The First Lap

A contracorriente

 

Dice una antigua leyenda asiática que las carpas que conseguían nadar río arriba, a contracorriente, para acabar alcanzando el naciente, eran premiadas con la gracia de convertirse en dragones. Dice la leyenda, por lo tanto, que a quien persevera los dioses le recompensan. Los dioses o cualquier entidad divina, la que ustedes prefieran. A estos peces de agua dulce se les conoce popularmente como carpas koi (que en japonés viene a decir lo mismo) y, a pesar de su apellido, no son exclusividad del ecosistema nipón. De hecho, la leyenda ubica la historia en el curso del río Amarillo o Huang He que, como su nombre indica, recorre territorio chino aunque, en realidad, ni los límites geográficos de China ni los de Japón son suficientes para contener la importancia de semejante relato mágico, que ya forma parte de nuestro imaginario colectivo.

Un estanque de carpas koi

Sin embargo, ¿qué queda de tan motivante y esperanzador discurso en la actualidad? O aquello que es lo mismo, ¿cómo se puede seguir soñando con el reconocimiento tras la cima cuando el mundo se desmorona a nuestro alrededor?

Según deja entrever el cineasta surcoreano Kim Dae-hwan en su segundo largometraje The First Lap (Cho-haeng, 2017), no se puede. Al menos, no de esa manera. El joven realizador describe en su película, que se llevó el premio a Mejor Director Emergente en el Festival de Locarno y el premio a Mejor Guión en el Festival de Mar del Plata, cómo la angustia se ha apoderado de la fantasía, ya que, frente a una crisis igualmente globalizada, lo que queda es la respuesta incrédula de una agotada juventud, paradójicamente, en plena madurez. Ya sea en Barcelona (ciudad en la que se ha exhibido recientemente The First Lap en el marco de una nueva edición del Asian Film Festival) o en una urbe de Corea del Sur, como las de Incheon, Samcheok o Seúl, donde nos invita a viajar Kim Dae-hwan en su filme.

El director nos emplaza en las vidas de Soo-hyun y Ji-young, la pareja protagonista que, habiendo alcanzado la treintena, sigue a la deriva, a merced de unas circunstancias cambiantes e impredecibles —nada singulares, sino propias de la edad y de nuestro tiempo—. Y como suele pasar en una relación que cumple casi siete años de historia compartida, la noticia de un retraso inesperado en la menstruación de la protagonista irrumpe en su cotidianidad, violentándola, alimentando la posibilidad de un cambio.

La pareja protagonista de The First Lap

Así iniciamos el filme, compartiendo con sus protagonistas la ilusión y la incertidumbre que aviva su propia historia… La vida prosigue y sus mentes discurren en la dicotomía. Ya sea en su mini apartamento de Seúl o en casa de sus respectivos progenitores. Entre la modernidad y la tradición. En el lujo financiero de Incheon y en la humildad marinera de Samcheok. En la costa oeste o por donde sale el sol en los equinoccios… Y en el camino avanzando por igual. La esencia del tránsito sobrevuela toda la película: traslados, mudanzas, vías que se bifurcan. No tan solo por el posible cambio de estado de la protagonista, sino como seña de identidad en la sociedad actual. La realidad de un pueblo en continuo movimiento, inmerso en una búsqueda perpetúa. Porque la espera desespera y una vida expeditiva nos exime de la compleja mirada interior.

El cine de Kim Dae-hwan expresa esta idea a través de decisiones formales muy concretas. El surcoreano presenta el estatismo de la pareja en su hogar con unas composiciones que recuerdan al modo en que Wong Kar-wai filmaba en la pensión de Deseando amar (Faa yeung nin wa, 2000), aprisionando a sus personajes entre paredes y puertas que han olvidado si son de entrada o de salida. La cámara apenas se mueve, no es la protagonista. Tal vez un sutil temblor ante una noticia inesperada o una pequeña corrección a derecha e izquierda en el seguimiento de personajes (lo realmente importante). Y del interior del apartamento al interior del coche. La cámara les sigue y nosotros, también. Kim Dae-hwan se sitúa tras ellos y nos muestra su devenir con planos dorsales de larga duración, mientras la pareja camina o conduce. Como las carpas koi río arriba, siempre hacia delante, sin mirar atrás…

Los planos desde el interior de un coche abundan en The First Lap

Kim Dae-hwan vuelve al coche, una y otra vez, y emplaza la cámara en el asiento de atrás. Hace de los protagonistas un borrón en primer término, nos anima a ver lo que ellos ven… a través de la luna delantera del vehículo. Poca cosa: tráfico, lluvia, nieve. A veces, incluso un anuncio pegado maliciosamente a la misma luna. Ni la publicidad ni la propaganda política, a la que se hace referencia en la película, permiten ver. El cineasta desdibuja a los personajes, su apariencia y su identidad, en pos de una verdad exterior confusa, indescifrable. Se hace evidente que no les espera la belleza del nacimiento de un río ni una cascada de agua cristalina que atravesar. Aún así, la pareja tampoco se detiene. Y, si lo hace, no es por mucho tiempo.

De este modo, a medio camino entre Un lugar donde quedarse (Away We Go, Sam Mendes, 2009) y alguna de las repetidas (e igualmente únicas) películas de su compatriota Hong Sang-soo, Kim Dae-hwan ofrece una narración de apariencia sencilla y directa, pero dotada de una accesible profundidad emocional. Sin ser una road movie al uso, The First Lap comparte con el film de Mendes la huida, el viaje, la búsqueda… la necesidad de movimiento como método de aprendizaje, al mismo tiempo que elabora una necesaria reflexión sobre el peso del estigma familiar. La herencia moral de los progenitores en el camino hacia la madurez, si es que eso existe o, como en el cine de Hong Sang-soo, son todos unos niños que juegan a ser adultos. Personajes definidos por el ocio y el tiempo libre, solamente en contacto con la realidad laboral a través de la palabra. Casi siempre alrededor de una mesa, comiendo y bebiendo hasta la saciedad, impelidos por la vehemencia en un juego de retórica vacía.

Una de las comidas de la película de Kim Dae-hwa

Todos estos ingredientes conforman The First Lap. Una puesta en escena que resulta casual, casi espontánea, pero minuciosamente elaborada y, en la misma línea, una notable falta de musicalización como apuesta de veracidad cinematográfica, apoyada también en la naturalidad con la que el elenco actoral defiende a sus personajes. Desde los jóvenes protagonistas, el casi desconocido Cho Hyun-Chul y la más experimentada Kim Sae-byeok (a quien pudimos ver en The Day After —Geu-hu, 2017—, precisamente, dirigida en el mismo año por el ya mencionado Hong Sang-soo), hasta los experimentados secundarios como Gil Hae-yeon, Jo Kyeong-sook o Gi Ju-bong. Es este último, asimismo, un estrecho colaborador del maestro coreano —Ahora sí, antes no (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, 2015), Hill of Freedom (Jayuui eondeok, 2014), Hahaha (2010) o Noche y Día (Bam gua nat, 2008)—, quien comparte con el protagonista una de las secuencias síntesis de la película, sencillamente expresiva. En la misma, suegro y yerno mantienen una conversación en un parque infantil. Ambos se columpian de manera alterna, mientras examinan las posibilidades del trabajo del joven protagonista. Parece que la palabra les acerca, la empatía les une, pero el balanceo continuo sugiere lo contrario. Cuando uno va, el otro viene. Y así, sucesivamente, hasta que uno de los dos se cae.

De nuevo, será necesario emprender el ascenso, así sea en una superficie plana. La película nos muestra cómo van y vienen ríos de gente en un día festivo en las calles de Seúl, por donde se pierde la pareja protagonista tratando de encontrarse. El aprendizaje está implícito en cada caída. Por eso, cuando ambos sientan que están caminando en dirección contraria a la mayoría de individuos —y así lo verbalizan—, decidirán cambiar de dirección, en lugar de luchar contra las fuerzas contrarias o nadar a contracorriente. Tantas veces como sea necesario hasta encontrar su propio camino. Está claro que las leyendas deben ser actualizadas. El mundo está cambiando y nuestro imaginario, también.

 

© Adriano Calero, noviembre de 2018