4:44 Last day on Earth
All you need is love
¿Qué harías si solo te quedasen unos minutos de vida? ¿Y unas horas? ¿Y un día? ¿Pondrías música, beberías vino y encenderías unas velas, te reunirías con tus seres queridos, correrías a hacer aquello que siempre quisiste pero no te atreviste nunca a hacer…? ¿O te desesperarías pensando en todo lo que hubiera podido ser y nunca más será? ¿Y si el final no fuera individual sino que el mundo entero fuera a desaparecer? Tal vez, como se mostraba en Contagio (Contagion, Steven Soderbergh, 2011), La carretera (The Road, John Hillcoat, 2009) o en La guerra de los mundos (War of the worlds, Steven Spielberg, 2005), muchos se dedicarían al saqueo tratando de librarse de la quema, al pensar que sería posible sobrevivir en el último instante. Tal vez adelantarían su último momento para evitarse la angustiosa espera. Quizás alguien provocaría el Fin del Mundo detonando las cabezas nucleares y dándoles así algo de sentido… O tal vez habría una última, masiva, irrevocable e infinita manifestación de indignados para testimoniar, en última instancia, que no todos fuimos igual de culpables.
Imagino a los personajes de otras cintas de Abel Ferrara. Imagino al Teniente Corrupto y al Rey de Nueva York zanjando cuentas con la vida a tiro limpio entre chute y chute. Imagino a la Lily Taylor de The addiction (1995) sorprendida porque su vida eterna podría tener un final. O a Matthew Modine saliendo y entrando de black outs sin apercibirse, en su mezcla de alcohol y drogas varias, de que todo se ha acabado. Cisco y Tina, protagonistas de su última película (una década y ocho largometrajes tras su último estreno en nuestras pantallas), parecen, solo parecen, tomárselo con calma. No hay agitación o violencia aparentes en el loft que comparten. Ignoran la insoportable cuenta atrás de la olvidada (tal vez por olvidable) La hora final (On the beach, Stanley Kramer, 1959), en la que diversos personajes esperaban en Australia la llegada de un frente radioactivo que parecía haber acabado ya con la vida en el resto del mundo. Tina y Cisco se relajan y se preparan para el momento final -que, como en la incoherente y ñoña Señales del futuro (Knowing, Alex Proyas, 2009), será instantáneo y universal-. Pero en menos de veinticuatro horas, a las 4:44 de la próxima madrugada, todo acabará. El mundo entero se va a hacer puñetas porque no cuidamos la capa de ozono. Y ya no es una predicción. Es la realidad.
Ferrara retrata a dos personajes en la intimidad. En la intimidad de los personajes y en la suya propia, puesto que el piso donde transcurre la “acción” es el loft del director, y la protagonista es su propia pareja. Se percibe la sombra inevitable del 11 de septiembre en una Nueva York que respira sus últimas horas… ¿Cuál es el ánimo de Ferrara? Cisco y Tina se dedican a elaborar su intimidad. A follar, a acariciarse, a reconfortarse mutuamente. Con intensidad. Tina pinta un último cuadro mientras Cisco va telefoneando y despidiéndose. Ferrara, sin subrayados innecesarios pero sin dejar de recordarlo mediante sonidos globales de internet, radio y televisión, nos hace constar que son sus últimos actos. Un vídeo de autoayuda pseudo-budista da el contrapunto al último noticiario. Una globalización de doble filo. Voces de profetas que avisaban del desastre ecológico y que nunca fueron escuchados suenan de fondo… El presentador del telediario se despide. Va a pasar las últimas horas con sus seres queridos. Desde ese momento las pantallas solo recogerán imágenes de cámaras que vigilan la ciudad. Cámaras que tal vez sigan grabando, para la posteridad, un mundo muerto. Cisco y Tina follan de nuevo… ¿Qué haríamos nosotros?
Pero hay otras necesidades fisiológicas que no se dejan de cubrir ni en el último día. Cisco pide un menú del restaurante chino. El joven que lo trae está circunspecto. Cisco le pregunta el nombre. Nunca antes, en muchos años de comer rollitos de primavera, le había preguntado el nombre. Lo trivial adquiere relevancia. Tal vez al final lo relevante se descubre. Cisco permite que el asiático use su Skype y el joven llama a Vietnam para despedirse de su familia. Al marchar, mecánicamente, presenta la factura. La trivialidad de lo cotidiano se pone de relieve de nuevo mientras Cisco le da todo el dinero, ya absolutamente inútil, que tiene encima. ¡Cuántas tonterías, cuantos actos estúpidos hacemos día tras día!
Va oscureciendo y la noche se acerca. Tocan las despedidas más íntimas, más dolorosas. La globalización y la tecnología permiten la intimidad. Cisco se despide vía Skype de su hija. Al aparecer su ex esposa en pantalla se desencadena el drama. Ante la presencia de Tina, a un paso del abismo, Cisco le dice a su ex que no ama a Tina como la amó a ella. El Apocalipsis está en nuestro interior. Ferrara rezuma crueldad en una secuencia hiriente. Tan dolorosa en sí misma que hace olvidar el dolor del fin inminente. ¿Cuántas veces ha herido así Ferrara a su Tina? Y, aun así, hay más dolor. Cisco y Tina se han prometido llegar juntos hasta el final, rechazan la histeria y la claudicación: la muerte es parte del ciclo vital y quieren enfrentarse a ella con los ojos bien abiertos. Para no hacer de la muerte una derrota, quieren vivirla con la misma intensidad que han vivido sus vidas, como tantos personajes de Ferrara… Pero, también como tantos personajes de Ferrara (hechos a su imagen y semejanza), Cisco cae en la tentación (I cheated myself as I knew I would, cantaba Amy) y en una angustiosa secuencia le vemos a punto de abandonar. Es San Pedro renegando de quien más ama. Es el Caín traidor y cobarde que se oculta dentro de Abel y al que otro Abel (Ferrara) pone en evidencia al exponer sus debilidades ante todo el Mundo. Un Mundo que se encuentra frente a su Fin como ante un espejo que, antes de romperse, refleja de manera infinita las bondades y las miserias de todos. Es tal vez por el eco inmenso de los abismos del alma reflejados frente a la inmensidad, que el egoísmo de Caín, de Cisco y de Abel nos supera. Ferrara construye una película de anticlímax y este inesperado vaivén nos sacude. El último día en la Tierra, sin subidones, violencia o asesinatos, con intimidad y ternura, constituye tal vez la obra más intensa y más sentida de su autor.
Tras la angustia, tras la rebelión, se regresa a la fase de aceptación. Tina culmina su obra. A lo largo de la película hemos visto cómo se reelaboraba un cuadro, cómo crecía, cómo se transformaba. Ahora una serpiente lo corona, símbolo de la vida que se destruye y se regenera perpetuamente. Al final, tras sendas reflexiones solitarias, los amantes se funden en un último abrazo. Al alba, tras la noche más larga, bailarán en el cielo colores nunca imaginados. Después un fundido en blanco nos llevará adonde no podremos entender las cosas de la misma manera. Y lo único que nos llevaremos con nosotros será todo el amor que hayamos dado.
De nuevo, por último. ¿Qué haríamos nosotros?