+1

Doble o nada

 

Más intenso en el pliegue horizontal que cruza la imagen, ligeramente diluido en los laterales del encuadre, el rojo baña toda la pantalla y se extiende ante nuestros ojos formando distintos tonos que son alterados a merced de las sombras y las ondulaciones. Sentimos su textura aterciopelada, acentuada por la dulzura de los sedosos coros de Jezebel, el tema musical de Two Hours Traffic que comenzamos a escuchar en la banda sonora. Olemos la frescura de las gotas de rocío, que tiemblan levemente cada vez que la cámara, en extremo close up, titubea. Un zoom out muy sosegado va dejando entrar destellos de luz y, lentamente, la imagen se va abriendo hasta descubrirnos qué se esconde tras ese primer plano: los pétalos de un ramo de rosas que viaja en el asiento delantero del coche conducido por nuestro protagonista. Esta revelación gradual funciona preludiando el particular ritmo de +1 (Dennis Iliadis, 2013) y devolviéndonos una imagen transformada en un icono que nos sitúa, inconfundiblemente, en el terreno de la comedia romántica.

La primera secuencia del filme es una confirmación y extensión de esto. En apenas cinco minutos, pasamos del tierno reencuentro entre Jill y David a su brusca ruptura. Ella se dispone a competir en un torneo de esgrima y él la sorprende con una visita inesperada. Desde las gradas, con las rosas todavía bajo el brazo, David observa a Jill que terminará perdiendo el combate por un punto. Después, en un pasillo del recinto, empujado por una fuerza magnética y extraña, David besa a la rival de Jill tras haberla confundido con ella. Se trata de una secuencia extremadamente cargada, en apariencia desligada del resto del filme pero, en realidad, repleta de detalles que prefiguran de forma sutil todo lo que vendrá a continuación. Enfundadas en el mismo uniforme blanco, Jill y su adversaria tienen una constitución parecida, un color de piel y cabello similar, idéntico peinado; hasta sus gestos y sus gritos de frustración o victoria son indistinguibles. Su lucha es un combate de dobles, donde una trata de eliminar a su duplicado y de hacer avanzar el marcador (como se hace avanzar un reloj) para alejarse de su oponente, para no ser alcanzada por esta.

Plus-One-1

+1 juega a combinar tres géneros, extrayendo de cada uno de ellos algo que le sirve para un propósito específico. La comedia vulgar le otorga el espacio —una casa convertida en escenario de una fiesta salvaje—, el ambiente —un grupo de jóvenes con ganas de pasarlo bien—, y un buen número de situaciones anecdóticas típicas de este género —borracheras, sexo, accidentes, humillaciones, peleas, cuerpos abandonados a la música y al baile…—. La ciencia ficción suministra a +1 su premisa argumental: a lo largo de la noche, se producen una serie de cortes de electricidad que provocan la aparición de dobles —versiones duplicadas de los asistentes a la fiesta, situadas en una esfera temporal anterior, que experimentan lo mismo vivido por los protagonistas minutos antes— y, con cada nuevo apagón, esos dobles desaparecen y vuelven a aparecer cada vez más cerca en el tiempo. Por último, está la teen movie romántica que opera en el campo semántico del filme, proporcionando una explicación o sentido último a lo paranormal, poniendo la ciencia ficción al servicio de algo que es, al mismo tiempo, más elevado y más prosaico: la posibilidad de restituir la relación entre Jill y David, de salvar el amor simbolizado por esas rosas que, en la primera secuencia del filme, pasan de inundar de rojo la pantalla a quedar abandonadas en el suelo de un pasillo.

Plus-One-2

¿Cuál es la relación entre el meteorito que se estrella en un jardín, los intermitentes cortes de luz y las sucesivas desapariciones/reapariciones de los dobles? ¿Estamos ante un relato de ladrones de cuerpos o ante una fábula de duplicados virtuales benignos que viajan en el tiempo? Dennis Iliadis y Bill Gullo, los guionistas de +1, no temen poner sobre la mesa una historia circundada por un universo que los supera, llena de cabos sueltos que se comportan como hilos eléctricos en cortocircuito. Al fin y al cabo, la anterior película de Iliadis, La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 2009), era un remake de la ópera prima de Wes Craven, un director que en Shocker (1989) ya experimentó con este tipo de guión lunático y sin sentido, pero totalmente justificado por el excepcional potencial cinematográfico de su premisa. En +1, la posibilidad de escapar, de abandonar el lugar, de huir de la fiesta e ir al encuentro del mundo exterior ni siquiera es contemplada por el filme. Como en El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel, aquí la reclusión de los personajes es condición sine qua non para la existencia de la película, y ellos parecen aceptar esta cláusula sumisamente, sin rebelarse. +1 se las arregla para combinar lo hipotético con lo lógico, lo inverosímil con lo coherente, lo inexplicado (y lo inexplicable) con lo perfectamente racional. El filme bascula entre estos extremos con una volubilidad que, más que molesta, es encantadora. De acuerdo a una lógica muy presente en el cine de género —donde lo fantástico, lo terrorífico o lo paranormal aparecen como síntoma o corporeización de deseos, miedos o traumas ocultos—, aquí la amenaza de los dobles que avanzan en el tiempo está perfectamente ligada a la problemática de la relación entre Jill y David: es, a la vez, una aguda deconstrucción psicoanalítica y una perfecta dramatización alegórica del temor femenino al reemplazo y al estancamiento.

Para tratarse de un producto de entretenimiento destinado al consumo popular, +1 es decididamente excéntrico e inusual, tanto en su ritmo narrativo como en su desarrollo argumental. Durante la sección central del filme, la acción se ralentiza, apenas suceden acontecimientos que sean verdaderamente relevantes para la resolución de la trama, y la película parece deambular sin dirigirse a ninguna parte. Iliadis está menos interesado en la evolución narrativa (en un sentido tradicional) que en el despliegue de las posibilidades figurales de su premisa, y esto es lo que convierte al filme en una obra verdaderamente especial. La gran pregunta que acecha en el horizonte de +1 (¿qué sucederá cuando los dobles alcancen a los protagonistas, cuando los dos tiempos coincidan en el mismo espacio?) nunca es desestimada u olvidada por completo, pero sí relegada a un segundo plano. En lugar de esto, la película se dedica a investigar otra cuestión: ¿qué significa, como experiencia y como fenómeno, el encuentro con el doble? El filme responde a esto poniendo en escena un rango de variables que van, dependiendo del carácter de cada personaje, del odio al deseo, pasando por la incredulidad o el pánico —y esto incluye una violenta secuencia de histeria colectiva que se convierte en uno de los momentos más logrados de la película—.

Plus-One-3

+1 explota al máximo la dicotomía del doble como yo y como otro. Mientras unos personajes se proyectan totalmente en sus duplicados y se funden amorosamente con ellos, otros los consideran rivales a los que hay que eliminar. Al estilo de Inland Empire (David Lynch, 2006), aunque sin un tono tan terrorífico, +1 juega a dilatar y aletargar esos momentos de contemplación en los que los personajes se quedan paralizados ante la visión del otro. El filme privilegia la creación de una atmósfera enrarecida y embelesada, que sabe transmitir perfectamente esa sensación de trance o hipnosis ante un acontecimiento inexplicable, ante una experiencia extraordinaria. Los protagonistas se comportan como si fuesen prisioneros de un sueño en el que no pueden intervenir o emprenden acciones que parecen dictadas por una fuerza superior a ellos. Las estrategias utilizadas por +1 para expresar todo esto son simples, pero efectivas: una cámara subjetiva y voyeur que se detiene en marcos y esquinas, que se asoma a las ventanas y espía por rendijas; el juego con las vibraciones y los efectos sonoros; las constantes pulsaciones e intermitencias lumínicas que dan como resultado imágenes de cariz casi experimental — el hermoso y abigarrado diseño de la luz y el color de +1 está además justificado diegéticamente, pues el anfitrión de esta fiesta es, sin duda, un admirador del personaje interpretado por Danny DeVito en Un vecino con pocas luces (Deck the Halls, John Whitesell, 2006)—; la eliminación de los planos de situación como táctica para desorientar al espectador y la extenuación del plano/contraplano como mecanismo de extrañamiento.

Plus-One-4

Cualquiera que haya experimentado alguna vez el vértigo de encontrarse frente a su otro/yo, hallará en +1 un placer extraño y reconocible. El filme está verdaderamente obsesionado con capturar ese momento único que es, al mismo tiempo, totalmente irreal y demasiado real. Y, mientras va a su acecho, la cámara vaga por los pasillos de este Marienbad particular, un laberinto lleno de resonancias, ecos y reflejos, donde los acontecimientos se repiten y los personajes se doblan, habitando varios espacios al mismo tiempo.

 

© Cristina Álvarez López, febrero 2014