotel donde se hospeda Michael lleva el nombre de Frégoli, como el síndrome homónimo y como el pseudónimo con que Kaufman firmó la obra de teatro en la que se inspira Anomalisa–, la pesadilla kafkiana y, como impulsor dramático, las crisis (de mediana edad, existencial, de pareja, laboral o creativa…).

La historia de Anomalisa se sitúa entre dos cartas y dos mujeres bien distintas, separadas por un arco temporal de una década. La vuelta a casa de Michael al final del filme seguramente implique un apaciguamiento de las pasiones –como ya sabe–, una aceptación de que la intensidad y aquello que ya conocemos no suelen generar fuegos artificiales en cuanto dejan de resultarnos novedosos o en cuanto nos parecen ordinarios… Quizá, estrechez mental; quizá, alienación sistémica; quizá, puesta en cuestión de un modelo de vida… Pero ni él, ni nosotros, olvidaremos nunca el minuto y medio durante el cual la encantadora y única Lisa entonó, ajena a todo lo circundante, el tema popularizado por Cindy Lauper Girls Just Want to Have Fun.

 

© Covadonga G. Lahera. Febrero 2016

 

 

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* Este artículo fue publicado originariamente en inglés en la web oficial de FIPRESCI. Covadonga G. Lahera formó parte del jurado FIPRESCI del 26º Festival Internacional de Cine de Tromsø celebrado durante el pasado mes de enero. El premio que concedió dicho jurado recayó en el filme codirigido por Kaufman y Johnson.