The Killing of a Chinese Bookie

Momentos presentes: Por qué amo The Killing of a Chinese Bookie*

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El novelista Jonathan Lethem comienza un ensayo sobre su obsesión por John Cassavetes con un hombre y una mujer que se separan tras ver un filme del cineasta. Él le espeta: “Deja de decir que me quieres porque si no amas esta película es que no me quieres, porque esta película es todo para mí, yo soy esa película”. Os perdono si habéis pensado que Lethem se está refiriendo aquí a mí y a mi película favorita, The Killing of a Chinese Bookie (John Casavettes, 1976), una obra maestra de la luz y el color.

The Killing of a Chinese Bookie es un cuento de gangsters, una historia de amor, un filme noir y un experimento de luz y forma. Es una película laberíntica, agitada y generosa. Difícil en algunas partes y espléndida en otras. Resumiendo: Cosmo Vitelli contrae una deuda y en el intento por salvar el Crazy Horse West, su amado pero poco lucrativo nightclub, termina asesinando a un corredor de apuestas.

Hay momentos que me dejan fuera de combate: el rostro de una chica atravesado por la luz dorada y los movimiento nerviosos de sus brazos y piernas mientras se revuelve en una ira que no puede expresarse en palabras; el rojo y rosa intensos de una cortina de piedras mientras esta se balancea, fuera de foco, cruzando la pantalla; el modo en que los destellos bañan el rostro de Cosmo una y otra vez, como si fuera la propia materialidad de la película la que nos recuerda lo fácil que es perdernos de vista a nosotros mismos. Pero lo que más me gusta es cómo todos esos elementos se combinan para crear un filme que está vivo.

Las interpretaciones en esta película son las más auténticas que he visto nunca y el generoso trabajo de cámara contribuye a que lo parezcan todavía más. Cuando finalmente vemos al corredor de apuestas, resulta ser un hombre viejo, con gafas gruesas y el pecho hundido. Mientras Cosmo, a punto de disparar, tiembla con su revólver, el corredor de apuestas avanza con dificultad por su piscina cubierta silbando suavemente, para sí mismo. El momento es tan privado y la cámara está tan presente, moviéndose con el actor, que es difícil creer que estamos viendo un filme. El hombre está ofreciéndonos la interpretación de su vida.

En las películas de Cassavetes la cámara siempre se las arregla para bailar con los actores mientras ellos saltan de un lado a otro de la pantalla, pero en esta película la conexión es asombrosa. Esta presencia es la razón por la que nunca dudo cuando el protagonista consigue disparar a los guardias y abandonar el escenario. Puede que Cosmo sea un hombre ordinario, pero “está en la zona” y nosotros estamos ahí con él.

El filme es una sucesión de estos vuelos y rupturas, momentos de acción seguidos por interrupciones mundanas, dudas rotas por explosiones de energía incontrolada. La cámara se detiene en el pomo de una puerta, respira y se precipita en el mismo instante en que Cosmo se derrumba dentro de una habitación. Una chica corre pero es detenida por una puerta que se atasca. Hay un momento de quietud, la puerta se abre abruptamente, la luz lo invade todo y el filme continúa.

No siempre amé este filme del mismo modo en que lo hago ahora. Al principio me perdía con algunas de sus partes, me aburría cuando la película tomaba desvíos y malgastaba tiempo vagabundeando por paredes y suelos que entraban y salían de foco. El amor llegó poco a poco cuando volví a verlo otra vez, y luego otra vez, y hoy raramente pasa un día sin que recuerde un gesto, una ráfaga de luz o alguna frase socarrona. Y muy a menudo pienso en Mr. Sophistication, el exhausto y frustrado frontman del Crazy Horse West, que termina el filme con una desesperada interpretación del “I Can’t Give You Anything but Love”. Una de las strippers prende fuego a su hombro y susurra: “Él piensa que no le queremos, pero sí lo hacemos”. Él deambula fuera del escenario, su maquillaje manchado por el sudor, sus hombros pesados. Es una imagen perfecta de la vida en toda su desilusión carnal.

The Killing of a Chinese Bookie me recuerda cómo actuar y cómo comportarme, cómo vivir el momento y cómo agarrarme a las cosas que más aprecio: “practicar lo mejor de este mundo, estar a gusto”.

Traducción: Cristina Álvarez López

 

*Este texto fue publicado originariamente en la web SBS.com.au